Mitología de la memoria

REDES NEURALES

Mitología de la memoria
Mitología de la memoria Foto: Wikimedia Commons

En su Teogonía, Hesíodo describe a la memoria como una figura mitológica: en el principio de todas las cosas, se encuentra el Caos. Después viene a la existencia la diosa Gea, que alumbra a Urano y después, acostada con él, procrea muchos hijos, entre ellos a Mnemósine, la memoria, y a su hermano Cronos, el tiempo. A su vez, Mnemósine y Zeus tienen nueve hijas: son las Musas. Como todos sabemos, las musas regalan inspiración a personas dedicadas a la poesía épica, la historia, la música, la poesía lírica, la tragedia, el himno, la danza, la comedia, y la astronomía.

¿De dónde proviene esta tradición mitológica? Hesíodo creció junto al monte Helicón, donde había un culto arcaico a las Musas. Según su propio testimonio, su vocación poética provenía de una aparición de la Musas mientras cuidaba a su rebaño al pie del monte. Es razonable suponer que el poeta escuchó leyendas y conceptos que florecían en torno al templo y las estatuas en la región de Beocia, donde se realizaba un festival conocido como Museia, dedicado a las diosas.

Desde el punto de vista etimológico, las Musas son aquellas que saben y recuerdan todo porque heredan el saber de Zeus y Mnemósine. Hoy en día las imágenes de naturaleza mitológica nos recuerdan que los griegos tenían en alta estima el fenómeno de la memoria, y consideraban que su naturaleza divina podía dar a luz las manifestaciones más nobles de la creatividad. Algunos siglos después el tema de la memoria reapareció bajo la forma de una alegoría fantástica dispuesta para el análisis de un gran filósofo. Me refiero a la historia egipcia del rey Tamus y del dios Toth en torno a la escritura y la memoria.

Todo parece indicar que la arquitectura de los recuerdos se extiende más allá del cráneo

EN LOS DIÁLOGOS DE PLATÓN, el problema de la memoria aparece en el texto titulado Fedro o del amor. Sócrates toma la palabra y narra una leyenda acerca de la memoria:

Me contaron que en Egipto hubo un dios, uno de los más antiguos del país, al que los egipcios llamaban Toth. Se dice que inventó los números, el cálculo, la geometría, la astronomía, así como los juegos del ajedrez y de los dados y, en fin, la escritura. El rey Tamus reinaba entonces en aquel país; habitaba la gran ciudad de Tebas, bajo la protección del dios Ammon. El dios Toth se presentó ante el rey y le manifestó las artes que había inventado, y le dijo lo conveniente que era extenderlas entre los egipcios. Cuando llegaron a la escritura, estas fueron las palabras de Toth: “¡Oh rey! Esta invención hará a los egipcios más sabios y servirá a su memoria; he descubierto un remedio contra la dificultad de aprender y retener.” Pero el rey contestó: Ingenioso Toth, le atribuyes todo lo contrario de sus efectos verdaderos. Ella no producirá sino el olvido en las almas de los que la conozcan, haciéndoles despreciar la memoria; confiados en este auxilio extraño abandonarán a caracteres materiales el cuidado de conservar los recuerdos, cuyo rastro habrá perdido su espíritu. Das a tus discípulos la sombra de la ciencia y no la ciencia misma. Porque cuando vean que pueden aprender muchas cosas sin maestros, se tendrán ya por sabios, y no serán más que ignorantes, en su mayor parte, y falsos sabios insoportables en el comercio de la vida.

Esas fueron las palabras del rey frente al regalo de la escritura. Podemos detenernos a reflexionar acerca de la tensión entre un dios que trae el invento de la escritura, y la negativa del rey, quien desconfía del invento. Tal vez es una versión mitológica de la desconfianza que algunos filósofos y educadores –el propio Sócrates, entre ellos– sentían hacia la escritura, pues debilitaba, a su juicio, los poderes de la memoria humana para almacenar información. Estos poderes fueron llevados a su esplendor mediante la sofisticada técnica griega conocida como mnemotecnia, la cual requería una gran disciplina. Según los escépticos,
la escritura reducía el nivel de esfuerzo necesario para almacenar y reproducir el conocimiento, y provocaba una pérdida de capacidades. Esta clase de debates ocurren en todas las épocas de la humanidad, frente a innovaciones técnicas como la escritura, la imprenta, la electricidad, la computación. En su historia universal, Isaac Asimov adopta la actitud contraria y afirma sin ambigüedades que la escritura es el más grande invento de la humanidad.

SEGÚN LA METÁFORA GRIEGA, la memoria es un gran museo. Resguarda imágenes de los acontecimientos perdidos. Todo aquello que nos conmueve, lo que ha provocado la exaltación de los músculos cardiacos y las variaciones respiratorias: cualquier evento con implicaciones significativas para nuestro futuro es digno de aparecer en el intrincado museo griego del cerebro. Y todo parece indicar que la arquitectura de los recuerdos se extiende más allá del cráneo: el sistema nervioso alcanza cada rincón del cuerpo, y las células de todo el organismo contribuyen de alguna forma al aprendizaje, o se adaptan y sufren transformaciones durante el contacto con el mundo. Más aún, los sistemas simbólicos y tecnológicos construidos de manera colectiva también resguardan claves físicas que activan nuestra memoria.

En su formidable Antropología del cerebro, Roger Bartra plantea que el tejido cultural funciona como una prótesis que interactúa con nuestras redes neuronales. Si olvidamos algo importante podemos encontrarlo en nuestros cuadernos, libros o dispositivos electrónicos. Bajo esa pauta, los filósofos David Chalmers y Andy Clark desarrollaron el concepto de la mente extendida, según el cual los procesos cognitivos no se limitan al cerebro o al cuerpo, sino que se extienden por el mundo físico en virtud de las tecnologías de la información, en el sentido más amplio del término. Pero el trabajo diario como médico me ha llevado a analizar los límites de los recursos externos y su auxilio cotidiano. Los procesos patológicos cerebrales pueden compensarse solamente hasta cierto punto. Más allá de ese límite se encuentra la dura realidad de la patología cerebral. En alguna ocasión atendí a un paciente con psicosis y un cuadro de amnesia severo, como resultado del alcoholismo crónico y la desnutrición, que afectan la sustancia blanca del cerebro. Al preguntarle cuánto tiempo llevaba hospitalizado en el Instituto de Neurología, el paciente me dijo: “Desde siempre. Desde que empezó el tiempo.” Como suele suceder, hay cualidades estéticas inquietantes en el discurso de las personas que padecen un estado de delirio. Una disfunción fundamental en la memoria conduce a una alteración penetrante en la noción del tiempo. La vieja hermandad entre Cronos y Mnemósine aparece una y otra vez con formas diversas.