Shirley Jackson el miedo habita en la casa

La escritora estadunidense Shirley Jackson (1919-1965) escribió cuentos y novelas con un estilo único e irrepetible. Relatos humorísticos algunos, y otros sobrenaturales en escenarios comunes y ambientes domésticos. El Cultural ofrece la mirada de Iván Farías a la obra de esta autora, quien advierte al lector que muchas de las anécdotas y apuntes mencionados en esta revisión provienen del libro biográfico Shirley Jackson: A Rather Haunted Life, de Ruth Franklin.

Shirley Jackson el miedo habita en casa. Foto: Arte digital > A partir de La iglesia de Auvers de Vincent van Gogh > Luis de la Fuente > La Razón
Shirley Jackson el miedo habita en casa. Foto: Arte digital > A partir de La iglesia de Auvers de Vincent van Gogh > Luis de la Fuente > La Razón

Casi desconocida en español, autora de culto en Estados Unidos, ácida crítica de la vida conyugal, guía literaria de Stephen King y Richard Matheson, admirada por Dorothy Parker y Joyce Carol Oates, Shirley Jackson extrajo la oscuridad del gótico clásico y lo trasladó a las viejas casonas norteamericanas edificadas en la fiebre del oro, y mostró toda la ominosidad que había en esos pueblos donde existían antes de que siquiera existiera el término folk horror.

SHIRLEY TENÍA EL PODER DE CREAR PERSONAJES dignos de nuestro odio, que, sin embargo, seguíamos paso a paso en sus peripecias, no sin un poco de distancia. Por ejemplo, en el cuento Los veraneantes, los protagonistas son dos ancianos que viven de su retiro y que año tras año van a pasar el verano a una pequeña población donde tienen una casa. Ambos tienen una manera condescendiente de hablar con los habitantes del lugar, a los que tratan como si fueran buenos salvajes. Esto hace sentir cierta repulsión por ellos, pero también desconfiar de la gente del pueblo. Sabemos, de cierto modo, que hay algo oscuro y oculto en lo luminoso de la estación. Todo marcha bien hasta que, debido a una decisión de su hijo, los ancianos deciden romper su costumbre de regresar a la ciudad y optan por quedarse más allá del verano. Al romper esta regla todo se trastoca y entonces pagarán las consecuencias. Shirley conocía en carne propia los resultados de ser una citadina y habitar en un lugar que a la distancia parecía idílico pero que no lo es.

En otra historia, La bruja, una madre debe luchar en un tren por contener a sus dos hijos pequeños ante la llegada de un extraño. Ninguno de los cuatro personajes son realmente queribles. La madre no tiene nada destacable, la niña es una bebé dedicada a su pan y su sonaja, el niño es un muchachito maleducado con gusto por lo truculento. Al llegar, el extraño le cuenta una historia cruel sobre decapitaciones y brujas, que hace que la madre lo eche fuera. No pasa gran cosa, sólo es una historia perturbadora y la búsqueda de una bruja “fea, mala y vieja”, pero Shirley se las arregla para hacernos conocer de primera mano cómo para los niños la violencia es algo común y corriente. Lo sabía de cierto: tenía cuatro hijos.

Para entender mejor sus historias, hay que ubicarla en su contexto. Shirley nació en San Francisco en una familia de clase media de origen inglés, con pretensiones de socialité. Ella, inteligente y curiosa, no congeniaba mucho con la vida que sus padres querían que llevara, la cual consistía en ese entonces en estudiar lo suficiente para casarse con alguien de dinero y ascender en la escala social.

Si bien tenía desavenencias con su padre, era con su madre con quien no se llevaba nada bien. Era siempre una relación tirante, pese a que vivían a kilómetros de distancia —Shirley en la costa este y su madre en California—, su madre sabía hacerse notar en su vida. Cuando la legendaria revista Life entrevistó a Shirley en exclusiva, la escritora accedió a dejarse sacar unas fotos en familia. Era muy reacia a dejarse fotografiar, para la cuarta de forros de su libro utilizaba un viejo retrato de cuando era más joven y más delgada, pero aparecer en Life era un punto alto en su carrera. Lo que para otros podría ser un gran momento, para su madre fue una gran vergüenza, debido al gran peso que su hija había ganado.

Shirley Jackson fue una precursora de las historias insólitas de Stephen King.
Shirley Jackson fue una precursora de las historias insólitas de Stephen King.

Jackson vivió en un tiempo en que las mujeres tenían menos derechos y estaban destinadas a tareas del hogar, y las tensiones raciales eran tan agitadas como hoy, pero mucho más violentas y socialmente aceptadas. Esta es una de las principales razones por las cuales su literatura es tan oscura y asfixiante. Aunque siempre se dice que Estados Unidos es la tierra de la libertad, la verdad es que después de la Segunda Guerra Mundial el país seguía arrastrando las taras de una sociedad retrógrada y provinciana, racista y sexista. Sólo hay que recordar que cuando Francia le vendió Luisiana a Estados Unidos, todos los negros liberados de esa región, que incluso formaban parte de las autoridades civiles, perdieron sus privilegios y muchos acabaron esclavizados. Si bien las mujeres podían votar desde 1920, no ejercían tan activamente ese derecho, que además, estaba reservado a las de raza blanca.

No es de extrañar que en ese tiempo apareciera un libro que se volvería el manifiesto de una generación: La mística de la feminidad, de Betty Friedan, que marcaba lo que era evidente, el sexismo reinante. Las mujeres estaban confinadas a estar en casa, siempre a la sombra del hombre. Como apunté antes, el racismo y el sexismo marcaron en gran medida la vida de Jackson.

En un par de libros que se alejan del registro que le conocemos, es decir, el del terror y la novela psicológica, Jackson habla con sarcasmo sobre lo difícil que es la crianza y la relación en pareja.

Probablemente por eso cuando Jackson conoció al crítico literario Stanley Edgar Hyman, de origen judío, decidieron casarse a escondidas de sus padres (él con 21 y ella con 23) para evitar explicaciones y que se opusieran a su unión. Ambos estudiaban en la universidad de Syracuse, y apenas estuvieron juntos, fundaron una revista literaria llamada Spectre y trataron de vivir su sueño, mudándose a Greenwich Village en Nueva York.

EN ESE TIEMPO LA SOCIEDAD norteamericana era muy dura contra los judíos; hay que recordar que durante gran parte de la Segunda Guerra Mundial, el país no se decantaba por un bando en específico, e incluso había grandes simpatías por el nazismo. El aviador y candidato a la presidencia del país, Charles Lindbergh, era abiertamente antisemita. En varias ciudades, si bien no se les segregaba en el trabajo, se les prohibía ingresar a determinados círculos sociales, y muchas veces se convivía con ellos en horario laboral, pero una vez que éste terminaba, los compañeros dejaban de dirigirles la palabra, costumbre que se llamó la “sombra de las cinco en punto”.

Jackson y su marido tuvieron que vivir marginados y siempre al día. Todo esto agravado porque además, Stanley era de izquierda, que lo hacía ver como un peligro potencial (se dice que en una mudanza, un trabajador le descubrió algunos libros sobre Stalin y dio parte a la policía, por eso el FBI lo tuvo en la mira durante mucho tiempo). Además, deseaban vivir de la escritura pero debían mantener a cuatro hijos que tuvieron en muy poco tiempo, así que abandonaron el barrio bohemio de Nueva York y se fueron a vivir, con sus centenares de libros a North Bennington, Vermont.

En la mencionada foto de Erich Hartmann para Life, podemos ver a Jackson de treinta y nueve años con sus cuatro hijos, dos niños, dos niñas, alrededor de una mesa, mientras ella fuma y deja que su perro le lama la mano. Está en toda su cotidianidad, relajada, pero bastante avejentada, sin duda por la presión de escribir para mantener la casa (ganaba mucho más que su esposo), pero además cumplir con las labores del hogar, porque Stanley podía ser todo lo abiertamente sexual que quisiera, pero no lavaba un plato.

Sí, he dicho abiertamente sexual, porque desde que se conocieron, Stanley advirtió que tenía ciertos apetitos que podrían asemejarse a lo que hoy se conoce como el ser poliamoroso. Jackson no participaba de esto. De esta manera la relación entre ellos consistía en que Stanley buscaba acostarse con cuanta mujer podía, mientras ella hacía el rol de ama de casa sumisa y escritora, con el agravante de que él le contaba sus aventuras, que muchas veces recaían en sus propias alumnas de la universidad local.

En un par de libros que se alejan del registro que le conocemos, es decir, el del terror y la novela psicológica, Jackson habla con sarcasmo sobre lo difícil que es la crianza y la relación en pareja: Life Among the Savages (1953) y Raising Demons (1957). Ahí sí, su humor negro está en plenitud.

La gente sentimental insiste en que las mujeres tienen un tercer hijo porque les encantan los bebés, y la gente cínica sostiene que una mujer con dos niños sanos y activos en la casa hará cualquier cosa por pasar diez días tranquilos en el hospital.

Otro ejemplo: “Miré el reloj con la débil esperanza inconsciente, común a todas las madres, de que el tiempo habrá pasado mágicamente y la próxima vez que lo vuelva a ver será la hora de dormir". 1

Muchos de estos textos habían aparecido a manera de caricatura en
diversas revistas femeninas, en las que ironizaba sobre su “perfecta” vida de ama de casa y narradora. Si bien ella se quitaba importancia, la verdad es que el esfuerzo de mantener esas dos actividades le absorbía toda su fuerza. No lo he dicho, pero a raíz de la publicación del cuento La Lotería en el New Yorker, se volvió una pequeña estrella literaria comentada en diversos círculos literarios. Es más, la entrevista para Life fue en el contexto de la preparación para su segunda novela llamada Hangsaman.

LA LOTERÍA ES UN CUENTO que, más allá de su autora, muchas veces ha sido antologado en compilaciones de cuentos de terror, y adaptado al cine y a la historieta. Es una historia sobre la particular lotería solar que sucede en un pueblo estadunidense, que incluye la lapidación y la muerte del ganador. Cuando fue publicado, mucha gente creyó que era verdad, por lo que hubo una gran cantidad de cartas preguntando por la autora.

Las protagonistas de sus historias son mujeres con múltiples problemas, absorbidas y atacadas por el espacio donde viven, ya sea la escuela o su propia casa

A Jackson, que ya llevaba una vida complicada, por un complejo con su cuerpo, su relación matrimonial, la crianza de sus hijos y el hecho de vivir en un pueblo en donde era vigilada constantemente por ser urbana, se sumó de pronto ser alguien reconocido y por lo tanto a la vista del público, para bien y para mal. Si a esto le agregamos que a Stanley le pareció buena idea poner en la ficha biográfica de la nueva novela que ella era “una bruja practicante y lectora de Tarot”, cuando en ese tiempo aquello era una herejía, el plato estaba servido.

Es decir, una discreta y opacada chica de San Francisco de pronto se convirtió en el centro del debate, con el agravante de vivir en un pequeño pueblo al que no le simpatizaba mucho aquella pareja mixta, entre un judío de izquierda y una mujer que practicaba brujería. Además, los amigos que la visitaban eran escritores como Ralph Ellison, el autor de El Hombre invisible, J.D. Salinger que escribió El guardián entre el centeno y el poeta Dylan Thomas. Lo más alto de la intelectualidad, pero también autores muy críticos con la sociedad en la que crecieron.

En ciertos círculos, a manera de burla, le pusieron el apodo de Virginia Werewoolf. Pese a todo, Jackson mostraba indiferencia, como si
su vida fuera perfecta, pese a la poca vida social que llevaba y los ataques de ansiedad que sufría. En uno de esos ataques, a principios de los años cincuenta, le recetaron Dexamyl, una droga que se suponía era la mezcla perfecta para “las amas de casa cansadas”, por ser una mezcla de anfetaminas con barbitúricos que funcionaba al mismo tiempo como píldora dietética y antidepresivo. Las pastillas acabarían llamándose en argot “corazones púrpuras” y serían culpables de varias muertes en los años 60, una vez que su uso se generalizara entre los jóvenes.

Shirley Jackson en un juego mecánico. Foto: The Hulton Getty Picture Collection
Shirley Jackson en un juego mecánico. Foto: The Hulton Getty Picture Collection

Si a esto le sumamos que Jackson era una bebedora fuerte, además de tomar junto a las mencionadas pastillas otras como Valium y Thorazine, y que se daba atracones de pasteles, su cuerpo era una bomba de tiempo a punto de explotar.

De ahí vienen las protagonistas de sus historias: mujeres con múltiples problemas, absorbidas y atacadas por el espacio donde viven, ya sea la escuela o su propia casa. En su novela Hangsaman, cuenta cómo una adolescente, Natalie Wiate, hija de una pareja con un padre egocéntrico y una madre neurótica, ve la escuela como un lugar de escape para acabar encontrando lo mismo que en casa. Pero luego también encontramos a una de sus primeras narradoras no fiables, la protagonista de la que no sabemos a ciencia cierta si todo lo que cuenta es verdad o producto de su imaginación, sus inseguridades y su locura.

En El reloj de sol la locura rozará con el humor y regresará al terror, siempre bordeando los límites entre ambos. Esta novela trata de la historia de una familia de vieja alcurnia establecida en Nueva Inglaterra (donde si no, la vieja tierra natal de Lovecraft y sus rancias tías), que se prepara para el fin del mundo. La familia Halloran disputa la tenencia de la casa familiar, y el liderazgo del apellido, a la muerte del heredero varón. Aunque parece que en algún momento veremos el mundo de afuera, la verdad es que la novela se queda siempre entre los muros de la enorme casa, que tiene un jardín, y el mencionado reloj de sol. La gente de alrededor empieza a temer que el fin del mundo se acerca y que el único lugar seguro es dicha casona. Jackson crea un variopinto elenco de personajes en el que las mujeres son las más interesantes, ya que lucharán por sobrevivir a algo que no saben si es cierto o no, pero que no importa.

EN SU NOVELA MÁS FAMOSA y adaptada al cine, serie e incluso al teatro, La maldición de Hill House, Jackson incluye elementos ahora comunes y que se repiten en películas como Insidiuos, El resplandor o The Hell House: la incursión de alguien que tiene poderes extrasensoriales, el punto de vista de alguien que es un escéptico y la maldición de una casa o lugar que debido a un evento perpetrado años atrás, queda maldito.

Shirley Jackson y su pareja. Foto: The Hulton Getty Picture Collection
Shirley Jackson y su pareja. Foto: The Hulton Getty Picture Collection

En su última novela, Siempre hemos vivido en el castillo, la escritora reincide en un personaje femenino que no le causa gran cariño al lector porque de entrada dice: “Me llamo Mary Katherine Blackwood. Tengo dieciocho años y vivo con mi hermana Constance… No me gusta lavarme, ni los perros, ni el ruido. Me gusta mi hermana Constance, y Ricardo Plantagenet, y la Amanita phalloides, la oronja mortal. El resto de mi familia ha muerto”. La protagonista es la posible asesina de su familia, eliminada por un envenenamiento por hongos durante la cena (no hay pruebas), y a la que el pueblo odia porque todo indica que ella, Katherine, es la autora del hecho mortal

En el universo de Jackson las mujeres son seres condenados por su estirpe, atrapadas en casas enormes, casi siempre regalos del marido hacia ellas, que acaban convirtiéndose en obsequios envenenados de los cuales no pueden escapar. Más allá de los planteamientos fantasmagó-ricos, lo interesante en sus novelas y cuentos es la profundidad psicológica que alcanza, los miedos de sus protagonistas. Los hombres que temen perder su virilidad, su liderazgo, y las mujeres que acaban odiándose a sí mismas. Adentrarse en la obra de Jackson es asomarse en lo más oscuro de la vida conyugal y familiar, donde nada es lo que parece y todo puede terminar muy mal.

Mientras hacía las compras habituales, Shirley Jackson sufrió uno más de sus ataques de ansiedad. Eso derivaría en una agorafobia que la imposibilitó a salir desde entonces. Finalmente, murió a los 48 años de una insuficiencia cardiaca. Tal vez, no lo sabremos, devorada por su propia casa.

NOTA del AUTOR

1 Traducción personal de ambas citas.