Parecería increíble. Pero no. El espacio público está plagado de nociones irracionales que se reproducen y amplían sin fronteras. Y desde el gobierno se alimenta un “debate” que no reconoce realidades, elaboraciones confiables, evidencias contundentes. Todo, al parecer, se puede inventar, y el conocimiento empieza a parecer una excentricidad, un asunto que compete sólo a pequeños núcleos de especialistas. Y si a ello sumamos el impacto de los grandes medios de comunicación y las ya no tan nuevas redes sociales, entonces prejuicios, ocurrencias y tonterías parecen tener más empuje y receptividad que los análisis y elaboraciones serias.
Da gusto ver que no todos se vencen. Jorge Javier Romero y la editorial Terracota han reunido a un puñado de especialistas que nos ofrecen diagnósticos informados de la situación en muy diversas áreas y plantean trazos sólidos para eventualmente diseñar políticas para atenderlos. La colección se inicia con tres temas centrales: drogas, escuelas y corrupción.
DROGAS
El libro de Jorge Javier Romero, El poder de la legalización. Ante la violencia generada por el tráfico de drogas en México, no es ni una apología ni una condena de las drogas. Éstas están ahí y han estado a lo largo de la historia y estarán, hasta donde alcanzamos a ver, en el futuro. Se trata de reconocer un hecho, de estudiarlo, de ver lo que ofrece su uso y los peligros derivados de su abuso. Y por ello el autor lo que propone es regularlas, convertir un problema delincuencial en un asunto que debe ser tratado como de salud pública.
Blues Brothers, la historia detrás del mito
La política prohibicionista, nos dice Romero, ha fracasado. Ni el consumo ha descendido, ni la violencia ha cesado y los grupos delincuenciales se reproducen y acumulan armas, dinero e incluso territorio e influencia política (por supuesto, ilegal). La prohibición genera un mercado clandestino, porque ante la demanda de drogas siempre existirá quien quiera surtir esos productos. La experiencia de la prohibición del alcohol en Estados Unidos debería ser evidencia suficiente.
Romero hace una reconstrucción panorámica del uso de drogas a lo largo de la historia, tanto para uso ritual / ceremonial, terapéutico y lúdico. Nos han acompañado a lo largo de las décadas y ningún exorcista logrará erradicarlas por completo. Y a continuación hace un análisis pormenorizado de lo que son, los efectos y consecuencias, de cada una de ellas. Va de la mariguana al opio, de las benzodiacepinas a la coca, del LSD a la ketamina, de los hongos a las tachas, de las anfetaminas a las drogas de diseño. Y hace bien, porque sólo desde la ignorancia pueden meterse todas ellas en un mismo costal. Su composición y características le otorgan a cada una efectos distintos y tienen diferentes grados de adicción y peligrosidad.
El autor reconstruye las premisas que desataron
la ola prohibicionista, las políticas e iniciativas tomadas en diferentes partes del mundo - destacadamente en Estados Unidos y las Naciones Unidas– y, sobre todo, la cauda desastrosa que han dejado: queriendo resolver un problema no sólo lo han agrandado, sino multiplicado las consecuencias perversas. El caso de la prohibición del alcohol en Estados Unidos entre 1920 y 1933 resulta ilustrativo y aleccionador. Escribe Romero:
Una regulación efectiva puede ser más beneficiosa que la prohibición absoluta, ya que permite al gobierno controlar y monitorear el consumo de sustancias, reduciendo así los riesgos para la salud y limitando el mercado negro. Invertir en educación, tratamiento para la adicción y programas de prevención pueden tener un efecto más positivo en la salud pública que las duras leyes punitivas. Además, las políticas deben considerar los efectos sociales y económicos, incluyendo la repercusión en la delincuencia, la salud pública y la economía en general.
Finalmente ofrece un puñado de ideas para regular las drogas. No se trata, por supuesto, de pasar de un extremo a otro, de la prohibición al libre mercado, sino de un enfoque matizado cuyo objetivo primordial es la reducción del daño. Los usuarios deben dejar de ser estigmatizados o peor aún considerados delincuentes. Pasar de la prohibición a la regulación. Diseñar programas de educación y prevención y subrayar un enfoque de salud pública. Y dado que no todas las drogas son iguales, diseñar políticas específicas para cada una de ellas.
ESCUELAS
En La escuela que necesitamos Alma Maldonado distingue, y con razón, educación y escuelas. Las segundas son piezas fundamentales para la primera, pero ésa, la educación, no se agota en los centros escolares. El libro comienza con un cálido texto autobiográfico y una certera reflexión sobre el impacto positivo que pueden tener y tienen las escuelas. Y a continuación, luego de un repaso panorámico y pertinente de dónde nos encontramos en esa materia, sugiere un puñado de propuestas para cada uno de los niveles escolares, desde la educación inicial hasta los posgrados.
En ese sentido es fiel al nombre de la colección que ahora se inaugura. Ésta se denomina Eutopía, término que describe una sociedad ideal realizable. No utopía, que también es ideal pero irrealizable, sino algo que eventualmente puede alcanzarse. Para cada nivel de estudios, Maldonado propone ajustes, reformas, complementos, lo cual va develando un diagnóstico de los haberes y carencias de nuestro “sistema” educativo.
Así, nos enteramos que la educación inicial (aquella que va de los 43 días de nacido a los dos años y 11 meses de edad) tiene una muy escasa cobertura a pesar de que resulta clave para “lograr que sucedan millones de conexiones neuronales que determinarán la arquitectura cerebral de las personas”. Con escaso presupuesto es obligatoria sólo en el papel. Y la autora llama a la profesionalización y capacitación de aquellos que la imparten. De esa manera aborda uno a uno los diferentes niveles: preescolar, primaria, secundaria, bachillerato, licenciatura hasta el posgrado.
No se trata, por supuesto, de pasar de un extremo a otro, de la prohibición al libre mercado, sino de un enfoque matizado cuyo objetivo primordial es la reducción del daño
Maldonado no rehúye los temas espinosos: lo problemática que resulta la educación en secundaria en medio de la “revolución hormonal” de los alumnos o la violencia y el fenómeno del acoso en el bachillerato. En esos temas y similares, la autora muestra una sensibilidad especial, no la del exorcista que pretende desterrar esas realidades, sino la del analista que por lo menos quiere ofrecer un curso distinto a esos comportamientos, atajándolos, previniéndolos, ofreciendo opciones a los estudiantes.
Hay temas que merecen ser repensados y que menciono sólo como una invitación a acercarse al libro. Ejemplos de temas peliagudos. ¿Cómo regular el acceso a las licenciaturas?, se pregunta Maldonado. Y propone “establecer un ingreso por cuotas, a grupos en condiciones de desventajas socioeconómicas”. Cierto, el contexto en el que se desarrollan los estudiantes condiciona las posibilidades de acceso de muchos y la aspiración de un trato desigual a los desiguales parece lógico. Pero, por otro lado, no hay que olvidarlo, la calificación del mérito tiene mucho sentido, sobre todo tratándose de educación. ¿Cómo conjugar ambos valores? Recordemos que las acciones afirmativas se inventaron precisamente para favorecer a grupos a los que la inercia mantenía segregados e incluso imposibilitados para ejercer ciertos derechos. Y tuvieron un efecto benéfico. No obstante, en ocasiones parece olvidarse que esas fórmulas tenían una temporalidad, ya que lo que se buscaba era precisamente que al final hubiese un trato igual para todos porque las condiciones se habrían equilibrado, y, sin embargo, parece que la fórmula se ha petrificado, y ahora cada grupo social tiene sus cuotas, reforzando precisamente lo que se quería combatir, el trato discriminatorio, la creación de grupos diferenciados del resto, encapsulados en sí mismos.
Maldonado se pregunta: ¿Quién debe pagar la educación superior? Porque se trata de una política regresiva, dado que no beneficia a los que más lo requieren, ya que a la educación superior no llegan los más pobres. ¿No deberían existir contribuciones más importantes por parte de los alumnos o por lo menos de aquellos que tienen recursos suficientes? El planteamiento me parece correcto. Ahora bien, su viabilidad es menos que probable. No sólo porque la gratuidad ya está en la Constitución, sino porque cuando en la UNAM se quiso transitar a un esquema generoso de cuotas (no pagarían los que no pudieran o quisieran) se armó la de San Quintín.
La creación de “universidades” por decreto, que “no cumplen con la calidad mínima para garantizar una buena formación” o la reducción de becas para estudiar en el extranjero, son otros asuntos que la autora no evade y que sin duda tienen un impacto negativo en la calidad educativa.
En fin, un texto para informarnos y reflexionar. Un tema del que dependerá en buena medida la calidad de nuestra convivencia en el futuro.
CORRUPCIÓN
Mauricio Merino no es un hombre ingenuo. Sabe, y lo dice, que corruptos hubo, hay y habrá. Se trata de aquellos que utilizan su poder en beneficio propio. Y por supuesto deben ser castigados, porque la impunidad sólo alimenta la corrupción. Pero su intento en, El Estado capturado, es por escudriñar (entender) y trazar las líneas para desmontar el sistema de corrupción. Y ello no es un asunto menor, porque la corrupción es uno de los disolventes más efectivos de la confianza en la democracia.
El libro inicia con un capítulo pedagógico para saber de qué animal hablamos cuando hablamos de corrupción y de cómo ésta “entendida como la apropiación abusiva de lo público con fines económicos o políticos (o ambos)”, erosiona de manera profunda la confianza en las instituciones estatales. Se trata de una “captura del Estado”, que distorsiona la finalidad fundamental de esas instituciones, convirtiéndolas en un botín para satisfacer pulsiones personales, ya sea de poder o / y de dinero.
Luego pasa a un análisis pormenorizado de cómo la mecánica del “sistema” lleva a la captura de los puestos, la información y los presupuestos que se explotan de manera discrecional, sea en beneficio de una persona o un grupo. Es algo que viene de lejos, que tiene su historia y sus recovecos, pero Merino, con buen tino, esboza con claridad los contravenenos que existen para intentar atajarlos.
En relación a los puestos en el aparato público, recuerda el modelo weberiano que describía el tránsito de un sistema basado en lealtades personales a otro operado por un cuerpo administrativo burocrático cuyo basamento son las normas legales y la ética de la responsabilidad. Ese ejercicio le sirve para contrastar lo que sucede en nuestro país, “un modelo vertical tradicional, basado en la obediencia, lealtad, disciplina, jerarquía e instrucciones”. Se trata de un “botín” que se reparte entre los allegados, amigos, compañeros, subordinados. Por supuesto, es una fórmula que no busca la profesionalización, que desprecia la especialización y el conocimiento y que edifica una red de complicidades.
Pues bien, nos dice Merino, el antídoto es buscar la profesionalización y la construcción de servicios civiles de carrera, a los cuales se pueda acceder por concurso, garantizándoles a los funcionarios una carrera estable dentro de la administración a cambio de un desempeño honesto y eficiente.
México se encuentra ahora, luego de los últimos años, con gobiernos que no sólo desprecian las posibilidades de acceso a la información, sino que están destruyendo mucho de lo construido en esa materia
Para salirle al paso a la captura de la información, a su manejo discrecional, exclusivo, opaco, subraya la transparencia, el acceso a la información al público. La opacidad en el manejo de la información, también tiene una larga historia y durante décadas fue vista como algo natural, un patrimonio de las autoridades. Y por supuesto, ese manejo también es una fuente.
En los últimos años, a partir de 2002, el país empezó a marchar en ese estratégico terreno. Se consideró que la información pública era eso, pública, y que los ciudadanos teníamos el derecho de acceder a ella. Merino hace una presentación informada de los requisitos fundamentales para que la transparencia funcione, entre ellos, los archivos dignos de ese nombre y la contabilidad gubernamental, pero lo que parece indiscutible es que México se encuentra ahora, luego de los últimos años, con gobiernos que no sólo desprecian las posibilidades de acceso a la información, sino que están destruyendo mucho de lo construido en esa materia. Una regresión que algunos ingenuos, como yo, creíamos imposible.
La captura de los presupuestos no tiene recetas tan “sencillas” para revertir sus efectos corruptores. Pero el autor nos presenta un mural claro e ilustrativo de cómo se elaboran, aprueban, ejercen y fiscalizan. Por desgracia, en cada uno de los eslabones se encuentran deficiencias (para utilizar un término blando) que coadyuvan a su apropiación por los grupos gobernantes.
En el pasado no vivíamos en jauja, la utilización de recursos e instituciones públicas para fines personales siempre estuvo ahí con mayor o menor fuerza. Pero todo parece indicar que a partir de 2018 esas características se han subrayado, porque las dos administraciones a partir de ese año no sólo no valoraron lo edificado en materia de transparencia, sino que también desecharon lo construido (a medias) en torno al combate a la corrupción.
Un comentario al margen: en algunos pasajes el afán del autor por subrayar la continuidad y permanencia de los fenómenos lo hace descuidar (me parece) las peculiaridades de los diferentes momentos y gobiernos, y hacer generalizaciones. Para decirlo de otra manera: en esos pasajes uno esperaría encontrar, sí, lo que emparenta a lo largo del tiempo a los sucesivos gobiernos, pero también lo que los distinguió.
Estamos ante tres libros necesarios que desean alimentar con conocimiento, análisis, argumentos y evidencias el debate público. Todo parece indicar que esfuerzos como éstos son ahora más necesarios, dado el desprecio de esas cualidades por el actual grupo gobernante.