Monteverde el poeta de la ciencia

LA CANCIÓN #6

Monteverde el poeta de la ciencia
Monteverde el poeta de la ciencia Foto: Cortesía del autor

Era un erudito. Además de ser un reconocido patólogo, periodista policiaco, editor de ciencia y novelista, era un clavado del mar y los barcos. A veces me contaba sus viajes juveniles en buques de carga. De hecho, lo primero que me regaló fue un ejemplar de Moby Dick, como un instructivo para entenderlo. Por eso su novela El naufragio del Cancerbero inicia en el barco ballenero Estigia.

Falleció el gran Eduardo Monteverde por un tumor cerebral a los 76 años. Médico, escritor y documentalista, se dedicó al periodismo, la docencia y la divulgación científica a su modo: con estilo narrativo. Fue profesor de Historia y Filosofía de la Medicina en la UNAM, su magia era la manera de explicar la ciencia a los simples mortales. Por eso lo llamé el poeta de la ciencia.

LE HACÍA GRACIA ESE ALIAS. En los noventa coincidimos en la sección cultural de El Financiero que editaba Víctor Roura y leía con fervor su columna La Morgue de Uranio. Más tarde, entre 2001 y 2004, al editar la revista Rewards del Banco Más Grande del Mundo, encabezó mi lista de colaboradores. En esos años le pedía dos o tres artículos en cada edición para contar con su ojo clínico. Un ojo curioso y multifacético. Nos hicimos amigos y empecé a frecuentar su departamento. Vivía solo en la planta baja de un edificio art decó en la calle de Ámsterdam. Era un departamento frío y oscuro, tenía la computadora, el escritorio, una silla, una cama, la televisión (videocasetera y DVD), un minicomponente de sonido y el refrigerador. Yo me sentaba en el piso de madera. Olía a cigarro y papel, todo el espacio estaba ocupado por pilas y montones de libros, periódicos y revistas.

Científico y artista para convertir la información dura en una trama policiaca o una batalla con estilo y humor. Escribía su columna en Milenio Semanal, era reportero de CNI Noticias y editor de Tecnociencia, Cultura y Libros de CNI en Línea. Estudioso y destripador del pensamiento mágico, me desengañaba de creencias e ídolos. Por puro deporte desbancaba a Antonio Escohotado, Hunter S. Thompson y Johnny Cash.

YA ESTABA DESENCANTADO de la contracultura, el rock y las drogas. Me regalaba los discos que le aburrían de Pink Floyd y Aerosmith, libros de literatura y cine. En esa época bebía vino y era una chimenea de tabaco. Fue macizo, pero le molestaba la banalización de las drogas. Mientras, yo guardaba un jíter y una provisión de yerba en su depa. Respetaba mi pachequez. Un día me recibió con Una terapia prohibida de Janine Rodiles, sobre la psicoterapia del doctor Salvador Roquet, inconseguible en esos días por algún problema en Planeta. Estudió cine en el CCC, veíamos películas y en 2002 le regalé Amor y asco en Las Vegas de Terry Gilliam, la analizó escena por escena.

También fue autor de las novelas Carroña’s Hotel, La risa del ahorcado también cuelga y Las neblinas de Almagro; el ensayo sobre imaginación, demencia, fantasías y adicciones, Los fantasmas de la mente; las crónicas policiacas, Lo peor del horror, y su estudio sobre la evolución de la ciencia médica Historias épicas de la medicina. Monteverde volvía la ciencia en un placer.