Cuenta la leyenda beat que William Burroughs conoció a Jack Kerouac y Allen Ginsberg en casa de Joan Vollmer, con quien eventualmente se casó y tuvo un hijo a pesar de ser gay. En 1949 Burroughs escapó de la ley que lo perseguía por numerosos delitos relacionados con el uso de drogas y armas. Buscó refugio en México a donde lo siguió Vollmer. Ambos compartían el gusto por la literatura y las drogas (él morfina y ella bencedrina). En una fiesta en la casa de John Healy, en la Ciudad de México, calle Monterrey 122, colonia Roma, el 6 de septiembre de 1951 Burroughs quiso demostrar su puntería, Vollmer se puso un vaso en la cabeza. Él apuntó y la mató. Esta es tan solo una de las muchas versiones de ese episodio.
LLEVAR QUEER, EL SEGUNDO LIBRO DE BURROUGHS (terminado en 1953 pero publicado hasta noviembre de 1985) a la pantalla era desde el origen un proyecto peligroso, no obstante Luca Guadagnino se aventuró a filmar ese mito, obra de culto y sórdida novela autobiográfica inconclusa. El cineasta italiano, hijo de una madre argelina y criado en Etiopía confió en la adaptación de Justin Kuritzkes (quien también escribió Challengers), 53 millones de dólares y un “desjamesbondizado” Daniel Craig para tomar este riesgo. La elección parecía muy extraña para el autor de A Bigger Splash (2015), Call me by your Name (2017) y Challengers (2024). ¿Cómo representaría alguien que se hizo un nombre por sus deslumbrantes y glamurosas puestas en escena, por su refinamiento estético y digamos su “sensibilidad romántica”, los bajos mundos de la adicción, los círculos de “expats” (ese término clasista y racista con que se refieren a los inmigrantes de países ricos en países pobres que en este caso eran ex militares en busca de turismo sexual y tránsfugas del anticomunismo rampante) y la clandestinidad homosexual en la capital mexicana en los años 50?
La Ciudad de México en Queer es una acartonada fantasía gris deslavada (recreada en Cinecittà), resultado de una mezcla de la visión borrosa del propio libro, fundida con el enfebrecido estilo del cineasta y la elegancia de la fotografía de Sayombhu Mukdeeprom. Ya Guadagnino había mostrado que lo suyo no era lo grotesco en su fallida incursión al horror de Bones and All (2022), y para su remake de Suspiria (2018) se contentó con apropiarse del código estético giallo de Argento. Queer es en parte un desfile de modas tan luminoso como cochambroso, un delirio en lino blanco sucio y sudado que evoca visiones coloniales. La cinta que se estrenó en el Festival de Nueva York pasado, tiene innegables aciertos, así como deslices de una monotonía alarmante, bajo una pesadísima carga de exotismo. Aquí el director regresa al tema del enamoramiento obsesivo e imposible de Call Me, esta vez entre un alcohólico y adicto, William Lee (Craig) y un joven atractivo y misterioso, Eugene Allerton (Drew Starkey), inspirado por Adelbert Lewis Marker (a quien supuestamente dedicó su primera novela: Yonqui ). El autor de El almuerzo desnudo escribió en el prólogo a Queer: “Me veo forzado a reconocer que nunca me hubiera convertido en escritor de no haber sido por la muerte de Joan”. Para Burroughs toda literatura era autobiográfica, no obstante, borró completamente a su esposa de este recuento que escribió mientras esperaba liberarse de los cargos por su muerte.
Guadagnino se vale del talento de Craig para mostrar esa figura del deseo condenado que tanto le obsesionó desde sus primeros filmes
Después de su encuentro en México, Lee logra convencer a Eugene para que lo acompañe en un viaje por Sudamérica en donde eventualmente prueban ayahuasca o yagé. Este es probablemente el único libro de Burroughs que puede considerarse literatura gay, es más lineal y estructurado (en cierta forma es más una memoria que ficción) que sus demás libros (aún no poseía la maestría técnica ni la imaginación incendiaria que lo llevó eventualmente a romper los flujos lineales, fusionar géneros, deslizarse entre realidades alternativas y perspectivas demenciales) y fue por lo menos vagamente influido por Muerte en Venecia de Thomas Mann. Burroughs es un autor muy poco apropiado para nuestros tiempos de puritanismo y reivindicaciones morales, no solamente asesinó a su esposa, sino que vivió de la fortuna familiar, era racista, rabiosamente conservador, elitista, aficionado a las armas, defensor de la pedofilia y depredador sexual confeso. Aquí Lee, como la mayoría de sus compatriotas y compañeros de borrachera detestan la palabra homosexual (porque evoca la suavidad, fragilidad, amaneramiento y anti-masculinidad) pero están permanentemente cazando hombres jóvenes. Lo suyo es un deseo prohibido y transgresor pero agresivo y machista. Craig ofrece un retrato fabuloso de un hombre amargado y sarcástico, un joven Burroughs antes del éxito, con capacidad de mostrarse violento (aunque no lo sea) y que se mofa con cinismo de un mundo del que se esconde hasta que se enamora de Eugene. Guadagnino se vale del talento de Craig para mostrar esa figura del deseo condenado que tanto le obsesionó desde sus primeros filmes y a la vez para hacer de él un personaje a tono con la sexualización maniaca de sus últimas películas.
Lee aparece como un solitario, a pesar de estar rodeado de otros clientes de los bares, como Jason Schwartzman que hace un papel que evoca ligeramente a un Allen Ginsberg pendenciero y frustrado. El protagonista es un antihéroe decadente que se pasea armado por la ciudad (entre peleas de gallos a mitad de la calle y carretas con burros), sudando y bebiendo entre un pasón de morfina y el siguiente, buscando con quién acostarse, explotando su condición de gringo exiliado. Allerton con su frialdad y ambiguo distanciamiento se vuelve una obsesión para Lee, quien aumenta su consumo de heroína, mariguana y alcohol para soportar la agonía del deseo. Así se conforma una obra melancólica, brutal, áspera y paranoica en la que Lee parece continuamente a punto de perder el control y exponer sus debilidades e inseguridad mientras sostiene una ilusión de desafío entre martinis, cubas y tequilas.
EN LA SEGUNDA PARTE EL FILME DA UN GIRO hacia el road movie, Allerton acepta acompañar a Lee a cambio de un pago y sexo dos veces por semana. Sin embargo, Lee padece de síndrome de abstinencia, mismo que trata de controlar con la ayuda de médicos desde Centroamérica hasta los Andes. Y finalmente la película termina más allá del final del libro al incorporar vivencias narradas en la correspondencia entre Burroughs y Ginsberg, donde los episodios en la selva derivan hacia la comedia. El verdadero interés de Lee por usar ayahuasca, que supuestamente tiene poderes telepáticos, es para saber qué piensa realmente Eugene de él. El yagé le provoca poderosas alucinaciones que eventualmente lo transforman al imponerle la presencia del “espantoso espíritu que lo invadió” cuando mató a Joan, pero también le muestra que la única certeza es el desamor. Esa es la lección que Guadagnino atribuye a que Burroughs descubra y conviva con sus demonios.