Cien años de soledad es un ejercicio portentoso de imaginación literaria, y ha sido analizado en todos sus aspectos. No se requieren más alabanzas, y menos aún las de un médico. No pensé que yo también escribiría unas líneas acerca de esta obra narrativa. Lo hago con asombro, inspirado por los trabajos de una neuropsicóloga colombiana, quien ha señalado las semejanzas entre los disturbios mentales de los habitantes de Macondo durante una epidemia ficticia, y las alteraciones cognitivas causadas por una enfermedad real, conocida como demencia semántica.
Esta es la historia: Visitación es una mujer indígena que ha llegado a Macondo con su hermano, desterrados desde una población arruinada por la peste: una insólita plaga de insomnio. Una noche, Visitación despierta y encuentra a una niña huérfana, Rebeca, “en el mecedor, chupándose el dedo y con los ojos alumbrados como los de un gato en la oscuridad”. La mujer reconoce los síntomas de la peste, y lo comenta con su hermano, quien decide abandonar el pueblo de inmediato. Pero Visitación elige quedarse. Según García Márquez, “su corazón fatalista le indicaba que la dolencia letal habría de perseguirla de todos modos hasta el último rincón de la tierra.” Al principio, la alarma de Visitación es subestimada y malentendida. El patriarca, José Arcadio Buendía, expresa un desprecio burlón; supone que no hay peligro más allá de las supersticiones indígenas. “Si no volvemos a dormir, tanto mejor”, dice entonces. “Así aprovechamos más la vida”. Pero unos días después se encuentra dando vueltas en la cama por la noche, incapaz de dormir. La epidemia se propaga a través de los animales de caramelo fabricados por Úrsula, la esposa del patriarca.
DURANTE LA FASE DEL INSOMNIO, los enfermos pasan todo el día y la noche en estado de vigilia, pero sienten una energía inusual en el cuerpo y pueden trabajar más que nunca. Pronto empiezan a soñar despiertos. Y ocurre algo más: “en ese estado de alucinada lucidez no sólo veían las imágenes de sus propios sueños, sino que los unos veían las imágenes soñadas por los otros”. García Márquez nos relata la experiencia de sus personajes: era como si la casa se hubiera llenado de visitantes fantasmagóricos. En la conciencia de Rebeca aparecen sus padres muertos, y Úrsula es capaz de verlos.
Los habitantes de Macondo tomarán conciencia de que la segunda fase de la peste es el verdadero problema: aparece al fin la enfermedad del olvido. De manera progresiva, desaparecen “los recuerdos de la infancia, luego el nombre y la noción de las cosas, y por último la identidad de las personas y aún la conciencia del propio ser, hasta hundirse en una especie de idiotez sin pasado”. José Arcadio coloca etiquetas en los objetos para compensar el trastorno de la memoria: mesa, silla, reloj, puerta, pared, cama, cacerola. Poco a poco, “estudiando las infinitas posibilidades del olvido, se dio cuenta de que podía llegar un día en que se reconocieran las cosas por sus inscripciones, pero no se recordara su utilidad”. Procede entonces a colocar letreros mucho más explícitos mientras aún recuerda cómo interactuar con los elementos del mundo circundante. Escribe, por ejemplo: “Esta es la vaca, hay que ordeñarla todas las mañanas para que produzca leche y a la leche hay que hervirla para mezclarla con el café y hacer café con leche”.
García Márquez elabora el relato como una exploración ficticia de “las infinitas posibilidades del olvido”. Está consciente de que sus personajes podrán adaptarse —mediante las etiquetas y los letreros con instrucciones— nada más durante un tiempo. “Así continuaron viviendo en una realidad escurridiza, momentáneamente capturada por las palabras, pero había que fugarse sin remedio cuando olvidaran los valores de la letra escrita.”
El relato sobre la plaga del insomnio funciona como un experimento mental. Me refiero al recurso tan querido por los filósofos: se trata de una simulación mental que explora las posibilidades lógicas, estéticas y existenciales de una situación ficticia generada mediante la fórmula inquisitiva: qué pasaría si… En este caso, García Márquez se pregunta qué pasaría si los habitantes de su pueblo fueran víctimas de una epidemia con efectos en la memoria, la conciencia y los ciclos de sueño y vigilia.
EN 2009, LA DOCTORA KATYA RASCOVSKY publicó un ensayo científico titulado "The quicksand of forgetfulness" (La arena movediza del olvido) en la mítica revista Brain. La doctora ha desarrollado investigaciones pioneras acerca de la demencia frontotemporal, en la ciudad de Filadelfia. Pero nació en Colombia, y esto la ha hecho sensible a la cultura latinoamericana; esta contingencia y su experiencia con pacientes que sufren deterioro cognitivo le permitió señalar las semejanzas entre la enfermedad ficticia descrita por García Márquez y la enfermedad neurodegenerativa conocida como demencia semántica.
En los trastornos del lenguaje —las afasias— hay enormes dificultades para comunicarse a través de las palabras. Pero en términos generales, los pacientes con afasia pueden reconocer los objetos y usarlos, pueden comunicarse —parcialmente— a través de medios no verbales, como la mímica, la música o la danza; y algunos pueden hacer uso de sistemas simbólicos no verbales, como los números. La demencia semántica es una condición más demoledora: quienes padecen esta condición pierden el acceso a los conceptos, verbales y no verbales. No es tan sólo un problema lingüístico: en algunos casos se presenta de manera gradual una incapacidad para reconocer y usar los objetos que nos rodean. Esto significa que usamos los objetos en función de los conceptos que hemos desarrollado; pero no me refiero a una noción meramente intelectual o simbólica de las cosas, sino a una representación multisensorial, abstracta y a la vez práctica de todo lo que sabemos acerca de un objeto. Los pacientes con demencia semántica pierden no sólo la capacidad de verbalizar la definición de un objeto —por ejemplo, un martillo— sino la capacidad para usarlo.
De acuerdo con Katya Rascovsky, García Márquez imaginó el cuadro clínico de demencia similar en muchos aspectos a la demencia semántica, antes de que el síndrome fuera reconocido en la neurología cognitiva. El término “demencia semántica” fue acuñado por Elizabeth Snowden en 1989: veintidós años después de la publicación de Cien años de soledad en la célebre Editorial Sudamericana. En palabras de la doctora Rascovsky, la representación novelística no se limita al cuadro clínico individual: explora los posibles efectos de la enfermedad al nivel de la comunidad. Y analiza los esfuerzos para mantener la esperanza mediante el uso de sistemas simbólicos externos que tratan de sustituir la pérdida de la memoria cerebral. Es otra lección de la literatura disponible para quienes nos dedicamos a la práctica clínica.