El tótem

PSICOGRAFÍA

El tótem
El tótem Foto: Cortesía del autor

Camino por una vereda del Bosque de Chapultepec con Ana. Buscamos un sitio para tomar un descanso ahora que han pasado todos los compromisos del fin de año. Hay un rincón, cerca del Tótem canadiense, donde se puede estar en paz durante los fines de semana. Llevamos algo de comida y un par de libros para pasar la tarde. En la ruta nos cruzamos con un niño que se mira en el espejo de un puesto de lentes oscuros. El niño se pregunta a si mismo “¿cómo me veo?” y se responde sólo al instante: “feliz”.

LLEGAMOS AL TÓTEM Y NOS ACOMODAMOS. Ana sufre alergias y tenemos que encontrar sombra debajo de un árbol que no luzca como una planta conífera. Nos guiamos por el aroma y la forma de las hojas. Encontramos un espacio que nos parece correcto y ponemos nuestro tendido. Abrimos los libros y compartimos la lectura silenciosa.

Tanto como yo, Ana disfruta de husmear las vidas ajenas. De cuando en cuando bajamos el libro y echamos un ojo. Frente a nosotros un festín para las risas discretas: una chamana (¿así se dice?) ofrece una suerte de ritual cumpleañero a un grupo de personas que aceptaron vestirse de blanco por el capricho de su amiga Samantha. La chamana da indicaciones, reparte flores, embarra aceites y guía una oración que culmina en un grito: “¡Larga vida a Sam!” Después de la foto grupal se acaba el tiempo de Sam y llega una nueva clienta. La chamana le pone flores en la cabeza, le lee las cartas (no sé qué cartas) y le dicta consejos que anota en una libreta. La chamana no recibe a nadie más, es domingo y tiene que curar sus propias energías. Comienza a oscurecer en el parque. Ya no hay niños ni chamana.

Entre la calma me descubro sin fe y le digo a Ana:

—Voy a rezarle al Tótem canadiense.

Ana ríe y me pregunta de dónde saco esa tontería. Retomamos una vieja conversación: ¿Si hay un hijo hay bautizo? ¿Cuáles son nuestros criterios para el aborto? ¿Vendrá Santa Claus para la criatura? ¿Y si nos enteramos de la verdad muy tarde? Ana teme que condenemos a un hijo o hija al sufrimiento eterno. Ambos nos educamos en el catolicismo, aunque la verdad sólo buscamos al Dios de la iglesia romana cuando hay funerales. Le pregunto a Ana en qué cree que yo creo:

—En la medicina psiquiátrica, en tus papás, en la literatura. Y en Leo Messi… y espero que en nosotros, culero.

INTENTO VOLVER AL LIBRO DE ZWEIG. Es un dramón como todas sus novelas cortas: Un hombre y una mujer se vuelven a ver después de años, pues la gran guerra en Europa interrumpió su amor prohibido. Cae la tarde y levantamos el tendido. Caminamos entre senderos a media luz. Llegamos al lago donde graznan los patos. Los basureros del puente están rebosantes. Nos tomamos la mano y salimos de nuevo a las luces rojas, verdes y azules de la calle.

Unas horas después nos imagino con el Paseo de la Reforma de frente, continuando una conversación que ya no puedo escuchar, perdiéndonos en la noche. Pero así no acaba esta columna. Para terminar este texto recurro a Cioran: Del inconveniente de haber nacido. Dice el rumano: “Se puede soportar cualquier verdad, por muy destructiva que sea, a condición de que sea total, que lleve en sí tanta vitalidad como la esperanza a la que ha sustituido”.