Le decía a Liz que me daba tristeza ver a Iggy Pop como socialité en chanclas pimpeadas, que prefería conservar la imagen del rock hecho carne y hueso, ese dios eléctrico en sus 501 arengando a la multitud para intoxicarse. Y tres días antes, Liz armó unos boletos vía la magia de las marcas: entonces qué, me reviró, ¿todavía te da tristeza? La del domingo 17 fue una noche histórica, tocaban Paul McCartney, Beck y Jack White, brillaron de inspiración como los seres de luz que son. Pero nosotros íbamos a ver de qué lado bailaba la Iguana, el rey de este Corona. Más que brillar, Iggy Pop ardió en llamas. Nunca más volveríamos a ver al animal del rock en estado salvaje.
Anocheció. Una hora antes ya esperábamos colocados hasta adelante y hasta la madre, porque ver a Iggy Pop sobrios era una contradicción. De pronto, la guitarra de “T.V. Eye” desgarró el aire y todo estalló en puro rock bruto. Apareció echando chispas, dio de saltos agitando la cabellera, aventó el chaleco y nos pintó el dedo. Además de los ruckers sacando lesión, en la bola eslamera había chingos de chavos y morras bailando el raw power al son de su creador. Calzaba las botas de tacón para la cojera y asaltó el escenario con los clásicos por delante, escupiendo mientras le exprimía el sudor a cada nota. El puro setlist da taquicardia: “Raw Power”, “I Got a Right”, “Gimme Danger”, “The Passenger”, “Lust for Life”, “Death Trip”, “Loose”, “I Wanna Be Your Dog”, “Search and Destroy”, “Down on the Street”, “1970”, “Some Weird Sin”, “I’m Sick of You” y “Frenzy”. Canciones de muerte, sexo y destrucción: 95% protopunk de los Stooges, 5% del Iggy + Ziggy más sórdidos en Berlín.
EL MOMENTO FUERA DE SERIE y de lógica era estar frente a un señor de 77 años sin camisa, que baila y canta sobre odio y rabia, mientras mueve a diez mil cabrones haciéndoles saltar y gritar en éxtasis. Además de ser el cantante más explosivo del rock, inventor del clavado desde el escenario y del surf sobre la audiencia para romper la barrera que los separaba, Iggy Pop es un artista renacentista: compositor, autor, pintor, actor, locutor, modelo y clase de anatomía viviente. Chueco, luciendo con orgullo su flácida flaquez y una cadena de perro dorada al cuello, no dejó de moverse y rodar por el piso las quince canciones.
Sacudió al Corona como sacudió en su tiempo a los sesenta y los setenta. El grupo sonaba contundente y un trío de metales hacía los arreglos como los que hizo Siouxsie a “The Passenger” en Through the Looking Glass. El detallazo de sentarse a la orilla del escenario y ponerse a conversar en corto, antes de pedir más tiempo para otra canción, fue conmovedor. Tres conciertos en distintas épocas han sido más que memorables bajo su línea de fuego: si no saltas, tu vida está acabada, pero ninguno me había pasado la factura tan alta por estar haciendo el pogo: amanecí trabado de la segunda vértebra lumbar. Son las lesiones de la bicicleta + la edad, me dije. Seguro que Iggy Pop, a los 77, desayunó como si nada y siguió cojeando en chanclas por el mundo. Un rockstar sobrehumano.