El fin de semana musical más esperado del año fue la navidad adelantada para los amantes de los festivales. A algunos, como al morrito Kiki, les trajo un bajo, cortesía de Mike Dirnt de Green Day. Para la vieja guardia el agasajo lo aportó Toto. Como diría el meme, pa que se diviertan los adultos mayores. Y para otros, el milagro lo produjo New Order la noche del sábado.
Siempre lo he dicho: hay que huir de la cerveza sin alcohol como si de los Testigos de Jehová se tratara. Sin embargo, lo más ponchado de la segunda jornada lo patrocinó precisamente el escenario Corona Cero. Me hizo olvidarme de la indignación que me produjo que obsequiaran esa chela balín a la entrada del festival. Cuando vi a los garsones con las charolas con muestras gratis me abalancé como chimpancé, sólo para meter la reversa tronadota. Antes muerto que darle un sorbo. Los que beben esa monstruosidad son los mismos que preguntan si la salsa pica.
El Corona Capital últimamente es algo controvertido. Y este veinte veinticuatro la banda se quejó de que el cartel no estaba tan efectivo como el del año pasado. El festival mismo lo propició un poco. La edición anterior dejaron la vara muy alta. Pero conforme el fin de semana se desarrollaba, callarían dos o tres boquitas. Además de que, en materia de audio, el #CC ha mejorado. Nunca falta uno que otro problemilla, pero técnicamente cada día es más profesional.
Mientras afuera el mundo se volcaba sobre las ofertas del buen fin, dentro del GNP miles de fans migraban de escenario en escenario en busca de la madre de las experiencias sonoras. El sol todavía calaba un poco cuando los Black Pumas subieron al podio. Para los adeptos al soul, era una de las atracciones más suculentas del sábado. La tarde empezaba a encajar sus colmillos y los gritos de las coristas hacían más entrañable el momento. Como si el instante persiguiera quedarse cristalizado en el interior de una gota de miel.
Es en instantes como estos cuando los festivales comienzan a ganar profundidad. Cuando el día abre paso a la noche y ya no hay posibilidad de salir ileso. La velocidad de la luna se posa sobre el temperamento y es hora de tomar decisiones. ¿Correr a St. Vincent o a Boy Harsher? Acudir a esas citas. A otras experiencias. A la crónica que escribirá un yo distinto en un otro plano. ¿O quedarse a agarrar buen lugar para Primal Scream? No hubo muchas monedas que lanzar al aire. Quedarse era lo que obedecía a un demografiado de los noventa como yo.
A las siete cincuenta vi aparecer en el escenario Corona Cero al poeta José Eugenio Sánchez. ¿Qué está haciendo el Chepe ahí trepado?, me pregunté. ¿Será para promocionar su nuevo libro? Pero en la mano no sostenía un ejemplar de Un incesante caer de estrellas en la nada, sino un pandero. Entonces caí en cuenta que estaba confundiendo al Chepe con Bobby Gillespie. Ni cómo culparme, no mames, están igualitos. Como uno de los gestos más poéticos que he visto de parte de un rockstar, antes siquiera de tocar el pandero, Bobby lo arrojó al público como obsequio y eso marcó el inicio de su show.
Desde el momento cero quien se robó toda la atención fue la bajista Simone Butler. Es increíble cómo una persona tan pequeña consigue lucir tan imponente en el escenario. Si un día el Corona Capital inaugura un buzón de sugerencias, habría que pedirle que trajeran a Primal Scream a tocar por separado, porque el tiempo que les toca en los festivales es muy corto. Y lo mismo aplica para el señor Beck Hansen. Los fans mexas ya nos merecemos verlos en un Pepsi o en el venue que sea posible. La música nos va a arrastrar hasta donde sea necesario.
Las actuaciones de Primal siempre son exultantes. Y esa noche no fue de otro modo. Era el maridaje perfecto para lo que vendría después. Aquí como nunca, aplica el concepto de calentar motores. Y la guitarra de Andrew Innes, quien más que rockstar parecía un turista con ese atuendo suyo salido de Gemelos con Danny DeVito, le puso el condimento apropiado para lo que se venía cocinando. El setlist de Primal fue variadito, sólo incluyó dos rolas de Scremadelica, hubiera estado cabrón que cantara algo del Utopian ashes, el disco que hizo con Jehnny Beth, la cantante de Savages, o de Give out but don’t give up: The original memphis recordings. Para la próxima. Gracias por participar, dijeron y dejaron el escenario echando llamas.
¿Y a quién le correspondió apagar el incendio e iniciar otro? Pues nada menos que a New Order. Habrá quien esté de acuerdo y quien no, pero es de los mejores shows que la banda ha ofrecido en México. Es innegable que estaban inspirados. En sí, el setlist no varió mucho al de su visita pasada en el 2018, pero la energía que desplegaron fue más portentosa. O quizá fue un efecto de la gomita de HHC y los mezcales. Aunque más de uno me comentó que también salió extasiado como yo y sin haberse metido nada, ni siquiera un taco de arrachera, que era posible conseguir ese día, pero no al siguiente que tocaría Sir Paul, quien había prohibido la venta de carne roja. De lo que se pierde el ex Beatle, lamenté, porque después de su concierto hubiera podido lanzarse a tacos La Chula por una costra gigante de pastor.
Las imágenes visuales proyectadas en las pantallas nos dejaron arrobados. De ese estado salimos unos segundos para decirnos a nosotros mismos: qué ruco se ve el querido Bernard Sumner. Pero se trataba de una ilusión óptica, porque a sus 68 otoños sigue brincando mientras guitarrea. Dos mazazos consecutivos fue el openin: “Transmission” y enseguida “Crystal”. Cuánto tiempo más seguirá Sumner haciendo lo mismo. Imposible especular. Pero se ve que su cuerpo no está cerca del retiro. Como tampoco el de Iggy Pop o el de Sir Paul. Ojalá y todos nos duren lo mismo que Tomiko Itooka.
Mientras sonaba “Ceremony” no pude evitar sentir un poco de nostalgia por lo que ya no será. Imagínate todo esto que está sucediendo, pero con Peter Hook en el bajo, me dije. O sea, el bajista actual es buenísimo, pero no tiene el toque. No suena como Hooky. Pero no hubo tiempo
para más deducciones porque las canciones se nos
vinieron encima. “Isolation” y “Bizarre Love Triangle” nos contagiaron de una nueva alegría con su vieja alegría. Y entonces se reventaron “Blue Monday” y aquello se convirtió en una catarsis. Que tuvo un final epopéyico con “Love Will Tear Us Apart”. Su lechita y a dormir.
Así acababa una jornada más del #CC que no tuvo nada que envidiarle al del año pasado.
Sin exagerar, lo que ocurrió en el GNP le cambió la vida a más de uno. Y también quedará en la memoria durante mucho tiempo.
Dance dance dance to the radio.