Relatos cronológicos, Franz Kafka

“Los veintitrés relatos recogidos en este libro ofrecen una muestra amplia y representativa de la obra de Franz Kafka; la singularidad de la selección reside en su organización cronológica, en algunos casos aproximada, que permite apreciar la evolución de su escritura y su universo creativo. Gauger y Kovacsics, grandes conocedores de la obra de Kafka, firman estas traducciones realizadas con la clara intención de respetar las peculiaridades del escritor checo”. (Fragmento de la nota de edición de Alianza Editorial. Con su autorización, presentamos tres de esos relatos.)

Relatos cronológicos, Franz Kafka Foto: Ilustración de El Rubencio / Alianza Editorial

Traducción: Carmen Gauger Y Adan Kovacsics

DESEO DE SER PIEL ROJA

Quién fuera un indio americano, siempre en estado de alerta, y, con el caballo al galope, cortando el aire, vibrara una y otra vez sobre el sue-
lo vibrante hasta dejar las espuelas, pues no hay espuelas, hasta soltar las riendas, pues no hay riendas, y ver delante el terreno como un prado recién segado, ya sin cuello de caballo ni cabeza de caballo.

EN EL TRANVÍA

Estoy en la plataforma del tranvía y me siento completamente inseguro en cuanto a mi posición en este mundo, en esta ciudad, en mi familia. Ni siquiera de pasada podría indicar qué derechos, y de qué índole, podría yo reclamar en justicia. No puedo justificar en absoluto que yo esté en esta plataforma, que me agarre a este asidero, que me deje llevar por este vehículo, que la gente ceda el paso al tranvía o camine en silencio o esté parada delante de los escaparates. Nadie exige eso de mí, cierto, pero eso da igual.

El tranvía se acerca a una parada, una muchacha se sitúa junto a los escalones dispuesta a apearse. Para mí tiene una figura tan nítida como si la hubiera palpado. Está vestida de negro, los pliegues de la falda casi no se mueven, la blusa es ajustada y tiene un cuello de encaje blanco y tupido, apoya la mano izquierda, abierta, contra la pared, el paraguas que lleva en la derecha está sobre el segundo escalón. Su rostro es moreno, la nariz, ligeramente estrecha por los lados, es al final redonda y ancha. Tiene abundante pelo castaño y pelillos sueltos en la sien derecha. Su pequeña oreja está muy pegada a la cabeza, sin embargo, como estoy cerca, veo todo el dorso del pabellón derecho y la sombra que forma en el nacimiento de la oreja.

Yo me pregunté entonces: ¿cómo es posible que no se asombre de sí misma, que mantenga cerrada la boca y no diga nada sobre todo eso?

Estoy en la plataforma del tranvía y me siento completamente inseguro en cuanto a mi posición en este mundo, en esta ciudad, en mi familia

ESTRUENDO

Estoy sentado en mi cuarto, en el cuartel general del ruido de todo
el piso. Oigo golpear todas las puertas, el estruendo que producen sólo me libra de oír los pasos de quienes salen y entran por ellas; oigo incluso cómo alguien en la cocina cierra de golpe la puerta del horno. Mi padre derriba las puertas de mi cuarto y pasa arrastrando la bata; en la habitación vecina están rascando las cenizas de la estufa; Valli pregunta a gritos a través del recibidor, marcando las palabras, si ya han limpiado el sombrero de mi padre, un siseo que pretende serme favorable provoca encima el grito de una voz que responde. La puerta del piso, a lanzarse el picaporte, produce un ruido como de garganta acatarrada, luego continúa abriéndose mientras canta una voz femenina, y se cierra por fin con un golpe sordo y viril que, al oído, es el más despiadado. Se ha marchado mi padre, ahora comienza el ruido más suave, más disperso, más sin esperanza, dirigido por los dos canarios. Ya en tiempos pasados –con los canarios me viene ahora a la memoria– pensé en abrir un poquito la puerta, deslizarme como una serpiente por eso es resquicio en la habitación vecina y así, reptando, pedir silencio a mis hermanas y a su empleada.

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