LA LITERATURA ES LA LIBERTAD
[…] La literatura puede definirse como la historia de la respuesta humana a lo que está vivo o moribundo a medida que las culturas se desarrollan y relacionan unas con otras.
Los escritores pueden hacer algo para combatir esos lugares comunes de nuestra alteridad, nuestra diferencia, pues los escritores son creadores, no sólo transmisores, de mitos. La literatura no sólo ofrece mitos sino contramitos, al igual que la vida ofrece contraexperiencias: experiencias que confunden lo que creías creer, sentir o pensar.
Un escritor, me parece, es alguien que presta atención al mundo. Eso significa que intentamos comprender, asimilar, relacionarnos con la maldad de la cual son capaces los seres humanos, sin corrompernos –convirtiéndonos en cínicos o superficiales– al comprenderlo.
Roger Garza y la crónica en bicicleta
La literatura nos puede contar cómo es el mundo.
La literatura puede ofrecer modelos y legar profundos conocimientos encarnados en el lenguaje, en la narrativa.
La literatura puede adiestrar y ejercitar nuestra capacidad para llorar por los que no somos nosotros o no son los nuestros.
¿Qué seríamos si no pudiéramos sentir compasión por quienes no somos nosotros o no son los nuestros? ¿Quiénes seríamos si no pudiéramos olvidarnos de nosotros mismos, al menos un rato? ¿Qué seríamos si no pudiéramos aprender, perdonar? ¿Nos convertiríamos en algo diferente de lo que somos? […]
Susan Sontag, Al mismo tiempo. Ensayos y conferencias, prol. David Rieff, trad. Aurelio Major, Random House Mondadori, 2007.
PAUL KLEE: RECUERDOS DE INFANCIA
Mi tío, el gordo Frick, imitaba muy bien las voces de los animales. Una vez logró engañar a un niño con el maullido de un gato. El niño buscó por todo el restaurante al animal, hasta que mi tío puso punto final al asunto haciendo un ruido como de trombón. El muchachito, sin embargo, no cambió de opinión y afirmó con expresión entre astuta y tonta: “El gatito se cagó”. Tuve sentimientos de rechazo social, nunca hubiera yo usado tales palabras en buena sociedad. (Diarios: siete a ocho años.)
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En el restaurante de mi tío, el hombre más gordo de Suiza, había mesas con cubiertas de mármol liso en cuya superficie se podía ver un embrollo de cortes longitudinales de fosilización. En este laberinto de líneas era posible descubrir seres humanos grotescos y trazarlos a lápiz. Esta era una de mis ocupaciones preferidas, se documentaba mi “tendencia a lo estrafalario”. (Diarios: nueve años.)
Bárbara Jacobs, “Paul Klee”, Antología del caos al orden, Joaquín Mortiz, 2013.
BULLYING DESDE TIEMPOS DE PITÁGORAS
[…] Al cabo de algunos meses, llegaban las pruebas decisivas […]. Hacían pasar la noche al aspirante pitagórico en una caverna de los alrededores de la ciudad, donde pretendían que había monstruos y apariciones. Los que no tenían la fuerza de soportar las impresiones fúnebres de la soledad y de la noche, que se negaban a entrar o huían antes de la mañana, eran juzgados demasiado débiles para la iniciación, y despedidos.
La prueba moral era más seria. Bruscamente, sin preparación, encerraban una mañana al discípulo en una celda triste y desnuda. Le dejaban una pizarra y le ordenaban fríamente que buscara el sentido de uno de los símbolos pitagóricos, por ejemplo: “¿Qué significa el triángulo inscrito en el círculo?” O bien: “¿Por qué el dodecaedro comprendido en la esfera es la cifra del universo?” Pasaba doce horas en la celda con su pizarra y su problema, sin otra compañía que un vaso de agua y pan seco. Luego le llevaban a una sala, ante los novicios reunidos. En esta circunstancia, tenían orden de burlarse sin piedad del desdichado, que malhumorado y hambriento comparecía ante ellos como un culpable. “—He aquí, decían, al nuevo filósofo. ¡Qué semblante más inspirado! Va a contarnos sus meditaciones. No nos ocultes lo que has descubierto. De ese modo meditarás sobre todos los símbolos. Cuando estés sometido un mes a régimen, verás como te vuelves un gran sabio.”
En este preciso momento es cuando el maestro observaba la aptitud y profunda atención. Irritado por el desayuno, con la fisonomía del joven colmado de sarcasmos, humillado por no haber podido resolver el problema, un enigma incomprensible para él, tenía que hacer un gran esfuerzo para dominarse. Algunos lloraban de rabia; otros respondían con palabras cínicas; otros, fuera de sí, rompían su pizarra con furor, llenando de injurias al maestro, a la escuela y a los discípulos. Pitágoras comparecía entonces, y decía con calma, que habiendo soportado tan mal la prueba de amor propio, le rogaba no volviera más a una escuela de la cual tan mala opinión tenía, y en la que las elementales virtudes debían ser la amistad y el respeto a los maestros. El candidato despedido se iba avergonzado y se volvía a veces un enemigo temible para la orden, como aquel famoso Cylón, que más tarde amotinó al pueblo contra los pitagóricos y produjo la catástrofe de la orden.
Édouard Schuré, Los grandes iniciados, trad. Alberto Laurent, Edicomunicación, 1988.
EL PROTAGONISTA DE FIESTA
El escritor se halla en mucho de su trabajo; pero no es así de simple. Podría haberle contado al Sr. Young la génesis total de Fiesta, por ejemplo. Se me ocurrió por una experiencia personal; en una ocasión en que fui herido, hubo una infección debido a piezas de tela de lana llevadas al escroto. Así llegué a conocer a otros muchachos que tenían heridas génito-urinarias y me pregunté cómo sería la vida de un hombre si perdiese su pene, y sus testículos y el cordón espermático permaneciese intacto. Conocí a un muchacho al que esto le había sucedido. De modo que lo tomé, lo hice corresponsal extranjero en París, y por medio de la imaginación, traté de saber cuáles serían sus problemas cuando se enamorase de alguien que a su vez se enamoraba de él y no pudiesen hacer nada... (A Thomas Bledsoe, 1951, Cartas escogidas.)
Larry W. Phillips, (editor), Ernest Hemingway, Sobre el oficio de escribir, trad. María Alfageme Ramírez, Publigrafics, 1989.
EL ESTILO DE SANTA TERESA
Teresa de Jesús, como escritora, encarna el ideal balmesiano del “escribir como hablo”, esto es, la adaptación lingüística del principio renacentista de la naturalidad. Naturalidad, sencillez y espontaneidad son rasgos básicos de su lengua y estilo.
Menéndez Pidal fue todavía más allá al afirmar que “Santa Teresa propiamente ya no escribe, sino que habla por escrito”. Característica extrema de esta actitud sería la adopción de un descuidado “estilo ermitaño”, en el que predominaría la improvisación, la imprecisión léxica y el uso de términos propios de un habla arrutinada y “grosera”, por motivos de humildad y mortificación, para apartarse del estilo utilizado por los escritores espirituales cultos de su tiempo. Este último rasgo implicaría el adaptar la fonética de sus vocablos a la norma de los estratos vulgares castellano-viejos.
Estas afirmaciones fueron conformando
la figura de “una escritora artista ‘a pesar suyo’, la cual, decidida a apartarse del mundo, desclasa su lenguaje y adopta un habla rústica, un ‘estilo ermitaño’, que resulta enormemente atractivo sin pretenderlo”. Atractivo que radica, en palabras de fray Luis “en la forma del decir, y en la pureza y facilidad del estilo, y en la gracia y buena compostura de las palabras, y en una elegancia desafeitada, que deleita en extremo”.
María Jesús Mancho Duque, “Introducción” en Teresa de Jesús. Camino de perfección, Austral, 2016.