“Siempre tuve la idea de la juventud como un tiempo de plena diversión y no fue mi caso”, entrevista con Magalí Etchebarne

Esgrima

Entrevista con Magalí Etchebarne
Entrevista con Magalí Etchebarne

Magalí Etchebarne es la escritora argentina ganadora del VIII Premio Ribera del Duero de Narrativa Breve por su último libro,
La vida por delante. Originalmente titulado La madre, el trabajo, la muerte, el amor, en estos cuatro relatos protagonizados por mujeres, amigas, hijas y madres, la autora retoma los temas de su primer libro, Los mejores días (2017). El enojo, la amargura y el dolor son tratados sin solemnidad, con la sensibilidad justa y echando mano del humor como quien da una palmada al lector. Viajará a México por primera vez en diciembre de este año para participar en la FIL Guadalajara; dice, entusiasmada, que va en busca de la Obsidiana.

Desde que ganaste el premio no paras de viajar, presentarlo, dar entrevistas. ¿Cómo es hablar tanto de tu obra? ¿Te sorprenden las lecturas de los demás?

Hace meses que estoy hablando del libro y muchas veces hay un acercamiento que parece muy naif, y yo no sentía eso mientras escribía porque a los personajes les pasan cosas terribles y porque en general son cosas que viví, que padecí y conozco ese dolor desde adentro. Entonces, que me hablen tanto del humor… sí, el humor está, pero no creo que sea un libro gracioso. El humor está porque no lo puedo evitar, me gusta para que la vida sea más liviana y pienso que en la escritura lo utilizo como una forma de disminuir el drama, pero así y todo siento que lo que les sucede a los personajes es denso. Una lectura que me gustó, porque no me había dado cuenta, es que aparece mucho la amistad como una forma de salvamento de las mujeres, el encuentro con otras desde un lugar amistoso, así sean sus contrincantes al principio. Es extraño tener que dar explicaciones de algo que uno hace artesanalmente. Mi propia escritura es un proceso de estar en el bosque, no veo a dónde estoy yendo.

Sin embargo hay una unidad entre los cuatro relatos, ¿tenías los temas en mente desde antes?

No, me daba cuenta cuando escribía y pensé “me estoy repitiendo, van a decir que es una reversión”, y más que esconder eso quizás me tengo que hacer cargo, estos son mis temas, no puedo evitar ser quién soy, lo tengo que poner en primer plano: por eso se me había ocurrido ponerlo como título, que después no funcionó. Quedó La vida por delante, el título del segundo cuento, una frase un poco amarga, ¿hasta cuándo uno le dice a alguien tienes la vida por delante? Mi mamá me lo decía mucho y como toda frase hecha tiene algo de verdad y algo de vacío, no dice nada. Nunca tienes la certeza de tener la vida por delante. Pero, además, ¿implica que lo que estás haciendo ahora es un borrador? El presente nunca alcanza, ¿hay algo que va a estar mejor en el futuro?

El presente nunca alcanza, ¿hay algo que va a estar mejor en el futuro?

A los personajes les pasan cosas terribles, pero no se lo toman con solemnidad, ¿buscabas ese efecto en la escritura?

En el primer cuento le pasaban demasiadas cosas a esa mujer y si o si… la historia B, el otro tiempo del cuento, el viaje, necesitaba que fuese liviano, pero casi por una cuestión musical, no sólo semántica… si acá está sonando esto tan fuerte, el texto necesita un espacio, un camino donde el lector descanse y suene más liviano. De eso sí fui muy consciente, los desvíos, cambiar de tema, que aparezca una escena más trivial. Porque en la vida también lo grave se enreda con lo nimio. Estás enterrando a tu madre y alguien hace un chiste y te ríes: la tragedia y la comedia en la vida están enredadas.

En el discurso que diste al recibir el premio mencionas la imagen de tu mamá leyendo como lo que te llevó a explorar la literatura. ¿Qué recuerdas que te transmitió esa escena?

Pienso en esas escenas que uno escribe o cuenta y que se vuelven fundacionales porque arman un relato. Esto era algo más chiquito: mi mamá no era una lectora voraz. Leía a la noche, cuando nos íbamos a dormir, yo sabía que lo hacía porque ella dejaba la puerta de su habitación abierta y el velador prendido. Y al día siguiente muchas veces me contaba sobre los personajes de la novela que estaba leyendo. Ella propiciaba la circulación de libros, aunque no tenía biblioteca, tenía todos los libros guardados en el armario, en la parte de arriba, como escondidos. Entonces más curiosidad me daba la idea de que los libros tenían algo que le hablaba a una, y que no necesariamente era algo para compartir, era algo de su mundo interior y eso me intrigaba mucho. Esa fue la escena que me hizo sentir atraída por los libros, porque no había otro lector en mi casa.

¿Cuánto hay de tu madre o de tu experiencia en esa
señora de “Piedras que usan las mujeres” y “Temporada de cenizas”?

La madre del primer cuento es una madre medio monstruosa, no por mala sino porque es una suerte de Frankenstein y tiene muy poco de mi mamá, lo único que hay de ella en todos los cuentos es la escena del cuidado, algo que yo sí tuve que hacer con ella. Junto a mi hermana, cuidar su cuerpo, atenderla durante mucho tiempo porque estaba enferma y estábamos en pandemia y si la hospitalizábamos no la íbamos a ver más, entonces acompañamos ese proceso de muerte que en otro momento no hubiera sido así porque hubiera estado internada. Las circunstancias hicieron que tuviéramos que hacer nosotras muchas cosas que yo no hubiera querido. Pero más allá de eso, esta madre que me inventé es una mujer que tiene un poco de mí y de otras mujeres que conozco, hay algo de la fantasía de imaginarme una mujer con carácter y a la vez enojada, el enojo sí es mío porque podía imaginarme de qué se trataba estar amargada y con rabia. Y después hubo algo con el cáncer que empecé a ver mucho a mi alrededor. Amigas que padecieron tratamientos y esta idea de que a veces el cáncer no te mata, sino que es una enfermedad que te puede acompañar mucho tiempo. Me interesaba esa mujer que vive de tratamiento en tratamiento y que muere de viejita en el tercer cuento. Y lo que veo es que en general las que te acompañan son otras mujeres, sea cual sea el espacio, instituciones médicas o espacios terapéuticos, en general las mujeres tendemos a hacer una red de compañía. Y eso me interesaba: las mujeres acompañándose en ese trance, las amigas de la madre, odiando juntas también, no como amigas color de rosa, sino permitiéndose odiar entre ellas, la amargura como un lugar donde las mujeres habitamos. Porque siempre hay algo de la mujer enojada con, o víctima de, y a veces hay un lugar intermedio que es esa amargura, de decir “nada va a cambiar, es injusto, no nos sale una bien”, ganamos una y es como la frase de Simone de Beauvoir: nada está conquistado para siempre. Parece una profecía autocumplida, damos un pasito y retrocedemos tres. Siempre tuve la idea de la juventud como un tiempo de plena diversión y no fue mi caso, y ahora que tengo cuarenta años, hay cosas que conquisté, pero empiezo a detectar cómo ya en muchas cosas empiezo a estar de salida, eso me da bronca, cómo al final nunca tienes nada conquistado porque siempre hay que estar lidiando con batallas nuevas, cuando no te falta experiencia, te sobra. Es una sensación de inadecuación: nunca estás en el lugar indicado en el momento indicado, siempre estorbas, nunca eres la que se espera que seas.

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