Luis Rogelio Nogueras, un árbol de apenas 80 años

En este número dedicado a las letras cubanas, las del interior de la isla y las que se escriben desde el exterior, no podíamos dejar de mencionar los ochenta años del nacimiento de Nogueras, quien fuera un poeta extraordinario y al que todos los lectores deberían acudir para celebrar su obra. Margarito Cuéllar —escritor, docente y ante todo poeta mexicano, autor de libros como Vivir un día (entrevistas con escritores latinoamericanos) y Un pálido reflejo en la ecuación del agua— hace un recorrido por su obra.

Huellas de la corrección que hacía Nogueras en sus escritos a máquina.
Huellas de la corrección que hacía Nogueras en sus escritos a máquina. Foto: Cortesía del Autor

Si partimos de que Luis Rogelio Nogueras nació en La Habana, Cuba, el 17 de noviembre de 1944, este año celebraríamos su 80 aniversario. Su partida temprana (julio 6 de 1985), a los 40 años, deja inconclusa parte de su obra poética y narrativa, además de su trabajo como guionista. Sin embargo, su legado literario, realizado a contrarreloj en un límite de tiempo que apenas sobrepasa las dos décadas, es un manifiesto contra el olvido.

Aun así, la poesía y el cine lo llevaron a viajar a los festivales más importantes del momento y en sus últimos años tuvo la oportunidad de Viajar a la URSS, Letonia, Checoslovaquia, Hungría, Polonia, India, Venezuela, Nicaragua, Vietnam, España
y Suecia.

Lo apodaban El Rojo o El Wichy. Y lo mismo nadaba con agilidad en las aguas de la poesía y la narrativa que en las del cine y el dibujo. Aunque fue en la poesía donde su voz se alzó con mayor firmeza, su obra narrativa y cinematográfica terminan de configurarlo como un escritor destacado. El más sobresaliente de la generación que se gesta en los claroscuros de la Revolución Cubana.

Piedra angular en los inicios de la mítica revista literaria El Caimán Barbudo, Nogueras estudio Letras en la Universidad de La Habana, y aunque su nombre no aparece con la frecuencia que sus lectores quisiéramos, coincido con quienes ven en él a un poeta a todas luces genuino. Si bien no sucumbió a los guiños de la disidencia, como sí pasó con Heberto Padilla y muchos otros, tampoco puso su obra al servicio de una ideología, no al menos en términos formales. A excepción, podríamos decir, de una loa a la patria publicado precisamente en 1959 en la revista Libertad, que editaba la Academia Militar en la que Nogueras era estudiante.

En cambio, el cine es más proclive al testimonio y a dar voz a los protagonistas de la naciente insurrección política que cambiará el rostro de Cuba. Nogueras dirigió El Brigadista, un cortometraje que se exhibió en varios festivales internacionales y en el cual se recoge la experiencia de la Campaña de Alfabetización. Con esta película obtuvo el Oso de Plata en el Festival de Berlín Occidental, primer reconocimiento para el cine cubano.

Fuera de ahí, en sus poemas ondea un aura no exenta de sensualidad, aunque a mi parecer tocan extremos de la vida en la que lo cotidiano, más que espejo de la realidad, es una estampida de sucesos en sintonía creativa.

SON VARIOS LOS ÁNGULOS desde los cuales es posible abordar la poesía de Luis Rogelio Nogueras. Uno de ellos nos lleva a un sentido de lo lúdico, desde cuya poética se despliega una temática que mantiene vínculo estrecho con la infancia. Las metáforas están ahí en carne y verso arrojadas al mundo desde un lirismo atroz y una visión descarnada que sobresale de la poesía de su época y no es parte de la visión optimista en términos ideológicos de la literatura de la Revolución Cubana.

Ya desde Pelo de zanahoria, escrito entre 1965 y 66, en los pasillos y las aulas de la Universidad de La Habana y las escuetas oficinas de El Caimán Barbudo, hace acopio de una lírica desencantada en la que no hay lugar para la piedad. De tal manera que sueñe lo que sueñe o haga lo que haga el lírico hablante de sus poemas, la poesía está condenada a los pequeños recintos. Y es precisamente en ese fondo oscuro y brutal donde la luz asoma como la sombra de un arbusto áspero y casi transparente en la realidad cubana de los años 60 y 70. Una poesía que oscila en un periodo muy breve, como la vida misma del poeta.

Aunque fue en la poesía donde su voz se alzó con mayor firmeza, su obra narrativa y cinematográfica terminan de configurarlo como un escritor destacado

Me pregunto si su primer mecanoescrito habría tenido el mismo destino de haberse llamado Poemas de la Pizarra o Causas comunes, preliminares al definitivo Cabeza de zanahoria, que mereció el Premio David en 1967. Nogueras tenía entonces 20 años, edad demasiado incierta e insegura como para esperar que la poesía fuera la ruta de navegación de alguien con los pies en la tierra. Y sin embargo no le quedaba la menor duda, en caso necesario: volver a elegir la poesía como causa perdida.

Es justamente en la distancia que hay entre Cabeza de Zanahoria (1967) e Imitación a la vida (1981) donde se desplaza la vida del poeta. Del Premio David al Premio Casa de las Américas, obtenido con un jurado integrado por José Emilio Pacheco, Juan Gelman, Fayad Jamís y Antonio Cisneros, se fragua la fuerza angular de una poética que, si bien no exalta la revolución, tampoco la denigra. Entre una punta del hilo y otra van apareciendo: Las quince mil vidas del caminante (1977), Imitación de la vida y El último caso del inspector. Hilos póstumos fueron: Nada del otro mundo, Las palabras vuelven y La forma de las cosas que vendrán.

TRAS LA MIRADA ENTRE PICARESCA y nostálgica de Luis Rogelio Nogueras hay una voz poética cuya presencia física tomaría ahora la estafeta de las ocho décadas. Edad suficiente para no renegar todavía del joven poeta que lejos de intimidarse con el silencio solía prender fuego a las cosas del futuro.

Poesía hecha con girones de vida, la de Nogueras, lo que no impide que sus poemas, que suelen abarcarlo todo, pero específicamente el poema y el poeta, terminen convertidos en papeles; papeles que van de lo privado a lo público en un peregrinaje contra el olvido. “El arma del crimen / no es aún el arma del crimen:/ es sólo una lámpara de bronce apagada, / tranquila, inocente / sobre una mesa de caoba.”

De ahí que Nogueras decide liberarse, desde temprana edad, de la retórica y de los poemas escritos con guantes para convertirse en salvoconducto del texto mismo, pese a lo incierto de su destino.

Predomina en sus textos un tono intimista más cercano al coloquio que a la cultura impostada. Poema y poeta asumen el rol de la acción, por lo que el artificio y la nube barroca tendrán que seguir la huella de otras voces.

Solo una voz, entre inocente y rasposa, puede reunir en la asamblea de un poema las inquietantes figuras de Lautréamont y Rimbaud, Nerval y Vallejo como si se tratara de un desfile de sombras luminosas en torno a la vida y la muerte.

COMO SUCEDE CON VALLEJO, la poesía de Nogueras se arraiga en la profundidad humana, en el pecho de madres que relatan a los hijos una dolencia antigua en la que el hambre es un animal salvaje o una aguja caliente en la boca del estómago. Se contrae en las llamas oscuras de Auschwitz y el exterminio nazi.

He llegado a pensar que, si un día nos encontramos Nogueras y yo podría incluso tomar lecciones de dialéctica con él. Tendrá que ser en otro mundo, sin duda. Me encanta cómo a través del lenguaje de la vida, siempre un paso adelante del lenguaje de la literatura, aunque los grandes momentos de la palabra escrita suelen cruzarse, la poesía, de mano del azar y de la música de los tiempos, sigue develando memorables secretos.

Los “giros deslumbrantes” y los encabalgamientos artificiosos, de los que toma temprana distancia la poesía de Nogueras, inauguran una tradición en la poesía cubana: la de una poética de la comunión de las almas, si bien no exenta de referencias cultas, siempre más cerca de la conversación que de los jardines ilusorios del barroco. Esto es, estamos ante la fundación de una poética en la que se dimensiona al hombre en toda su vivencia, incluido el dolor y el sufrimiento. ¿Antecedentes inmediatos? Los puentes de Fayad Jamís, escrito en París entre 1956 y 1959 y publicado en La Habana en el año 62. ¿Raíces remotas? Por supuesto el joven Rimbaud de Una temporada en el infierno y Trilce de César Vallejo.

Tal y como dice Guillermo Rodríguez Rivera en su prólogo a Encicloferia, que reúne de manera póstuma una muestra de la obra nogueriana (“La poesía de Luis Rogelio Nogueras”), hay dos libros fundamentales, unidos en términos literarios por la conversación y la forma, pero separados por el ideario de la Revolución Cubana: El justo tiempo humano de Heberto Padilla (1962) e Historia antigua de Roberto Fernández Retamar (1964). Y dos más: La piedrafina y el pavorreal (1963) de Miguel Barnet y Poemas del hombre común (1964) de Domingo Alfonso.

Por otra parte, la formación de Nogueras es un asunto generacional: la presencia de la poesía hispanoamericana como un enorme molino de viento dispersando en círculos la voz de los poetas del mundo.

En todo caso, ayer como ahora, no se puede tener 20 años y pasar por alto los poderosos lances de Whitman, Mayakovski, otra vez Vallejo, el mejor Neruda, Eliot, Baudelaire, Rimbaud, Cernuda, Aleixandre, Miguel Hernández o al García Lorca de Poeta en Nueva York. Los vientos de entonces se llamaban también Jaime Sabines, Nicanor Parra, Juan Gelman, Ernesto Cardenal, Roque Dalton y Vicente Huidobro.

Estamos ante la fundación de una poética en la que se dimensiona al hombre en toda su vivencia, incluido el dolor y el sufrimiento. ¿Antecedentes inmediatos? Los puentes de Fayad Jamís, escrito en París entre 1956 y 1959

NI DURANTE LA REVOLUCIÓN ni después, Nogueras ha sido canonizado. No hace falta, de muchas maneras sigue siendo un autor de culto.

Para el crítico Desiderio Navarro, Nogueras es la figura más original de la literatura cubana de la Revolución. Ciertamente una voz poética imaginativa la de Nogueras, como bien señala el ensayista Guillermo Rodríguez Rivera. Eliseo Diego, Julio Cortázar, José Saramago, entre otros, reconocieron la voz de Nogueras por su originalidad.

Por otra parte, si alguien duda del sentido del humor y de los afectos del poeta cubano, lo reto a la lectura de esta carta que le dirige Nogueras a Eliseo Alberto, hijo del gran poeta Eliseo Diego, publicada en La Gaceta de Cuba (8 de enero de 2020):

…me imagino que el viejo se habrá resignado ya a compartir contigo, además de las navajas de afeitar y las corbatas, los esplendores de la gloria. ¡Cría poetas y te sacarán los sonetos!

Me parece magnífico tu libro. Lo he leído un par de veces y, cosa sorprendente, ¡tienes menos influencia del maestro que yo!

¿Habrase visto cosa igual? Siempre me ha parecido que, si mi padre hubiese sido un poeta de la. estatura del tuyo –y no me refiero a la estatura en centímetros, pues el mío mide 1.80 y es, por tanto, más alto–, me hubiera dedicado a robarle alegremente los poemas y a publicarlos con mi nombre (o tal vez con el sobrecogedor seudónimo de Luis el Usurpador). Apostaría mi mejor par de medias que me sé de memoria más poemas de Eliseo The Old (advanced in age, but, young in this inventive faculty) que los que te sabes tú –aunque estoy seguro, con todo y lo que lo admiro, que tú lo admiras más”.

José Antonio Portuondo ha dicho: “A Wichi no puedo imaginarlo muerto. Lo veo vivo en la frescura de su verso y en el rigor de su prosa, en el delicioso humor que rezuman sus ‘apócrifos’, en sus guiones cinematográficos, en su vital esperanza en un hermoso porvenir.”

A propósito de la muerte del poeta, quién mejor que Neyda Izquierdo, su esposa, para aclarar los malos entendidos en relación al deceso del poeta:

Nogueras era pelirrojo y pecoso. Una de las tantas pecas de un costado (izquierdo), fue tomando carácter de verruga cambiando su coloración a morado obispo. El médico que lo vio decide enviarlo a otro especialista (que en ese momento no se encontraba). Al transcurrir los días esa verruga desapareció. Supusimos que se había caído sin él darse cuenta. La piel le quedó despigmentada pero no hubo ningún síntoma. Al pasar los años un ganglio inflamado dio la voz de alerta. Al operarlo se vio que era una metástasis y los médicos dijeron que lo primario había sido aquella verruga que en realidad era un melanoma, uno de los cánceres más agresivos que existe y donde el enfermo tiene muy pocas posibilidades de recuperarse...

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. ı Foto: Imagen: Cortesía del autor

Poética del desenfado, el poema como ejercicio de conversación y materia literaria, referencias culteranas como excepción a la regla en el manejo del humor, ya sea para ironizar en torno a temas y referentes, o bien para el despliegue de la llamada poesía apócrifa mediante la cual el poeta hace las veces de multiplicador de voces. Lo culto, los poetas y su destino, lo libresco como motivo de escarnio u homenaje.

Como bien señala Jorge Ángel Hernández, en Nogueras “el poema se presentaba como una criatura, con vida propia y capacidad de sentir y padecer, y de reír y divertirse.”

Contra el olvido, los recuentos antológicos: Nada del otro mundo (1988), La forma de las cosas que vendrán (cuaderno de poemas eróticos con dibujos de Nogueras, 1989); Las palabras vuelven (1994); Hay muchos modos de jugar (2005) y Me quedaría con la poesía (2014).