De la naturaleza de algunos amores, Florencia en el Amazonas

La ópera mexicana Florencia en el Amazonas está conformada por dos actos. Con música de Daniel Catán y el libreto de la dramaturga Marcela Fuentes-Berain, se inspira en el realismo mágico de Gabriel García Márquez. Una obra de profundo poder emocional, que muchos críticos han comparado con Madame Butterfly. El escritor Luis Arce nos introduce a esta historia de amor.

Florencia en el Amazonas.
Florencia en el Amazonas. Foto: metopera.org

Una ópera de Daniel Catán y Marcela Fuentes-Berain.

La vigencia de una manifestación artística no depende necesariamente del tiempo que forma parte de una relativa esfera cultural. Algunas pueden parecer desactualizadas o contrarias a un cierto momento histórico. En esas discusiones suele anunciarse con categórica arrogancia que dichas formas están muertas o muriendo. Tan sólo en los últimos diez años han muerto la pintura, la escultura e incluso el street art, varias veces, si atendemos a las perspectivas más alarmistas de la prensa escrita.

Hace ya algunos años que Ryuichi Sakamoto declaró que la ópera en su forma tradicional había muerto. 30 años después la ópera sigue harto viva (la pintura, la escultura y el street art también). Tan sólo este año, varias grabaciones monumentales fueron finalmente editadas y distribuidas, entre ellas Le Prophete de Giacomo Meyerbeer, el Werther de Jules Massenet, John Adams y su Girls of the Golden West o las óperas del checo Leoš Janáček llevadas a la vida por la leyenda de Simon Rattle. En fin, la muerte está lejos para la ópera, mucho más lejos de lo que está para, digamos, las columnas de opinión libres de anuncios. Unas por otras. Dentro de las otras quisiera destacar una ópera que recientemente volvió a ser un tema de conversación entre sepultureros, estudiosos y aficionados de la ópera: la Florencia en el Amazonas de Daniel Catán y Marcela Fuentes-Berain. Un par de hechos: es la primera ópera mexicana que se presenta en el MET y ha sido nominada, apenas hace un par de semanas, a un Grammy. No es que alguna de las dos credenciales sea una garantía de nada, pero no deja de sorprender que detrás de un arte tan extraño a los consumos culturales de la actualidad, pueda levantarse una conversación por demás pertinente: las formas artísticas que pueden ser consideradas anticuadas sólo lo son para quien fervientemente tiene como límite su propio presente.

Marcela Fuentes-Berain escribió esta obra para contar una historia de amor que, en efecto, no depende del presente, pero sí es un homenaje al realismo mágico, y en específico al trabajo de Gabriel García Márquez. La obra respeta ese imaginario, pero lo muestra marcado por la contemporaneidad de una puesta en escena entendida como desafío y potencia. Fuentes-Berain estudió con el afamado autor colombiano, fue en Cuba. Se presentó ante él como una guionista de telenovelas. Vieron mucho cine. Nunca quiso dirigir o actuar, pero sí quería hacer guion, estar tan cerca de la escritura como le fuese posible, pero pensando siempre en lo que rodearía a esa escritura. La palabra escrita, desde luego, le fue suficiente, pero pensada, arreglada, desde la música, reveló su verdadera naturaleza.

Es la primera ópera mexicana que se presenta en el MET y ha sido nominada, apenas hace un par de semanas, a un Grammy

DECIR QUE FLORENCIA EN EL AMAZONAS es un homenaje que busca englobar la obra de García Márquez, es sin duda una verdad, como también es verdad que la ópera escrita por Fuentes-Berain tiene una inventiva y una elocuencia que desborda por todos lados el imaginario del colombiano. Lo actualiza sin hacer ningún movimiento extremo. Es una puesta en escena, por supuesto, latinoamericanista, y en palabras de su autora “tenía que estar escrita en mexicano”, porque sólo el ritmo y la perspicacia del español latino puede abordar el erotismo como si fuese el toque de una mariposa. De ahí que la historia tome elementos del realismo mágico, pero no dependa exclusivamente de ellos. El guion mezcla el naturalismo, el expresionismo, lo neorromántico y lo impresionista. A primera vista podría parecer conservador, pero el riesgo radica precisamente en su relación ya no con la obra de Gabriel García Márquez sino en su tratamiento tan particular de lo latinoamericano en dos de sus formas principales: su gente y su amor por una naturaleza por demás agreste, pero que, desde la antigüedad, ha encandilado nuestro intelecto y nuestras emociones en aras de su descubrimiento.

La naturaleza, en la obra y en la realidad, nos juega en contra, termina siendo la principal fuerza de choque que Fuentes-Berain pone frente a Florencia, Rosalba, Paula, Arcadio, Riobolo, o Álvaro, los pasajeros de El Dorado. Ahí reside uno de los mayores aciertos de su escritura: los personajes, una vez arriba del barco que ordena la historia, parecen estar siempre a la deriva. No sólo el río, sino también la búsqueda de un amor quebrantado, la desilusión y el cansancio de la estabilidad, la insolencia del desconocimiento. Todo lo que les pasa parece estar manejado por fuerzas que superan lo que son capaces de hacer. El motivo del cazador de mariposas, como esa entidad hermanada, pero al mismo tiempo extraña; los barcos hechos pedazos a las orillas del Amazonas que ya pasan a ser paisaje y por lo mismo, una parte constitutiva de la propia naturaleza del río, revelan la verdadera fortaleza de la obra, llevada magistralmente a la vida por la música de Daniel Catán, quien contrapone los sonidos de aquella selva con una música tan educada que el contraste termina por hacer palpable lo que en última instancia me parece más relevante: nuestro entendimiento de una naturaleza tan cerrada que provoca miedo y respeto, sí, pero que inevitablemente nos conduce al embarco en aras de su comprensión, en este sentido, la selva no es distinta al amor enloquecido de quien busca comprenderlo todo. La obra de Catán y Fuentes-Berain permite eso: releer códigos del realismo mágico a través del prisma de la puesta en escena. Quizá por eso ahora nos suena más pertinente que nunca. Después de todo, quién no quisiera despertar una mañana bajo un coro de aves, habitar un mundo donde, de hecho, no suena tan raro que el aleteo de una mariposa pueda al mismo tiempo ser, también, una tormenta.