La finca del señor Mier y Celis y la señora Isabel Pesado era un terreno amurallado en el límite de la ciudad de Tacubaya. Su forma de triángulo alargado remataba con un portal gigantesco de estilo clásico en la punta norte. En los años veinte, su lujo antiguo era ya ignorado por todos. La terminal de camiones y la estación del tranvía lo flanqueaban. Rara vez se abría la reja. En un lugar tan concurrido como aquel, los habitantes de Tacubaya lo ignoraban de la misma forma que a un árbol viejo. Después de la última corrida del México-Tacubaya el lugar quedaba desierto.
El interior de la finca era un lugar ajeno al tiempo.
Detrás del portal no había sino un jardín frondoso, resguardado de la ciudad por el grueso muro de tezontle que delimitaba la propiedad de los Mier.
Durante la cena del día 9 de abril de 1927, el señor Mier volvía a contar a los invitados que Tacubaya era un paraíso cuando construyó la finca, hacía ya tantos años. La señora Isabel lo escuchaba en absoluto mutismo y su mirada traspasaba la mesa.
Roger Garza y la crónica en bicicleta
UNA SIRVIENTA INTERRUMPIÓ el soliloquio de Antonio Mier al entrar en el salón del comedor. Dijo que alguien buscaba al señor en el portón. Nadie llamaba nunca al portón, todos entraban por el otro extremo de la finca. El señor Mier se levantó, visiblemente molesto. Cruzó el jardín, pasando por la capilla, hecha a imagen y semejanza del Panteón de Agripa, por la fuente, por las caballerizas y, finalmente, llego al recibidor. Subió las escaleras de piedra blanca que llevaban al segundo piso y abrió uno de los valientes del balcón que daba a la calle.
La mirada de un hombre trajeado, con sombrero
y cargando un maletín en la mano derecha lo esperaba.
—¿Qué quiere usted? −gritó desde lo alto.
—Quiero dos entradas para el cine −respondió el hombre con sombrero y extendió un par de billetes como si el señor Mier pudiera tomarlos.
—Aquí no hay ningún cine, ¿es usted estúpido? −gritó el señor Mier.
—Entonces, he venido antes de tiempo −y se retiró.
El señor Mier volvió sobre sus pasos, bajó las escaleras, cruzó el jardín y se resignó al pasar frente a la capilla. No había nadie en el comedor a excepción de Isabel en la misma posición en que la había dejado.
—Pero, ¿a dónde han ido todos?
Isabel subió la vista para encontrar los ojos de su marido.
—En este mar agitado, pensando en la patria ausente, llevo el ánima doliente y el corazón traspasado.
—Otra vez con tus versos tristes...
Un estruendo de piedras se escuchó a lo lejos. El señor Mier volteó por un segundo y cuando regresó la mirada no había nadie en el salón comedor. El escándalo aumentó y el polvo que empezaba a colarse por las rendijas de las puertas llenó en un instante toda la habitación de humo.
***
El Edificio Ermita terminó de construirse en 1933 en el terreno propiedad de la familia Mier y Pesado. Su hija encargó al arquitecto Juan Segura su construcción, después de que por una serie de desgracias familiares se abandonara la finca, años antes de la muerte en París de Antonio Mier y Celis en 1899. En 1936 se inauguró ahí el Cine Teatro Hipódromo Condesa.