LEGNA RODRÍGUEZ IGLESIAS (Camagüey, 1984)
Todo lo que se entiende es magnífico y todo lo que no se entiende también. Abrí mi netbook como quien abre una caja de coffeecakes y piononos, con la tapa para arriba. Excepto yo, no había nadie con una netbook en aquella área de cobertura donde tuvimos la cobertura. Había alrededor de treinta y cinco escritores y una sola netbook en toda esa área. La clase, allí donde los escritores corren crudos. Desde el principio la clase me pareció magnífica.
A la una de la tarde me inscribí y a las dos de la tarde entré al área. Entré con el pie derecho y me senté con el glúteo izquierdo. Quería ser como César Vallejo, hermética, sensorial, irresistiblemente oximorónica. Por eso el glúteo en contradicción con el pie. Y viceversa. Por eso los coffeecakes y los piononos de fresa. Por eso el Nokia de fresa palpitando en mi bolsillo. Acabo de comprarte un bello collar hindú y voy a almorzar mariscos pensando en ti. Pensando en César Vallejo.
Qué almorcé yo. Qué almorzaron los más de treinta y cinco escritores antes de entrar a una clase que sería una carrera. Resistencia y velocidad juntas, arroz congrí, plátano hervido, huevos pasados por agua. Trilce huevos para trilce escritores.
El no saber es el saber. Hay golpes en la vida tan fuertes. Y la lengua española como lengua tradicional, como lengua prolija y autoritaria, no sirve para expresar esos golpes. La lengua española es la lengua del exilio. El exilio es un área de cobertura donde tienen cobertura más de un millón de escritores. Trilce escritores en total. Lo moderno es la mesa y mi Nokia es la pureza. En el medio de la clase llamé y contesté: yo también estoy pensando en ti.
(Diez minutos de descanso.)
Qué es el hombre, pues ahí donde está. Yo estoy en una clase y César Vallejo está en París comiendo mariscos. Usé un signo. Copié lo que dijo el profesor al pie de la letra (pie derecho), aunque la letra no existe. Lo que existe es la lengua. O al revés. No copié lo que dijo el profesor al glúteo de la letra (glúteo izquierdo) porque hubiera sido un disparate. El aire acondicionado me erizó los pezones. Miré a mi alrededor y todos los escritores (más de treinta y cinco) tenían los pezones erizados. Trilce pares de pezones en total. Más de lo que cualquier lengua expresaría. Entonces, en ese momento perfecto, pensé que si algún día escribieras un poema para mí, podrías cambiarte el nombre y el apellido y comenzar una vida nueva con un nuevo carné, una nueva nacionalidad. Un poema en lengua española, para ser poema, tiene que ser devastador. Porque el mal decir supera al bien decir. Y César Vallejo, sin saberlo, se tragó una espina. Hay aires acondicionados en la vida tan fuertes.
* Fragmento del cuento incluido en el libro Desde la isla. Antología del cuento cubano, compilado por Caridad Tamayo Fernández, Cal y arena, 2016.