Desde que la BBC inició la primera transmisión pública regular de televisión en 1936, el televisor se convirtió, a una velocidad vertiginosa, en la ventana al mundo, en un cine en casa, en un punto de reunión y en una compañía invaluable para los insomnes y los solitarios. En el ámbito intelectual, y no sin algo de razón, la tele ha sido señalada como el más perfecto instrumento de propaganda, como un aparato enajenante y como la hija frívola del cine. Pero, del mismo modo que con la aparición del cinematógrafo, la irrupción de la televisión en los hogares ha significado, principalmente, una proliferación de historias y relatos literarios. Se han adaptado novelas por miles y, cada año, se escriben cientos y cientos de historias para que nosotros podamos tomarnos un momento de descanso y olvidar el cansancio de nuestros días mediante el trajín de otras vidas y de seres ficticios con quienes nos sentimos identificados.
Hubo un tiempo en que había que esperar a que los bulbos se calentaran para que finalmente encendiera la televisión. Un terror religioso invadía las casas cada vez que esos tubos de vacío producían un sonido extraño. Eran las épocas en que las series televisivas eran La dimensión desconocida, Los Intocables, Las aventuras de Rin Tin Tin, Los Munsters y Viaje a las estrellas.
La industria cinematográfica y televisiva han ampliado sus capacidades. El escritor, guionista y director Clive Barker decía: “La televisión es el primer sistema verdaderamente democrático, el primero accesible para todo el mundo y completamente gobernado por lo que quiere la gente. Lo terrible es, precisamente, lo que quiere la gente”.
Según FilmAffinity y IMDb dos de las más grandes bases de datos sobre cine y televisión en donde espectadores de todo el mundo pueden escribir críticas, votar y calificar películas y series, éstas tal vez no sean las mejores sino las más populares.
10. Six Feet Under. Una serie de humor negro en torno a una familia propietaria de una casa funeraria.
9. Roma. Drama histórico sobre los ciudadanos romanos en los días de la República.
8. True Detective. El género del Neo-noir volvió a la vida con esta serie protagonizada por Matthew McConaughey y Woody Harrelson.
7. Band of Brothers. Después del éxito de Salvando al soldado Ryan, Tom Hanks y Steven Spielberg produjeron esta serie en que el director Stephen Ambrose cuenta la historia de una división de paracaidistas durante la operación Overlord.
6. Los Soprano. Un mafioso que va al psicoanalista. Acaso no habrá mejor trama en la historia del género negro. El director David Chase acabó con la imagen del gángster que dejó Marlon Brando en El Padrino.
5. Mad Men. Un drama desde lo más alto de las oficinas de publicidad de la ciudad de Nueva York de los años sesenta. La primera lección de esta serie, tal vez sea que la vida de Don Draper no es mucho mejor que la nuestra, aunque pueda beber en la oficina.
4. Juego de Tronos. Basada en las novelas de George R. R. Martin, esta lucha shakespeariana por el poder es una especie de Tolkien sin censura.
3. Los Simpson. El arquetipo de familia clasemediera tal vez no era el espejo en que esperábamos vernos, pero nos ha doblado de la risa desde su aparición a finales de los ochenta.
2. Breaking Bad. Un fracasado profesor de preparatoria es desahuciado en un hospital de oncología. Entonces, decide utilizar su conocimiento de química analítica para cocinar la mejor metanfetamina del mundo con tal de dejar algún patrimonio a su familia.
1. The Wire. Las peligrosas calles de Baltimore son el escenario de esta trama de traición y espionaje. Uno de sus personajes, Omar Little, nos dejó una máxima para la posteridad: “Si intentas matar al rey, no falles”.
LOS SOPRANO
En Los Soprano forever. Antimanual de una serie de culto, Iván de los Ríos retoma a Hans Magnus Enzensberger para hablar de la función mitológica del criminal que vive en la sociedad del espectáculo. Según el autor alemán es imposible explicar el papel del criminal en nuestras sociedades recurriendo al lenguaje de las instituciones jurídicas, y propone integrarlo según el siguiente reparto de funciones simbólicas: 1) la existencia del criminal permite una diferenciación entre esferas contrapuestas de aceptabilidad moral; 2) el delito perpetrado por el prójimo nos absuelve. La contemplación del delito nos absuelve. El espectador es inocente por definición; 3) el criminal representa nuestros deseos más oscuros. La libertad del criminal se nos hace insoportable; 4) el criminal lo puede todo. El criminal es el Estado invertido. La sombra del Estado. Su reflejo; 5) tan pronto como la criminalidad se organiza, se convierte en un Estado dentro del Estado; y 6) la industria cultural asume la función simbólica del criminal y aspira a reproducir su componente mitológico en un auditorio ávido de elementos prohibidos. Cuando habita en el imaginario colectivo y ejerce su función mitológica obedientemente, el criminal se aproxima al héroe.
Desde esta mirada, De los Ríos se aproxima a Tony Soprano, personaje protagonizado por James Gandolfini. Escribe lo siguiente:
Los Soprano es una historia excelente de proporciones eminentemente griegas: una historia compleja sobre un coloso frágil, cruel y contradictorio que colapsa lenta y necesariamente, un titán desmedido, bello y repugnante que declina despacio e insonoro, imagen ralentizada y hermosa del descarrilamiento de un tren […] Tony Soprano sabe que no es un personaje cinematográfico de Coppola o Scorsese y, en mi opinión, ese gesto de autoconciencia le convierte en la criatura más compleja, violenta y desoladora de todas cuantas haya atravesado el panteón cinematográfico de los mafiosos ilustres.
En Los Soprano forever. Antimanual de una serie de culto, Iván de los Ríos retoma a Hans Magnus Enzensberger para hablar de la función mitológica del criminal que vive en la sociedad del espectáculo
JUEGO DE TRONOS
En el año de 1994, el escritor estadunidense George R. R. Martin dejó la industria hollywoodense después de varios fracasos y algunos éxitos más bien parcos. “Todo lo que hacía era demasiado grande y demasiado caro desde el primer borrador”, confesó muchos años después. En sus historias abundaban castillos y paisajes y ejércitos que eran eliminados una y otra vez por los productores. Frente a la pantalla de su computadora, en cambio, podía disponer de todo lo que quisiera.
Un par de años después publicó una novela de setecientas páginas, Juego de tronos, la primera parte de una saga que llamaría Canción de hielo y fuego. Martin utilizó cientos de veces el famoso esquema de “el viaje del héroe” que Joseph Campbell tramó en El héroe de las mil máscaras. Se valió de leyendas remotas y basó su historia de luchas por el poder en la Guerra de las Dos Rosas, las sangrientas luchas dinásticas en la Inglaterra medieval.
La novela no fue un éxito inmediato, pero cuando HBO decidió adaptarla para la famosa serie televisiva, quince años después, ya había vendido más de quince millones de libros.
Lo que siguió fue un fenómeno literario similar al que tuvo Harry Potter algunas décadas antes. La diferencia es que ahora los fanáticos no eran adolescentes sino adultos ávidos por conocer el desenlace de cientos de tramas que Martin fue abriendo con cada nuevo volumen y que eran capaces de insultarlo si las secuelas tardaban más en publicarse de lo determinado por el autor. Se ha dicho que en la saga hay más de mil personajes.
George R. R. Martin es un gran admirador de J. R. Tolkien, a quien llama “arquitecto de mundos”. Como lingüista, Tolkien fue capaz de inventar los distintos lenguajes que se hablan en la Tierra Media. Martin afirma que no es un constructor tan meticuloso como Tolkien. Cuenta: “Me escriben diciéndome: ‘Soy un apasionado de los idiomas. Me encantaría estudiar el Alto Valyrio. ¿Le importaría enviarme un glosario, un diccionario y la sintaxis?’ Me veo obligado a responder: ‘Sólo he inventado siete palabras en Alto Valyrio’ “.
MAD MEN
“La felicidad es el olor de un coche nuevo… Un cartel junto a la carretera que dice a gritos que todo lo que estás haciendo está bien… que tú estás bien”. Es una frase de Don Draper, el publicista, personaje principal de Mad men, en el primer capítulo de la serie y que de cierto modo define toda su filosofía. Por su parte, otra de las protagonistas, Joan, le muestra a la nueva secretaria Peggy, la publicidad de la novedad tecnológica del despacho, una IBM Selectric: “tan sencilla que puede usarla una mujer”. Una frase capital que define el machismo rampante de la época. Hay dos libros emblemáticos sobre la serie: Guía de Mad Men. Reyes de la Avenida Madison y Mad Men o la frágil belleza de los sueños en Madison Avenue. En el primero de ellos, Jesse McLean escribe esto: “Fumar, beber, vender. Es el mundo de Don Draper, nosotros sólo vivimos en él.”
El 19 de julio de 2007, a las diez de la noche, amc emitió el primer episodio de su primera serie dramática, Mad Men. Obtuvo el .4 de share en los índices de audiencia de Nielsen (aproximadamente 1.5 millones de espectadores), un aumento del 75% en esa franja horaria. El número de espectadores creció sucesivamente con cada episodio; de igual forma, una avalancha de elogios de la crítica y una repercusión cultural como ninguna otra serie de televisión había obtenido en la historia reciente: la primera temporada obtuvo dos Globos de Oro y el prestigioso Peabody Award y seis Emmys. Inspirándose en numerosos referentes cinematográficos, como Guía para el hombre casado, y El apartamento (los relatos de ficción de John Cheever y J. D. Salinger o La mística de la feminidad de Betty Friedan), el creador de Mad Men, Matthew Weiner, había inventado una serie que sació la sed del público con un drama inteligente y personajes complejos, presentado con una capa de ironía dramática irresistible.
David Simon, el escritor de The Wire, fue reportero del periódico The Baltimore Sun. Allí se especializó en crónica policial, cubriendo durante varios años incidentes delictivos
THE WIRE
En el libro Teleshakespeare, otro de la serie de Errata naturae, el escritor Jorge Carrión nos cuenta que algunas producciones televisivas han construido, capítulo a capítulo, “auténticas bibliotecas de narrativa, poesía y ensayo”. Un ejemplo de esto es para él la serie Lost, un hito de la cultura popular durante la primera década de este siglo. Escribe Carrión:
nunca podías saber si la referencia se ajustaba a un patrón psicológico o a la interpretación correcta de una escena o capítulo, porque el desvío era constante. Entre los libros de la biblioteca que construyó Lost se encuentran algunos que dibujan las coordenadas generales de su lectura: tal es el caso de La invención de Morel de Adolfo Bioy Casares, Alicia en el País de las Maravillas de Lewis Carroll o Duna de Frank Herbert.
Según el escritor y crítico, la serie televisiva que encontró la mejor forma de vincularse con la literatura es The Wire, escrita por David Simon, paradigmática y para muchos la mejor de la historia de la televisión.
The Wire tiene como escenario la ciudad de Baltimore. Ubicada en el estado de Maryland, en Estados Unidos, Baltimore es la ciudad estadunidense con mayores índices de pobreza, en gran contraste con las ciudades más próximas: Washington y Annapolis. Baltimore es entonces el escenario perfecto para mostrar la parte más olvidada de la vida cotidiana estadunidense. A diferencia de Nueva York o Los Ángeles, donde el crimen es también una constante, en Baltimore no existen grandes movimientos culturales ni deportivos o industriales.
David Simon, el escritor de The Wire, fue reportero del periódico The Baltimore Sun. Allí se especializó en crónica policial, cubriendo durante varios años incidentes delictivos.
Jorge Carrión recuerda en Teleshakespeare que, en la quinta y última temporada de The Wire, un periodista que acaba de ser despedido de su trabajo menciona que ahora tendrá, por fin, tiempo para escribir la Gran Novela Americana:
La alusión literaria es acompañada, en capítulos cercanos, por referencias a Dickens y a Kafka; Cabría decir que la pretensión última de The Wire no es otra que ser leída como gran literatura, como una novela por entregas sobre una metrópolis secundaria en el imaginario norteamericano... No sólo terminamos la serie con la sensación de conocer Baltimore, sino que intuimos que la existencia de cualquier metrópolis de los Estados Unidos se rige por patrones similares. La mezcolanza migratoria, la importancia del estatus, la pobreza, el gueto físico y psíquico, el problema de la educación, los límites de la ley siempre sobrepasados por los actos delictivos, la corrupción institucional, la violencia. Todo eso es, a través de una lente estadunidense, finalmente universal.
Para Carrión The Wire bien puede insertarse dentro de una larga tradición literaria de la vida urbana en la cual destacan libros como Berlin Alexanderplatz de Alfred Doblin, algunos tomos de La comedia humana de Balzac y Manhattan Transfer de John Dos Passos.
HOUSE OF CARDS
La compañía estadunidense Netflix marcó el camino de la producción y la distribución de productos audiovisuales en la última década. A partir de su irrupción en el panorama del espectáculo internacional, los creadores de series televisivas se vieron obligados a modificar ciertos patrones. Una de las series que sirvió a los propósitos de Netflix fue House of Cards, la controvertida trama que protagonizaron Kevin Spacey y Robin Wright en los papeles de Frank y Claire Underwood.
Frank y Claire son una pareja de políticos. Ambos se muestran desde el inicio como dos personas pragmáticas, inteligentes y con grandes habilidades sociales. En el comienzo del relato, Frank es un congresista demócrata y Claire dirige una organización no gubernamental sobre el cuidado del agua.
Ambos tienen grandes ambiciones y, mediante una compleja trama de secretos, manipulaciones y mentiras, logran convertirse en la pareja presidencial de los Estados Unidos de América.
En el libro Geopolítica de las series o el triunfo global del miedo, el escritor Dominique Moïsi nos cuenta que el ex presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, contó en una conversación con Kevin Spacey que le había encantado House of Cards. Clinton aseguró entonces que el noventa y nueve por ciento de lo que pasaba en la serie se ajustaba a la realidad. Ese uno por ciento restante, dijo, se debía a que en la serie se muestra una muy sencilla aprobación de una ley en materia educativa. Cuando Clinton conversó con el actor Kevin Spacey, su esposa Hillary se encontraba contendiendo por la presidencia con Donald Trump. Ya se sabe cómo terminó aquello.
Dice Moïsi que en House of Cards no estamos ya en el universo de Maquiavelo, “sino en otro muchísimo más intenso y venenoso: el de la lucha por el poder a cualquier precio. En el universo de esta serie incluso el sexo se convierte en un medio privilegiado para lograr los fines perseguidos. Eso da lugar a una escena grotesca en los baños de la ONU, entre la embajadora estadunidense, que es a la vez mujer del presidente, y el embajador ruso. Todo sentimiento en House of Cards, por pequeño que sea, se convierte tal y como en Juego de tronos, en una debilidad que puede arrastrar a quien lo experimenta a la derrota.
Sin duda: las series televisivas son las novelas de folletín de nuestros tiempos.