El canto de las sirenas, las mujeres-ave, según la tradición griega, atrae hacia la muerte. Vermeule ha llegado incluso a afirmar que las sirenas suceden a las nereidas como afligidas deidades que entonan cantos fúnebres.1 Su voz se asocia con el encantamiento y con la pérdida de uno mismo debido a la música que, con diestra habilidad, interpretan. En la iconografía las sirenas aparecerán muchas veces representadas en un estado de ensimismamiento, mirándose en el espejo, y otras, como en un lécito ático del siglo v, tocando la lira e, incluso, un aulós. Así también aparecen descritas en las Argonáuticas órficas.2 Las sirenas pasaron a ser, con el tiempo, las musas de los infiernos, profesionales del lamento fúnebre, por tener una actitud más controlada y, al mismo tiempo, seductora y peligrosa, que la de las nereidas. Del peligro de su poderoso (en)canto habla Platón en el Banquete, cuando se compara a Sócrates, por su elocuencia, con las sirenas;3 en el Fedro, cuando Sócrates asocia a las cigarras con sirenas,4 y, finalmente, en el Crátilo, donde las mismas sirenas están hechizadas por los relatos que cuenta Hades.5 Circe advierte a Odiseo en el canto XII del poema homérico: quien escucha su voz nunca regresa. Con sus cantos, atraen y atan a un destino aciago a los desgraciados que, sin poder librarse de ese hechizo, acaban convertidos en cuerpos marchitos y huesos en la playa. Por eso le recomienda que, para contrarrestar este efecto que desliga de la vida, se ate a un mástil, de tal forma que no renuncie al placer de escucharlas, pero tampoco pierda el sentido y se arroje a las aguas.6 Incluso en el día más soleado puede encontrarse, a través de ellas, la muerte. Las sirenas comienzan su canto: “nadie en su negro bajel pasa aquí sin que atienda / a esta voz que en dulzores de miel de los labios nos fluye”.7 Y así, atado, las escucha sin sufrir daño alguno.
Las sirenas se podría decir que enfrentan dos músicas, una mortífera y otra apolínea, una desmesurada y otra que apunta al orden y la medida
Quien también se encaró exitosamente a las sirenas, bajo la sombra del mismo peligro, fue, según Apolonio de Rodas, Orfeo, quien en la expedición de los argonautas contrarrestó su funesta canción con su melodioso canto. La vibrante música de Orfeo anula la fascinación que ejercen las sirenas. Un combate, por tanto, entre un canto de treno, incluso acompañado de aulós, y el canto ordenado que imprime el sonido de la lira. Vence la lira, vence la vida, vence la mesura de la cuerda a la desmesura del viento. “La lira derrotó a la voz de las doncellas”.8 Durante todo el viaje, Orfeo, hijo de la musa Calíope y el rey tracio
Eagro, brinda orden y alegría. Las sirenas nada pueden hacer frente a quien proporciona una melodía que rescata del ensimismamiento más peligroso. Se podría decir que enfrentan dos músicas, una mortífera y otra apolínea, una desmesurada y otra que apunta al orden y la medida. Sin embargo, si por algo es conocido Orfeo, no es tanto por neutralizar a las sirenas, sino por aunar como pocos mitos música amor y muerte. Por amor desciende Orfeo al Hades en busca de Eurídice, fallecida a causa de la mordedura de una serpiente.
NOTAS DEL TRADUCTOR
1 Vermeule, 1984: 330-331.
2 Argonáuticas órficas, trad. Sánchez Ortiz
de Landaluce, 2005: 178-179.
3 Banquete, Platón, 2000c: 270.
4 Fedro, Platón, 2000c: 367.
5 Crátilo, Platón, 2000b: 394.
6 Odisea, Homero, 2000: 190-191.
7 Odisea, Homero, 2000: 194-195.
8 Argonáuticas, Apolonio de Rodas, 2022: 207.