Crónicas de una realidad alterada (Gato Blanco, 2024), el nuevo libro de Rogelio Garza, columnista de este suplemento, es un sumun de la vida de su
autor. Un ajuste de cuentas con acontecimientos
del pasado. Y un revolcón con el presente. ¿Quién puede presumir haber visto en vivo a los Ramones y haber visitado la casa de José Agustín en Cuautla? Quizá algunos cuantos, pero no muchos. ¿Pero escribirlo como Roger? Nadie. ¿Cuántos pueden presumir de haber traficado gel, retado a carreras de bicicleta a la tira y departido con El General? Roger nos cuenta cómo ha sobrevivido a todo eso para contarlo.
¿Cuál fue el primer disco de rock que compraste?
Fue un disco de Kiss, de 45 rpm, que conservo desde 1978. Es un sobreviviente porque en algún momento de la adolescencia mi hermano y yo tuvimos varios discos de ellos que vendimos, cambiamos y perdimos. El lado A trae “Radioactive” de Gene Simmons y “Hold Me, Touch Me” de Paul Stanley, el lado B tiene “New York Groove” de Ace Frehley (la original es de Russ Ballard) y “Don´t You Let Me Down” de Peter Criss.
Silvia Pinal se fue “en paz, tranquila y bella… como siempre fue ella”
¿Qué es lo que más te seduce de la crónica?
La libertad. En el periodismo la crónica solo puede ponerse al nivel del reportaje, la diferencia es que en la crónica puedes viajar y crear. Desde que estudié estoy peleado con la objetividad, siempre la pierdo de vista. Y la crónica es el género más flexible y subjetivo, el que más se presta para convertirlo en un género de ficción. En la literatura, una crónica puede alcanzar la altura de una novela y eso ocurre con imaginación. La idea de alterar los hechos salió de las ucronías de Philip K. Dick y Ray Bradbury, también soy usuario de la patafísica de Alfred Jarry. El fin es crear realidades alternas en la crónica.
¿Consideras a la crónica un género anfibio por excelencia?
Sí, es un género 4x4 que te permite moverte por todo tipo de terreno, se adapta a cualquier situación y viajas como en ningún otro género. La idea es llevar al lector como si fuera en tus hombros descubriendo lo que se atraviesa a tu paso.
¿Qué significa para ti escribir crónica desde Satélite?
Es curioso, porque Satélite siempre ha sido una isla en todos los aspectos, desde su nombre. Son pocos los periodistas y cronistas que se han ocupado de este rancho de neón. Hay un intento de novela sateluca muy fallida, Ciudad Satélite (La Novela) de Carlos A. Puig. Y un par de cuentos buenos: “Paraíso” de Julieta Arévalo, en el que Mariana Chenillo se basó para hacer una película. Y la crónica de Joselo Rangel sobre una tocada de Axis en el Cuicacalli, que aparece en el libro Crócknicas Marcianas. La crónica sateluca es un terreno poco visitado y por eso escribo desde esta zona de la que muy pocos se ocupan.
¿Serías el mismo cronista si no fueras un apasionado de la bicicleta?
No. Suelo decir que soy quien soy por las bicicletas. Ellas me salvaron de ser otra persona muy distinta desde la adolescencia. He pasado los últimos 42 años pedaleando todo tipo de bicicletas y sigo porque es mi gran adicción. Empecé a escribir a los quince años, después de leer a José Agustín. Para entonces ya vivía atornillado a la BMX. La visión que tengo del mundo es la del rock, filtrado por las drogas y la perspectiva de la bicicleta con su movimiento y sentido del equilibrio. Lo importante de un texto es que fluya en voz alta, así fluyen una canción y una bicicleta cuando la pedaleas como si fuera un instrumento musical: con ritmo, melodía y armonía. Un texto debe ser tan placentero y musical como pasear en bicicleta, si no es así, para mí no funciona.
¿Cómo descubriste la literatura beat?
Llegué a los beats, a Kerouac y a Ginsberg, por la vía de José Agustín. A Burroughs me lo contagiaron unos punks en las playas de Acapulco. Conseguir los libros era difícil a finales de los ochenta, puras ediciones en inglés. A mediados de los noventa aparecieron las primeras ediciones de Anagrama y también de ahí me surtía con todo y sus traducciones gilipollas. No sé cuántos On The Road / En El Camino he perdido.
Te consideras un heredero de Hunter S.Thompson, toda proporción guardada, claro.
Me considero un lector de Hunter S. Thompson influido por su trabajo. Soy un licuado de todo lo que he leído, me influyen José Agustín, Fernando del Paso, Víctor Roura, Lester Bangs, Michael Thomas… leer sus libros tiene efectos a la hora de sentarme a trabajar, eso no se puede negar ni evitar. Por supuesto que absorbes la Sabiduría Gonzo. Pero eso ya se hizo y hay que buscar otro camino. Por eso, disfrazarme de Thompson, tratar de imitarlo y decir que hago periodismo Gonzo, se me hace demasiado zonzo.
¿Cómo ves el papel de la crónica rockera en el México actual?
De repente brotaron periodistas y cronistas musicales que me parecen improvisados, alineados y descafeinados. Además, hoy se hacen más contenidos pagados por las marcas, nadie quiere desentonar con el control maestro del espectáculo en México, la mano que les da de comer, nunca le van a faltar al respeto por miedo a perder boletos y el acceso a conferencias. Falta conocimiento, actitud, emoción y electricidad para capturar la experiencia del asistente de a pie. Cuestión de gustos, me gustaría que dejara de ser tan servil, mansa y estéril. Mi gallo es Alejandro González Castillo, también he leído crónicas chingonas de Javier Ibarra y Juan Mendoza.
Menciona tu top five de libros de crónica
En el camino de Jack Kerouac. Las crónicas de viaje son mis favoritas. Y Kerouac es el puto amo. Como decía, la crónica puede alcanzar el nivel de novela y éste es el mejor ejemplo. Siempre que salgo de viaje pienso en Kerouac. Get In The Van de Henry Rollins. Son las crónicas durante sus años como cantante del grupo hardcore Black Flag. Salían de gira frenéticamente en una vieja camioneta Van y ese libro es como un manual de sobrevivencia en Estados Unidos de aquella época. Auténtica crónica musical punk. Kingdom of Fear de Hunter S. Thompson. Toda su obra es una crónica alucinante de Estados Unidos durante el siglo XX y Miedo y asco en Las Vegas es la reina de las noveladas. Me quedo con éste por la diversidad de épocas y asuntos que aborda en un país paranoico y armado. Sesenta semanas en el trópico de Antonio Escohotado. Un año sabático de viaje por Tailandia, Vietnam, Birmania y Singapur. Enseguida, voló a Brasil, hasta Manaus en el Amazonas, para internarse en la selva a machetazos y meterse ayahuasca. Te hace sudar nomás de leerlo. Ponche de ácido lisérgico de Tom Wolfe. Esta es la gran crónica de la psicodelia y para mí el mejor libro sobre los años contraculturales. Wolfe aseguraba que nunca probó el LSD, aunque lo dudo, a juzgar por las descripciones y las sensaciones que caen en cascada y fluyen como un río cósmico.