Estoy en casa de mis padres. Ana y yo hemos vuelto de la boda de mi hermano poco antes de que terminara la celebración. En el momento de irnos los mariachis entregaban sus últimas canciones. Es una costumbre rara que la música más estruendosa se toque cuando la oscuridad está en su punto más alto. Justo a esas horas, creo, se requiere muy poco para romper la cortina de silencio que cae con la noche. También es verdad que ése es el mejor momento del día para cantar y extender un lamento. Ana y yo hemos vuelto un tanto pasados de tragos y nos quedamos a dormir en la sala. Arriba, en su habitación, D. duerme. Decidió volver antes porque el bullicio de la fiesta y el alto volumen de la música le aturden.
En la cabeza me dan vueltas algunas melodías del mariachi. Es “Cruz del olvido”, mi padre la canta. Luego “Cielo Rojo”, que no la escuché durante la noche, pero mi madre la estuvo pidiendo. Revolotean notas y pienso en D. Hace poco más de un año perdió la audición del lado izquierdo. No somos una familia particularmente musical, no tenemos formación en ese sentido, pero todos cantamos de manera recurrente. D. escribe y produce sus propias canciones desde hace algunos años. Le admiro y me conmueve escucharlas. Estoy sensible. Siempre que regreso a casa de mis padres me encuentro así. Ahora estoy un poco ebrio y eso aviva algunos sentimientos. Duermo. Despierto y no recuerdo lo soñado. Debió ser un sueño sin música, porque la música difícilmente se olvida.
AL CABO DE UNA SEMANA pienso en el tema, no de forma casual, tuve que hacerlo por motivos de trabajo. Recuerdo un título y lo encuentro en mi librero digital: Musicofilia de Oliver Sacks. En un apartado titulado “Dormido y despierto: sueños musicales", Sacks cita al neurocientífico Irving J. Massey, quien asegura que la música en los sueños es igual que en la vigilia. Se podría decir, apunta Massey, que “la música nunca duerme. Es como si fuera un sistema autónomo, indiferente a nuestra conciencia o a la falta de ésta”. Según Massey, la música soporta el paso del desvelo al sueño mejor que cualquier otra de las facultades humanas. Mientras el lenguaje o los elementos visuales son distorsionados por el sueño, “la música permanece”.
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Sacks me lleva de vuelta a D. Leo que en 1996 el autor recibió una carta del doctor Jørgen Jørgensen, quien tuvo el mismo infortunio que D. En ella su amigo le contó que su apreciación de la música cambió de forma radical cuando perdió la capacidad auditiva del oído derecho. Dice Sacks que “la percepción estéreo real, se basa en la capacidad del cerebro de inferir profundidad y distancia”, y que la reverberación desempeña un papel infravalorado a la hora de comunicar emoción. El aplanamiento en la percepción es a su vez un aplanamiento emocional.
En El origen del hombre Darwin dice que “ni el disfrute de la música ni la capacidad para producir notas musicales son facultades que tengan la menor utilidad para el hombre”, por lo cual deben “catalogarse entre las más misteriosas (cualidades) con las que está dotado.”
La música es imprescindible. Pienso que en sus sueños D. escucha en calidad estéreo sus propias canciones, y las que habrá de escribir después.