Torcerle el cuello al Dios de la belleza

Yukio Mishima, quien nació un 14 de enero de hace 100 años, eligió a Yasunari Kawabata como su mentor y confidente cuando tenía 20 años. Entonces comenzó una profusa correspondencia entre ambos escritores, unidos por la búsqueda de una estética literaria. Fueron candidatos al Nobel en 1968. Lo recibió Kawabata. Los dos grandes autores japoneses del siglo XX terminaron con su vida por mano propia. Mishima se suicidó en 1970 a los cuarenta y cinco años, Kawabata en 1972, a los setenta y dos.

Torcerle el cuello al Dios de la belleza
Torcerle el cuello al Dios de la belleza Foto: Imagen: Pexels

Carta de Kawabata Yasunari (Hase 264, Kamakura) a Mishima Yukio a/c Hiraoka Azusa(Oyama 15, Shibuya, Tokio).

30 de octubre de 1948

Estoy emocionado por el agradecimiento tan amable que me envió por mi prefacio a Los ladrones. Sólo logré escribir algo muy modesto, ya que su novela no es fácil de abordar. Pero considerándolo bien me pareció una búsqueda interesante. He leído el comentario que hizo de mi libro que saldrá en [Ediciones] Toppan. Me maravilló totalmente. Reconozco en especial su manera de descubrir en una obra toda clase de aspectos, de los que el mismo autor no es consciente. También he leído la casi totalidad de sus escritos de adolescencia. Si puedo, iré hasta Kamakura Bunko para dejarlos allí, así podrá recuperarlos pidiéndoselos a Kimura. En este momento estoy desbordado por la gran cantidad de cosas que debo escribir en ocasión de fin de año y de año nuevo. Estas líneas sólo tenían por finalidad presentarle mis cumplidos.

Mis sinceros recuerdos, Kawabata Yasunari

Carta de Mishima Yukio, a/c Hiraoka Azusa (Ôyama 15, Shibuya, Tokio) a Kawabata Yasunari (Hase 264, Kamakura)

2 de noviembre de 1948

A cabo de recibir su carta, lo que me dio gran alegría.

Le agradezco infinitamente que, a pesar de tener tan poco tiempo, me haya hecho llegar el otro día su prefacio para Los ladrones. Apenas me dieron este texto magnífico y lleno de halagos en Kamakura Bunko, me puse a leerlo y sentí tal alegría que se lo mostré al señor Kimura antes de correr a las ediciones Shinkôsha para presentárselo al director; después hice una copia, volví a mi casa con el original, se lo mostré a toda la familia, y yo mismo lo releí una decena de veces, emocionado ante su deferencia. El pensamiento de que no debía traicionar su atención me habrá estimulado, porque mi trabajo, que en los últimos tiempos estaba algo estancado, de pronto comenzó a avanzar. Se lo quiero agradecer de todo corazón.

Para expresarle mi gratitud fui a verlo personalmente, pero ante la idea de encontrarlo para agradecerle ese prefacio que no me-rezco, curiosamente, me sentí de golpe muy incómodo, y como me dijeron que dormía, me fui enseguida, sin esperar. Le ruego que me disculpe. Por otra parte, como hace un tiempo tuve la audacia de aceptar un pedido de las ediciones Toppan de escribir un comentario para la recopilación de sus textos, le agradezco verdaderamente las gentiles palabras que me ha dirigido en este caso. Ya se trate de escritores japoneses o extranjeros, desde hace mucho tiempo tengo el mal hábito de no efectuar una lectura sistemática de sus obras: me detengo simplemente en los “pasajes que me gustan”, en los “textos hermosos”, y aunque sólo tengo un conocimiento muy vago respecto del contenido de sus obras o de la fecha de su realización, me permití escribir estas páginas tan subjetivas sabiendo que, por su naturaleza misma, el “comentario” no debe exceder sus límites: no es más que un intermediario que permite al lector recibir una obra con total libertad.

Le ruego —y debería habérselo pedido antes— que me perdone.

Pero siendo de la misma generación que los jóvenes lectores que lo descubren ahora, tengo la gran satisfacción de decirle con toda sinceridad, el respeto y cariño que tengo por su obra. Mi gratitud hacia usted es todavía más grande porque ha sabido captar la intención que en esas circunstancias me animaba.

En estos tiempos me volví perezoso, para vergüenza mía, y sólo escribo apresuradamente las cosas que había dejado abandonadas hasta el último minuto, pero me gustaría, para la obra que me han pedido las ediciones Kawade Shôbo y a la que me tengo que dedicar a partir de fines de noviembre, emprender un trabajo delargo aliento. Ya tengo un título provisorio: Confesiones de una máscara, y querría, ya que es mi primera novela autobiográfica, disecarme a mí mismo, con la doble resolución de la que habla Baudelaire: ser “tanto la víctima como el verdugo”; también querría torcerle el cuello a aquello en lo que mis lectores saben bien que he creído: el dios de la Belleza, para ver si sería capaz de volver a la vida. Se tratará de un análisis sin reservas, que voy a emprendercon gran determinación, sabiendo que, sin duda, habrá quien rechace leer una sola página mía después de leer esta novela; en contraste, el que me diga que es “bella”, me habrá comprendido de la manera más profunda. Pero dada la estrechez del ambiente literario en el Japón de la posguerra, es posible que todo mi trabajo quede, una vez más, sin ser entendido.

Sé que su esposa, el otro día, estuvo enferma; me gustaría saber si se restableció.

Ahora que vienen los primeros fríos, cuide mucho su salud.

Mishima Yukio