El duelo, el padre, el hermano

La primera novela de la escritora mexicana Socorro Venegas, La noche será negra y blanca (Contraseña Editorial, España, 2024) con la cual obtuvo el Premio Nacional de Novela Carlos Fuentes, plantea con una prosa directa cómo enfrentar el dolor ante la muerte, los vínculos del amor paterno, el sentido de búsqueda, la fractura familiar y personal. Brenda Ríos nos invita a explorar este libro en el que sus protagonistas atraviesan lo imprevisto, la incertidumbre y las consecuencias de ciertas decisiones.

Portada del libro "La noche será negra y blanca" Imagen: Especial

El duelo es una especie de terminal: uno no está en ninguna parte. Es una transición, un no-lugar, un momento que va del lado al lado b. Pero justo ese momento puede durar años, y nunca irse del todo.

A Joan Didion le sirvió acomodarse en lo que llamó el pensamiento mágico. Es decir, la manera de enfrentar la pérdida de su marido, y posteriormente la de su hija, fue instalarse en un no-lugar, en el dato duro, en información que servía para llenar el espacio y el tiempo, en explicarse cosas. Los datos ayudan. Nos hacen creer que lo que no tiene sentido tiene explicación. En la vida detenida, en los trámites, en la fuerza natural de todo lo que continúa estos relatos se construyen para explicarse cosas. Para perdonarse también. Para despedirse. Una carta de amor sin posible respuesta. Una última carta de amor. O despecho, o dolor. O reclamo, que es otra manera del amor.

Algunos libros (Lo que no tiene nombre de Piedad Bonnett, Canción de tumba de Julián Herbert, Diario de duelo de Roland Barthes), que surgen desde la pérdida hacen hincapié en lo que no se puede pronunciar, lo trágico, lo vergonzoso, lo que no se supera. En la vida que debería seguir, pero no logra hacerlo por sí misma: “Mis ojos vuelven a ver un mundo insólito. La casa de mi infancia es un cálido lugar con columpios inventados por mi padre”. Esto dice Andrea, la protagonista de La noche será negra y blanca.

EN LA NOVELA DE SOCORRO VENEGAS existe un duelo doble: un hermano y un padre que dejan de existir para ella y su madre. Dos hechos concatenados que marcarían el destino de las mujeres que se quedan. Cuando un hijo muere deja una herida abierta. “No es consuelo para nadie, tras perder un hijo, conservar otro”, dice la hija. Una familia de cuatro se convierte de pronto en una familia de dos y donde una de ellas habita la realidad en ausencia.

Es una emoción curiosa escuchar a mamá contando un recuerdo. Su manera de evadir el miedo, el dolor, no ha sido olvidar. Si fuera una pertenencia o una cualidad, olvido sería lo más fuerte que ella tiene, un pilar. (…) el silencio nos absorbe, se vuelve un remolino que puede llevarnos muy lejos, pero ella lo detiene como parece haber detenido y abolido todo: el dolor, la esperanza, nuestro pasado común.

Esa herida tiene dos posibilidades: o se estanca en el dolor, en la apertura de la carne, o se busca cómo sanarla. El olvido no se permite. Nuestra memoria está vinculada a nuestro modo de relacionarnos afectivamente con otros después del suceso, del momento detenido en el tiempo.

LA NOCHE SERÁ NEGRA Y BLANCA puede leerse como una historia de una sobreviviente de la pérdida, pero a la vez, en un bordado doble, otra lectura también es la historia de una mujer joven buscando su destino.

En la novela existe un duelo doble: un hermano y un padre
que dejan de existir para ella y su madre. Dos hechos que marcarían el destino de las mujeres

Al morir Gabriel, el hermano de Andrea, el padre se va de la casa. Muchos años después ella recibe su llamada y va en su búsqueda. Mientras no lo hiciera, su vida sería como una burbuja flotando en un cuarto cerrado. La única salida era buscar el origen de su historia familiar. En una tragedia podría no haber culpables, pero hay afectados, y esos mismos podrían pasar la vida entera preguntándose qué pasó, mas cuando nadie habla todo se vuelve difícil. Andrea, entonces, debe hacer el camino del héroe: confrontarse con la idea, salir, hallarse fuera, volver y hacer ese camino de vuelta. En medio de todo, la madre no habla, no suelta, no explota y hay también una figura masculina importante: el mentor que está muriendo de una enfermedad lenta. Entre él y Andrea se afirma el vínculo de un aprendizaje padre-hija o de simple amistad entre una aprendiz y un maestro anciano.

No es, aunque pudiera parecerlo, una historia de redención: la hija perdona al padre (el abandono en que nos tuvo cóbraselo caro cantaría el coro), no es tampoco el libro de las explicaciones a destiempo. La gente es lo que es y hace lo que hace motivada por razones que no imaginaríamos. Venegas logra, en este relato doloroso, poner las cosas en su lugar sin lamentarse, pero sí mirando desde el lugar de la empatía la vida de sus padres, y su propio camino para convertirse en lo que sería. El tiempo que le lleva a alguien comprender, o dejar de hacerlo, el desvanecimiento de los afectos, lo que no se supera
y la inercia de los actos de quienes se quedan.