JACK LONDON Y UN PERRO
El libro de perros más extraordinario de todos es el desgarrador, mordaz, alegórico y superventas La llamada de lo salvaje, de Jack London. […] Fue su primer éxito a pesar del tema en apariencia difícil: la singular andadura de Buck, un cruce entre san bernardo y un collie escocés, que comienza como una narración cronológica, pero que termina en el reino del realismo mágico. Buck empieza su vida como una mascota más o menos mimada en casa de un juez, pero éste tiene enemigos y Buck es secuestrado. Luego cambia de dueño varias veces y acaba como perro de trineo en el Yukón, durante la época de la fiebre del oro, con un dueño que confía en él y se preocupa por su bienestar. No hay nada de excepcional en todo ello, pero la prosa visceral y firme de London empuja al lector a estar del lado no sólo de Buck, sino también de todo lo que éste representa: una apuesta por la autenticidad, una ruptura con los grilletes, una estampida de vuelta a la naturaleza. Cuando muere su último dueño, Buck realiza una última transformación, un reverso darwiniano: se convierte en líder de una manada de lobos salvajes y se sumerge en la aventura extrema, hasta convertirse, finalmente, en un primigenio y mítico Perro Fantasma. Helo aquí, siguiendo las huellas de un conejo en la nieve:
Sondeaba las profundidades de su naturaleza, y de las partes de su naturaleza que eran más profundas que él, remontándose hasta las entrañas mismas del Tiempo. Lo dominaba el puro surgir de la vida, el maremoto del ser, la perfecta alegría de cada músculo, de cada articulación y cada tendón por separado, todo lo que no es muerte, lo que resplandecía y se afirmaba en cada movimiento, lo que volaba, exultante, bajo las estrellas y sobre la faz de la materia muerta, inmóvil.
Simon Garfield, El mejor amigo del perro. Breve historia de un vínculo único, trad. Abraham Gragera, Taurus, 2023.
Ricardo Cortés/Huayco
EL DIOS ELEFANTE
Ganesha, a quien se representa casi siempre como a un adolescente regordete con cuatro manos y cabeza de elefante (con un solo colmillo), es probablemente el dios hindú más reconocible, y el más solicitado también. Cuenta la leyenda que Shiva, al volver a su hogar tras años de ausencia, encontró a un joven haciendo guardia frente a la habitación donde su esposa, Parvati, se estaba bañando. Como el joven centinela no le dejaba entrar, el iracundo dios lo decapitó. Parvati, afligida, le explicó a Shiva que acababa de matar a su hijo, nacido durante su ausencia, y le imploró que le devolviese la vida. Shiva prometió en ese momento sustituir la cabeza de su víctima por la de la primera criatura que encontrara. Y esa criatura resultó ser una cría de elefante. Existen muchas más versiones, pero esta es la más famosa.
Ganesha es el dios que “despeja los obstáculos” y desafía a la adversidad. Como símbolo de la buena fortuna, pero también de la sabiduría, la prudencia, la inteligencia y el conocimiento, se le honra en numerosas festividades. Manifiesta la unión entre
lo humano y lo divino, simbolismo que está representado por la desproporción entre los respectivos tamaños del dios y su montura
o vehículo (vahana), el ratón Mushika.
Isabelle de Couliboeuf, El pequeño libro de la India, trad. Mariola Cortés-Cros, Tutifruti editorial, 2024.
ESCRIBIR PARA SUPERAR FRONTERAS
La vida de cada ser humano es muy limitada: nace con un solo sexo, una sola familia, un solo país. No puede elegir la época en que vive, ni el espacio: los emigrantes suelen ser mal recibidos en todas partes. Tampoco elige la clase social, ni la salud, ni su rostro, ni su estatura. Frente a todas esas limitaciones, escribir me pareció, desde pequeña, una superación.
Por ejemplo, puedo escribir desde el punto de vista del perro que nunca fui ni seré, o del hombre –o de la mujer– que no soy.
Leer y escribir son, pues, superaciones de las fronteras históricas, de edad, de sexo y de biografía.
Cristina Peri Rossi en 17 Narradoras latinoamericanas, (ed. Carmen Rivera Izcoa, SEP / CERLAC / UNESCO, 2001.
LOS CABALLOS EN LAS OLAS Y LAS COLINAS
Descubrió su rostro y miró directamente sobre las olas. Caían éstas con un ruido sordo y regular. Caían con el sonido de los cascos de los caballos sobre el césped. La espuma se elevaba como lanzas y azagayas que se arrojaran por encima de las cabezas de los jinetes. Barrían la playa y la dejaban de color azul acerado y con charcos de agua como diamantes. Iban y venían con la energía, la musculatura de un motor que mostrara sin cesar su fuerza de vaivén. El sol caía sobre trigales y bosques, los ríos eran azules y se trenzaban entre sí, el césped que bajaba a la orilla del agua se convirtió en verde como plumas de ave que se movieran con delicadeza. Las colinas, curvas y controladas, parecían sujetas por correas, como a un miembro lo sujetan los músculos, y los bosques que erizaban sus faldas eran como la recortada crin del cuello de un caballo.
Virginia Woolf, Las olas, trad. Dámaso López, Edhasa, 2012.
FREUD y JUNG: EL FIN DE SU AMISTAD
Hay todavía algo en este primer encuentro que me resultó significativo. Concierne a cosas que, sin embargo, sólo logré comprender y meditar después del fin de nuestra amistad. Era evidente que la teoría sexual de Freud resultaba singularmente sugestiva. Cuando Freud hablaba de ello, su voz se hacía imperiosa, angustiosa casi, y ya no se notaba
nada de su actitud crítica y escéptica. Una expresión extrañamente agitada, una causa que no lograba yo aclarar, animaba su rostro. Me impresionó profundamente que la sexualidad significara para él un numinosum. […]
Recuerdo todavía muy vivamente cómo me dijo Freud: “Mi querido Jung, prométame que nunca desechará la teoría sexual. Es lo más importante de todo. Vea usted, debemos hacer de ello un dogma, un bastión inexpugnable”. Me dijo esto apasionadamente y en un tono como si un padre dijera: “Y prométeme, mi querido hijo, ¡que todos los domingos irás a misa!”. Algo extrañado le pregunté: “Un bastión ¿contra qué?”. A lo que respondió: “Contra la negra avalancha”, aquí vaciló un instante y añadió: “del ocultismo”. En primer lugar fueron el “dogma” y el “bastión” lo que me asustó; pues un dogma, es decir, un credo indiscutible, se postula sólo allí donde se quiere reprimir una duda de una vez para siempre. Pero esto ya no tiene nada que
ver con una opinión científica, sino sólo con un afán de poder personal.
Esto constituyó un rudo golpe para nuestra amistad. Yo sabía que nunca podría aceptar esto. Lo que Freud parecía entender por “ocultismo” era, más o menos, todo lo que la filosofía y la religión, incluyendo la parapsicología, que por entonces estaba de moda, tenían que decir sobre el alma. Para mí la teoría sexual era igualmente “oculta”, es decir, indemostrable, pura hipótesis posible, como muchas otras concepciones especulativas.
Carl Gustav Jung, Recuerdos, sueños, pensamientos, trad. María Rosa Borrás, Paidós, 2019.
KOI-NO-YOKAN
En japonés esta palabra significa el presentimiento de que acabaremos enamorándonos de una persona a la que acabamos de conocer. Literalmente significa “premonición de amor”, pero es diferente de un flechazo o del amor a primera vista (palabra que también existe en japonés: hitomebore). El concepto koi-no-yokan no describe una atracción inmediata sino la sensación, casi certeza, de que en el futuro llegaremos a tener una relación amorosa
o de que a la larga será alguien decisivo en nuestra vida. Es como la chispa que precede al amor.
Aunque esta expresión describa un sentimiento espiritual, curiosamente la palabra koi suele usarse para hablar de un tipo de amor físico y sexual, mientras que la palabra ai, más popular, equivale al amor romántico tal como lo entendemos nosotros. Así, koi-no-yokan sería algo que podemos sentir físicamente, como un vértigo.
Alex Pler (recopilado), Hanakotoba. El lenguaje
de las flores. Pequeño diccionario japonés para cosas sin nombre, Satori, 2024.