Hoy enterramos la lavadora.
Y hoy también los Dodgers sepultaron a los Yankees.
Qué semana capitán. Y apenas es miércoles.
Megalópolis de Francis Ford Coppola
De todos mis matrimonios, el más largo ha sido con mi lavadora. Créanme que lo último en lo que está pensando un punk es en comprarse una. Pero en el 2012 me vi obligado a hacerlo. No recuerdo qué precipitó mi decisión por ese modelo, pero ha sido una de las mejores decisiones que he tomado en la vida.
Su partida me hizo pensar en lo jodidos que nos encontramos como especie. Como si no fuera suficiente con el robot de Elon Musk, acaban de sacar al mercado la cerveza en lata sabor mango chamoy. Nunca en mi vida había visto que le faltaran tanto el respeto al borracho como ahora. También las amas de casa y los solteros hemos recibido un flagrante revés en materia de línea blanca (no la que están pensando).
Resulta que el mundo no sólo se está poniendo viejo, sino que además todo es más chafa. Es lo que me dijo el técnico de la marca cuando le cambió los muelles a mi Dorotea. Le pregunté si era hora de sustituirla. Me explicó que las lavadoras de nueva generación no salían buenas. Que mejor me quedara con la que tenía, aunque me maltratara el elástico de las bombachas, pegara de coces como un potro salvaje e hiciera más ruido que un borracho roncando.
Ahora, además de la cansada chamba de tratar de educar a una hija adolescente, tengo que preocuparme por elegir una lavadora que no me cueste el equivalente de un abono del Corona Capital en fase cuatro. Busqué reseñas en redes y acabé más desolado que Tony Soprano en el episodio de los patos. No existe un solo ejemplar que salga bien librado. A pesar de las porras que le echa la PROFECO a algunas marcas, ninguna goza de la reputación de los modelos de antaño. Maldito futuro, me estás defraudando, antes uno elegía una al azar y te duraba una década, ahora hay que estudiar el aparato que te vas a comprar y correr con el riesgo de que te deje tirado a la primera.
Sí, ya sé lo que están pensando. Yo estoy craneando lo mismo. ¿Acaso Bukowski se vio alguna vez aquejado por el mismo dilema? ¿Pedro Juan Gutiérrez lava su ropa a mano o en una lavandería? A veces uno quisiera vivir en una serie sólo para que alguien más se ocupara de estas monsergas. Imagínate ser el Pingüino y que tu única actividad fuera matar y robar y no tuvieras que romperte el seso por una estúpida lavadora. Cuántas, de todas las horas que he estado arranado escribiendo, ha estado la lavadora con su sempiterno chacha chaca. Seguro más de la mitad. Entonces se podría decir que el acto de la creación no es tan solitario como suponemos. Muchas jornadas me ha acompañado la fiel escudera que se encarga de mis trapos.
Mientras escribo esto, observo el lugar en el que se aposentaba la lavadora y al no verla experimento una angustia inextricable. El vacío que dejó es tan grande como el socavón que produjo en mi alma la derrota de los Yankees. Toda la temporada se comportaron como los putos amos para al final cruzazulearla. Y peor, porque de jodido aquellos ya fueron campeones hace no mucho. Pero los Yankees desde 2009 batean pura basura. Como si fueran una lavadora de las recientes.
El día del quinto partido un estruendo cimbró mi departamento. Pensé que había tronado un transformador a unas calles. Fue mi lavadora, que pegó un salto tan encabritado que cuando besó el piso se rompió la tina. El tubo donde se encajan las aspas se partió y la pobre se fue al infierno. Si fuera supersticioso habría tomado aquello como un mal presagio. Pero en ese momento todavía no me rompían el corazón. Pensaba que el equipo remontaría y ganaría la serie. Jajaja, qué risa la de mi pendejez. Cuando la lavadora murió me lo tomé con filosofía, con el dinero que ganara de las apuestas que hice me compraría una nueva. De esas todas fancy de burbujas que usan los ricos en las telenovelas. Y tómala, que todo se va a la mierda.
No puedo dejar de darle vueltas en mi cabeza a lo ocurrido. Como una lavadora que hace girar la ropa sucia, mi mente me hace repensar cada uno de los errores cometidos por los Yankees en el quinto partido. Lo que me asombra más es que se trataba de jugadas de rutina. Cuántas veces al año no entrenan las mismas jugadas básicas. Elevado al central. Tiro a tercera. Rola a primera. De primaria. Movimientos sencillos. Si esas las ejecutan bien hasta los peloteros llaneros, uno esperaría que para los Yankees fuera pan comido. Y, sin embargo, como si se tratara de una coincidencia macabra, fallaron en lo más elemental. De poco sirvió la ventaja de cinco a cero, terminaron por perder el partido y el campeonato.
En los últimos años he tenido cuatro pantallas. Y me ha valido madres, no he entablado ningún vínculo tan poderoso como el que hice con mi lavadora.
No sé qué lavadora comprar. Ni por qué se ha vuelto tan crucial escoger una en estos tiempos. Ahora entiendo a aquellos que aseveran que los ha rebasado el capitalismo. Espero que en mi siguiente reencarnación la tecnología haya encontrado una solución a esta bronca. El vínculo con mi vieja Dorotea ha sido más fuerte que con el refri
o con la estufa. Cuando se jode un sillón, uno lo saca a la calle y no tarda en levantarlo un carromato. Cuando jubilamos nuestros colchones no tarda mucho un pepenador en agenciárselo. Y así todo.
Pero nada duele como la lavadora. Me supone un gran respeto. Una vez vi una peli porno donde una pareja tenía sexo encima de una. Cualquiera que haya leído esta columna sabe que no me escandalizo fácilmente, sin embargo, no me puso horny la escena. Entiendo que se pueda pimpear en la regadera, encima de una fotocopiadora, en los baños de una funeraria, hasta en la calle. Sobre la lavadora no lo entiendo. No se come donde se lava, o cómo era el dicho.
Me desgarró por dentro ver a los dos chalanes cargar con Dorotea y llevársela al cementerio de las lavadoras. Ni mis divorcios me han podido tanto, gada madre. No por nada Sonic Youth bautizó uno de sus discos como Washing machine. Por la carga ontológica que conlleva. Desde que tronó Dorothy no he dejado de escuchar ese álbum tratando de descifrar las claves de la crisis en que me hallo inmerso. “Yeah, I take my baby down to the street and I buy him a soda-pop”.
El reloj me está pisando los callos. Para cuando este texto se publique, ya habrá comenzado el buen fin y tengo que tomar una decisión. ¿Una nueva Whirpool que ya son rendidoras como las viejas Whirpool o aventurarme por otra marca? Ninguna me gusta. Se trata de una nueva corriente de pensamiento que no estoy preparado para enfrentar.
No puedo cagarla en esto como los Yankees.
En conclusión: qué difícil es la ciencia de escoger lavadora.
Ya sáquenme de este tugurio llamado vida.