El primer amanecer del año no llegó con promesa ni resoluciones. Sentí el peso de los caminos nunca recorridos, las decisiones notomadas, las cosas queno dije. El síntoma era un escozor insoportable. Los pensamientos se enredaron, confundiéndome aún más. Tropezaban entre sí, formando un nudo apretado de ideas, maraña asfixiante, bucle sin fin, metáfora de mi existencia. El ardor interno quemaba el laberinto de mi confusa mente. Sin reposo, ni siquiera momentáneo, busqué una pausa, un periodo de claridad que me llevara al origen del resquemor que me invadía. Necesitaba controlarme para acallar el caos, apagar las llamas, eliminar la incomodidad. El oxígeno era insuficiente, la tensión no cedía, me dominaba una inquietud profunda. Intranquila, habitaba en mí una urgencia imposible de ignorar. Buscaba respuestas en el aire, una pista en el paisaje oscuro, la raíz de lo que tanto me perturbaba. No hallé nada, sólo la presión insidiosa que seguía creciendo, sin remisión ni salida. El malestar estaba enterrado en un lugar insondable.
EL HORMIGUEO CONTINUABA bajo la piel, presagio de un alarido sordo, resonancia del desorden al que estaba sometida, imágenes y sensaciones punzaban sin sentido alguno. Resistí, bordeé los límites, atrapada en un impulso sin nombre ni forma, esparcido en cada rincón de lo inconsciente. Medí el tiempo suspendido no en horas sino en ahogos breves, conté los minutos en jadeos, la ansiedad transcurría con los segundos del reloj. Permanecí en perpetuo movimiento, desgarrada entre el deseo de escapar y de quedarme. Me encerré con llave en la habitación, de la pared colgaba una versión de El grito, también el mío temblando en silencio repetido. Encendí la lámpara de pie, una luz mediocre ocultó mi nerviosismo. Una sola hoja en blanco de papel, el lienzo de la nada en que escribía. La pluma me sostuvo, guió mis manos, anotando frases invisibles, incompletas, que en el acto se esfumaban. Hablé en la lengua de la incomprensión que me atrapaba, y tú no me entendías ni podías hacerlo. Evoqué los mares de otras épocas, aguas mansas, horizontes quietos, cielos limpios, caminatas descalzas sobre la arena tibia. Los recuerdos agravaron el presente, el torbellino perenne que me impedía pisar tierra firme, el ayer y el mañana suspendidos en el vacío. Tomé la cesta con las doce uvas en consonancia con las campanadas de la medianoche.
12, 11… Muda.
10, 9, 8… El último ocaso se desmorona frente mí. Las luces y colores de los fuegos artificiales me deslumbran. Distantes, ajenos, celebran algo a lo que no pertenezco.
7, 6, 5… Cada número es un eco que marca el ritmo de mi desintegración. Estoy de pie bajo la luna observando el juego de las estrellas que dictan la fortuna de lo nuevo y sepultan lo caduco.
4, 3, 2… Euforia colectiva, esperanza engañosa, emociones ilusorias. Una sentencia. El desasosiego, alivio y condena, es mi única constante.
1… Aquí la página termina, la pluma estalla, el año empieza y con esperanza lanzo a las olas las flores blancas que para ti cultivo
*Con este frío, a jugar con fuego.