Las cenizas de Lemmy

EL CORRIDO DEL ETERNO RETORNO

Las cenizas de Lemmy Foto: Cortesía del autor

El rock es una novela de Michael Chabon.

Y la memorabilia rockera lo más sagrado.

Pero existen de suvenirs a suvenirs. Con la noticia de que Lemmy Kilmister repartió sus cenizas entre sus amigos dentro de unas balas, se ha alcanzado un nuevo nivel. Supremo, me atrevería a exagerar. El Hard Rock Café podrá presumir una guitarra de Eric Clapton o El Museo del Grammy de Los Ángeles la chaqueta roja de Michael Jackson, pero nada puede competir con las cenizas de un rockstar de la magnitud de Lemmy. Ni el árbol que Harrison le regaló a McCartney. Asegura don Paul que a través de él se comunica con George. Carajo, qué buen material se manejan los vegetarianos.

Hay que tener arrestos para hacer lo mismo que Keith Richards al utilizar las cenizas de su padre para cortar su cocaína y esnifarse al difunto enterito. Sin embargo, lo que hizo Lemmy es obra de un visionario. Estoy convencido de que si mañana alguien me afana a asaltar un banco voy a rechazar la invitación, pero si algún descerebrado me sugiere allanar una propiedady violar una caja fuerte para ver las cenizas de Lemmy no dudaría en apuntarme al plan.

Qué sigue. Qué ideará el mundillo del rock para matarle esa a Lemmy. ¿Esperma de Mick Jagger en colguijes? ¿El cuerpo de Keith Richards criogenizado como Walt Disney y expuesto en el Smithsoniano? ¿Bob Dylan momificado como un faraón egipcio? ¿Ozzy Osbourne enterrado en una tumba de oro como San Juan?

En los últimos tiempos nos hemos convertido en unos adoradores de las cenizas. Enterrar cadáveres ha pasado de moda. Preferimos conservarlos pulverizados. O planear una salida espectacular de nuestros restos. Como el diseñado por Hunter S. Thompson. Sus cenizas fueron esparcidas por cientos de acres en Colorado a través de una catapulta. La muerte es aburrida. Una estrella merece escapar a la muerte vulgar. Su partida tiene que ser espectacular.

Como potente es la bala de ceniza que contiene una porción de Lemmy. Envidio profanamente a quienes poseen una. Pero por otro lado me alegro de no haber sido amigo íntimo de él, porque, dónde guardaría la mía. ¿En una caja fuerte para que me la birlen como la chaqueta de Marilyn Monroe en Wonder Boys? ¿En un banco? Sería poco punk. Además, tendría que ir todos los días a abrir la caja de seguridad para admirarla unos segundos. ¿Colgármela con una cadena al cuello? Sería una estupidez. Me la arrebataría algún malandrillo. O terminaría por perderla en la peda. ¿Cómo llavero de la buena suerte? Seguro que ninguna pata de conejo puede competir con tremendo amuleto, pero nunca consigo recordar dónde dejé las putas llaves.

Uno de los que recibió la bala fue James Hetfield de Metallica. Y qué hizo. Elevar el concepto de suvenir al siguiente nivel. Se tatuó con las cenizas de Lemmy. Nada puede competir con eso. Imagínate poder llevar en la piel los restos de Neal Cassady. O de tus familiares. O de tus mascotas. Tatuarte con las cenizas de tu perro y después meterte al Rainbow en Los Ángeles a celebrarlo con una Guiness frente a la estatua de Lemmy. Mi fantasía: tatuarme el logo de Motörhead con las cenizas de Anthony Bourdain.

Otros que han recibido la bala grabada con el nombre de Lemmy son Rob Halford y Duff McKagan. Imagínate tener un acervo de cenizas de músicos. Olvídate de las colecciones de coches clásicos. Poseer un revolver cargado con balas rellenas de cenizas de rockstars. Tener reunidos en una misma arma los restos de tus bandas favoritas. No existe mejor herencia para los nietos.

Con toda proporción guardada, la bala de Lemmy me ha puesto a pensar en mi propia muerte. Cómo quiero ser recordado o almacenado. No importa que yo no haya sacado nunca un disco como Ace of Spades. Me obsequiaría a mis amigos cercanos. Aquellos con los que he departido durante estos años que he malvivido. He considerado los inconvenientes que podría procurarles si decido repartirme en cenizas en un objeto que los obligara a llevarme con ellos todo el tiempo. Qué pesado resultaría. Los imagino en una mesa diciéndose uno a otro: “luego te cuento, ahora no puedo porque nos pueden escuchar las cenizas de Carlos Velázquez”.

Lemmy escogió una bala por su amor a las armas. A mí me gustan las fuscas, pero no tanto como para imitar a Lemmy. ¿Dentro de una cruz? Está muy choteado. ¿Dentro de un dije con forma de guitarrita? Es tentador, pero me preocupa que, así como son mis amigos, en una riña se estropeé el dije y mis cenizas terminen en el arroyo. Ashes to ashes, dice la canción, pero la iniciativa trata de lo contrario. De no volverse abono. De perseverar en este mundo como uno de esos recuerditos que venden en San Juan de los Lagos.

He considerado pedirle a mi hija que con mis cenizas haga un retrato mío a la Ralph Steadman. Y que lo enmarque y lo cuelgue en la sala para correr a las visitas.

Las cenizas de Bowie fueron esparcidas en Bali, Indonesia. Demasiado oriental para mí. Pero quizá podrían ser regadas en alguna playa de Lima.

También he pensado dejar instrucciones de que con mis cenizas se fabrique un vinyl. Ya existe una empresa dedicada a verter nuestros restos en ese formato. Es tentador, pero tras muchas noches de meditarlo creo que por fin he dado con la forma que quiero que adopten mis cenizas. No en una urna. Qué cliché. Como la película ésa en que un morro tiene que ir al mar a disolver las de su abuelo entre las olas. Boring. Lo que sí me atrae es que sean regadas en Estación Marte. Un municipio de Coahuila donde hay grandes yacimientos de peyote. En ese lugar he vivido varios de los momentos más felices de mi malograda existencia. Que me espolvoreen sobre cabezas de peyote y después ser tragado por desconocidos. Les aseguro que no induciré al malviaje. ¿Por qué estoy tan seguro? Porque en vida siempre me la pasé bien. Sé cómo conducir la nave.

Pero no. Está decidido: mis cenizas serán depositadas en imanes para el refri. Imanes con forma de botella de salsa cátsup. Serán enviados por paquetería. Se sortearán entre la banda y los lectores. A mis compas más cercanos les llegarán en edición limitada de color. Así todos se acordarán de mí siempre que vayan a sacar una cheve. Porque si creen que el mejor lugar para el descanso imperecedero es la capilla fastuosa de un narco, se equivocan. El mejor sitio para residir toda la eternidad es junto al refrigerador.

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