Hannah Arendt, comprender para sobrevivir

La filósofa Hannah Arendt analizó los acontecimientos que le tocó vivir desde la experiencia. La auténtica libertad humana –decía– sólo se da en la vida pública, no en la teoría ni en la contemplación. También criticaba los movimientos totalitarios, el fanatismo y el binomio inseparable: el poder y la violencia. Sólo a través de la acción los seres humanos muestran quiénes son, y ahí nace su verdadera identidad. En esta entrega, Elena Enríquez Fuentes nos acerca al pensamiento de Arendt, hoy más vigente que nunca.

Arendt huyó de la Alemania nazi en 1933 y finalmente se instaló en E.U. Foto: Revista Santiago

Cualquiera puede causar daño de grandes proporciones: asesinar o herir, nadie está exento de hacerlo. Matar, atentar contra la integridad, puede ser un acto consciente o ignorante. Esta fue una de las grandes preocupaciones de Hannah Arendt, trató de comprender por qué ocurre y concluyó: “Sin importar si la agresión es premeditada o no, es ineludible asumir la responsabilidad de nuestros actos”. Reflexionar para entender qué hacemos, cómo, para qué y sus consecuencias, es irrenunciable, ese era el territorio de la política para Arendt.

Para ella todos los actos humanos son una cuestión pública, porque nos competen a todos. Aún cuando se realicen en el ámbito de lo privado, nos afectan como sociedad. ¿Podemos perdonar a quién decide no pensar y sólo actúa? Hannah Arendt nos enfrenta a ésa y tantas preguntas más, nos confronta con la raíz del mal y la responsabilidad de cada individuo ante él. Considera un acto de supervivencia entender la libertad, la condición humana y el amor.

Somos seres impredecibles, en eso consiste nuestra complejidad. Para Arendt no hay una naturaleza humana, los individuos nos construimos socialmente, pero el medio no nos determina, es un condicionante, como el impulso de satisfacer necesidades. No somos autómatas, ¿qué nos lleva a comportarnos de una u otra forma?, ¿por qué renunciamos a tratar de entender? Eran preguntas muy inquietantes para ella. Sus obras El origen del totalitarismo, La condición humana y Eichmann en Jerusalén. Un informe sobre la banalidad del mal, son algunos de sus libros más influyentes. Hoy, comprender qué es el mal, cómo ser libres y la importancia del amor en nuestras vidas, requiere acudir a ellos como referentes imprescindibles.

HANNAH ARENDT CONSIDERÓ como su campo de trabajo la teoría política, no la filosofía. Quiso distanciarse de la filosofía porque esta actividad aspira a una cierta imparcialidad, en tanto, para ella era indispensable tener una postura desde la experiencia y la subjetividad, para comprender a otros y a nosotros mismos.

Para Arendt no hay una naturaleza humana, los individuos nos construimos socialmente, pero el medio no nos determina

Después de la participación de cientos de funcionarios nazis en una maquinaria industrial, donde la producción era la muerte de millones de seres humanos, Hannah Arendt, quien sufrió en carne propia esa persecución, creyó que los grandes cuestionamientos del siglo XX serían políticos: ¿cuál es la raíz del mal?, ¿cómo lograr armonía y una coexistencia pacífica?, ¿qué significa ser humano? Renunciar a tratar de comprender para Arendt es negar lo humano, la posibilidad de ser libres y amar.

El mal no es nunca “radical”, solo es extremo, carece de toda profundidad y de cualquier dimensión demoníaca. Puede crecer desmesuradamente y reducir todo el mundo a escombros precisamente porque se extiende como un hongo por la superficie. Es un “desafío al pensamiento”, (…) porque el pensamiento trata de alcanzar una cierta profundidad, ir a las raíces y, en el momento mismo en que se ocupa del mal, se siente decepcionado porque no encuentra nada. Eso es la ‘banalidad.

Así explica Hannah Arendt el mal, en una
carta que envió a Gerhard Scholem, y agrega:
“Profundo y radical sólo es el bien.” Lo aterrador del mal para ella es su carácter superficial, por eso lo puede practicar cualquiera, se gesta en la renuncia a pensar, a profundizar. Quedarse en la superficie, en la medianía, nos vuelve proclives a dañar. El bien requiere practicar el entendimiento.

NO VIO A SU CONDICIÓN JUDÍA como un principio de identidad, sino como un hecho fáctico. Para ella la identidad no se posee, no es algo intrínseco, cada individuo la descubre por su interacción con otros. Nos moldeamos al tratar con los demás, por eso no podemos renunciar a pensar, hacerlo es anularnos, lleva a la autodestrucción. Afirmar la individualidad, la diferencia, es el camino para sobrevivir, obliga a la conciliación, a la acción política. Los regímenes totalitarios, el capitalismo, promueven homogeneizar. En el primer caso para controlar a la población, en el segundo, para fomentar el consumo. Ambos suprimen la individualidad, la diferencia; el Estado bajo el argumento de un ideal, el consumo con la promesa de calidad de vida. Ambos terminan siendo un engaño.

La vida personal de Hannah Arendt despierta curiosidad, nació en 1906 y murió en 1975. Varias veces contó cómo su madre la educó de un modo liberal. La expulsaron de la escuela por su carácter independiente y habilidad para cuestionar. A los catorce años ya había leído a Kant. Ingresó a la universidad a los diecisiete por un examen de acreditación de conocimientos. Algunos de sus profesores fueron Edmund Husserl, Martin Heidegger y Karl Jaspers. Al comenzar sus estudios de filosofía ella y Heidegger se enamoraron, suspendieron la comunicación en varios periodos, podemos leer su correspondencia, duró hasta poco antes de la muerte de Arendt. Bajo la tutela de Karl Jaspers escribió su tesis doctoral: El concepto del amor en San Agustín.

¿Qué nos mantiene en lo real y la cordura? Para Hannah Arendt el amor, afirmó con seguridad: “Nunca en mi vida he ‘amado’ a ningún pueblo ni colectivo […], ni a la clase obrera, ni a nada semejante […] el único género de amor que conozco y en el que creo es el amor a las personas.” Para Arendt amar ideales o cosas nos desconecta de quiénes somos: seres humanos.