¿Puede erigírsele un monumento a otro monumento? The Blues Brothers (Libros del Kultrum, 2024) de Daniel de Visé demuestra que sí es posible.
Con el larguísimo subtítulo De una amistad épica, el auge de la improvisación y el nacimiento de un nuevo género autobiográfico: la comedia musical de acción, narra el detrás de cámaras de The Blues Brothers, el testamento fílmico de uno de los mejores cómicos que han pisado la tierra: John Belushi.
Dos hermanos vestidos como músicos de jazz, que se autocolgaron el apellido blues y que cantaban soul, qué podría salir mal. Aunado a la locura de la época, a los caprichos de su protagonista y de su director, a las drogas que hicieron todo lo posible por arruinarlo todo, y a un presupuesto que excedió los treinta millones de dólares, The Blues Brothers estuvo a punto de convertirse en uno de los descalabros más sonados del cine, sin embargo, no sólo no se hundió, sino que además se convirtió en un clásico. Para que el gran milagro fuera posible se necesitaron otros cientos de pequeños milagros, que De Visé desmenuza a lo largo de 450 páginas.
La duna en el bosque
EL AUTOR SE REMONTA a los orígenes de los dos protagonistas, en particular el de Belushi, quien con su trágica muerte se convirtió en una leyenda todavía más grande de la que ya era. Una de las delicias del libro es adentrarse, de la mano de De Visé, en el laboratorio de la comedia. El espacio íntimo creado entre Belushi y Aykroyd donde nacieron los sketches que otorgaron fama a Saturday Night Live, el programa en el que debutaron los Blues Brothers. La consagración del fenómeno fue una suma de factores que separados no habrían llegado lejos, pero que ya juntos cobraron el peso del hito.
En principio, el profesor que convenció a Belushi de
audicionar para una obra de teatro. John quería dedicarse aquel verano a jugar futbol americano. A partir de entonces, una serie de hechos se encadenó hasta consolidar a la dupla. La posibilidad de que un incipiente cómico canadiense conquistara Hollywood se antojaba un tanto remota. Pero para un talento como el de Aykroyd era cuestión de tiempo encontrarse con su alma gemela.
De Visé narra paso por paso todo lo que tuvo que ocurrir para que la asociación delictuosa solidificara. Su alianza estuvo a punto de romperse en muchas ocasiones por culpa de los excesos de Belushi. Pero por fortuna Aykroyd aguantó vara porque sabía que los genios suelen ser imprevisibles.
Cuenta la leyenda que fue durante un road trip, mientras Aykroyd conducía y Belushi leía en voz alta pasajes de On The Road de Jack Keroauac, que decidieron echar a andar el proyecto de los hermanos blues de manera seria. Había nacido como un número musical para SNL. Los reparos para dejarlos actuar fueron interminables, pero una noche les dieron la oportunidad y sedujeron a la audiencia. No es casualidad que hayan recibido inspiración de Kerouac y de los beatniks, así como aquellos reivindicaron la música negra vía el jazz, era el turno de Belushi y de Aykroyd para hacer lo mismo con el blues y el soul.
Escrito por Aykroyd, influido por su educación en colegios católicos de Canadá, el guion planteaba una misión divina: juntar cinco mil dólares para salvar el orfanato donde Jake y Elwood, huérfanos ejemplares, habían crecido. Con el desarrollo de la historia se va develando que la misión divina en realidad consiste en reunir a la banda, que se separó por el ingreso de Jake en prisión. Pero pasaría tiempo para llegar a la verdadera misión divina de The Blues Brothers, volver a poner en primer plano a unos artistas de primerísimo orden que el fin de la década de los setenta tenía relegados.
CRITICADOS POR SER UN PAR DE BLANCOS cantando música negra, Belushi, Aykroyd y el director John Landis, no cedieron ante la presión de los ejecutivos para eliminar los números musicales. Para la crítica la peli era demasiado blanca, para los estudios demasiado negra. Gracias a la firmeza de sus creadores, después del estreno de The Blues Brothers, las carreras de Ray Charles, James Brown, Aretha Franklin y John Lee Hooker resurgieron. E hizo posible que las nuevas generaciones descubrieran su música. La intención original había sido rendirles homenaje, pero la autenticidad puesta en el empeño contagió a millones.
No existe otra manera de calificar la filmación de The Blues Brothers más que como una puta locura. En principio por la fascinación de Belushi por autosabotearse, sus escapadas para correrse juergas de cocaína retrasaban la producción a su antojo. Los caprichos del director, que hizo reconstruir un mall sólo para destruirlo en una persecución de autos. El granjearse el consentimiento de la alcaldesa de Chicago para inundar la ciudad de autos, policías, helicópteros. Y sobre todo la abundancia de drogas. No sólo era Belushi quien consumía. Prácticamente todo el staff se metía algo de coca, excepto Landis. Pero la banda, los técnicos y Aykroyd esnifaban y bebían como campeones.
Hasta Carrie Fisher, en su papel de la novia despechada de Jake, estaba hasta la madre de LSD en el plató. Sólo porque lo cuenta De Visé, pero por muy observador que seas, es difícil notar que Fisher está pasadísima de ácido en la escena en que se está pintando las uñas. Belushi y Aykroyd montaron un congal para su propio consumo: el Blues Bar. Donde nunca faltó la cocaína. Ni las celebridades. Belushi pasó de ser un actor desempleado apenas unos años antes a codearse con la realeza del rock. Se hizo amigo íntimo de Keith Richards. Y ya se sabe que donde esté Keith siempre sobra qué meterse.
La operación rescate para que The Blues Brothers llegara a las salas de cine fue larga y extenuante, aunque todo sucedió en el tiempo récord de unos cuantos meses. Belushi era incontenible. Cuando no eran las drogas era su innata capacidad para complicar las cosas. Un día le pidió prestado a un niño una patineta y puesto de coca quiso hacer unas acrobacias que lo mandaron a la lona y le destrozaron la rodilla. ¿Adivinan? Al día siguiente tenía llamado. En medio de thanksgiving Landis consiguió que un médico interviniera a Belushi, quien continuó con la grabación con una rodilla mecánica debajo del traje.
Una vez estrenada, la crítica odió la película, pero en sus primeras semanas recaudó veintisiete millones y medio de dólares. Y lo más importante, inauguró una nueva religión. Que se extiende hasta nuestros días. La que hizo posible el libro de De Visé. Y la culpable de que esta reseña exista. Que ha hecho a millones de personas en todo el mundo rendir culto al monumento que Landis, Belushi y Aykroyd le levantaron al blues. Que incita a la gente a disfrazarse con el uniforme de los hermanos blues: saco, corbata y sombrero negros, camisa blanca y Ray-ban Wayfarer.