Secuelas de una larguísima nota de rechazo

Con la autorización de Nórdica Libros, presentamos a nuestros lectores el comienzo del primer relato que, con 24 años, escribió Charles Bukowski y fue publicado en Story Magazine. Ilustrado por Thomas M. Müller y traducido por Ma. José Chulia García. Cuenta los sentimientos de un escritor que continuamente ve cómo son rechazados los originales que envía a revistas y editoriales. El final es completamente inesperado. Este relato permanecía inédito en castellano hasta ahora.

Portada del libro "Secuelas de una larguísima nota de rechazo"
Portada del libro "Secuelas de una larguísima nota de rechazo" Foto: Cortesía

Iba yo dando un paseo y se me vino a la cabeza. Era la más larga que había recibido nunca. Normalmente solo te decían: “Lo sentimos, pero no tiene la suficiente calidad”, o “lo sentimos, pero no se ajusta exactamente a nuestra línea editorial”. O, lo que sucedía más a menudo, te enviaban el impreso de rechazo estándar.

Sin embargo, esta era la más larga, la más larga que había visto nunca. Se refería al relato que les envié, “Mis aventuras en medio centenar de pensiones”. Pasé por debajo de una farola, saqué la notita del bolsillo y volví a leerla.

“Estimado señor Bukowski:

Una vez más, nos encontramos ante un conglomerado compuesto por una parte extremadamente buena y por otra atestada de idolatradas prostitutas, de escenas de vómitos sobrevenidos a la mañana siguiente, de misantropía, de elogio del suicidio, etc., que es algo que una revista no puede publicar de ninguna de las maneras. No obstante, se trata de algo muy parecido a esas odiseas que viven determinado tipo de personas, y creo que en ese sentido ha hecho usted un trabajo auténtico. Probablemente publiquemos algo suyo en alguna ocasión, aunque no sé cuándo exactamente. Eso depende de usted. Se despide atentamente, Whit Burnett”.

¡Vaya! Yo conocía aquella firma, esa “h” alargada que llegaba, retorciéndose, hasta el final de la “W”, y el principio de esa “B” que descendía hasta la mitad de la página.

Supongo que debería renunciar a la bebida y a las mujeres de mala reputación. De todos modos, resultaba difícil conseguir whisky y el vino me estaba destrozando el estómago. renunciar a Millie, eso iba a ser algo mucho más difícil

Me guardé otra vez la nota en el bolsillo y seguí caminando calle abajo. Me sentía bastante bien.

Solo llevaba escribiendo dos años, dos cortos años. Hemingway tardó diez y Sherwood Anderson cumplió los cuarenta antes de que le publicaran algo.

Supongo, sin embargo, que debería renunciar a la bebida y a las mujeres de mala reputación. De todos modos, resultaba difícil conseguir whisky y el vino me estaba destrozando el estómago. A Millie, sin embargo…, renunciar a Millie, eso iba a ser algo más difícil, mucho más difícil.

…Pero Millie, Millie; no debemos olvidarnos de las letras. En Rusia tienen a Dostoievsky o a Gorki, y ahora América busca a alguien de Europa del Este. América está harta de Browns y de Smiths. Los Browns y los Smiths son buenos escritores, pero hay demasiados y todos escriben de una manera muy similar. América necesita la difusa oscuridad, las reflexiones poco prácticas y los deseos reprimidos de alguien de Europa del Este.

Millie, Millie; tus contornos son sencillamente perfectos, tu cuerpo se desliza terso hasta las caderas y amarte es tan sencillo como ponerse unos guantes cuando el termómetro marca cero grados. Tu habitación, además de alegre, es siempre cálida, y me encantan tus vinilos y tus sándwiches de queso. Millie, ¿y tu gata? ¿Te acuerdas? ¿Te acuerdas cuando era pequeña? Intenté enseñarle a dar palmas y a rodar hacia los lados, y tú dijiste que un gato no es un perro y que no lo lograría; pero, en fin; lo conseguí, ¿verdad, Millie? La gata ahora ya ha crecido y ha tenido cachorros. Hemos sido amigos durante mucho tiempo. Pero ahora esto se va a tener que acabar, Millie; los gatos, tus contornos y la 6.ª Sinfonía de Tchaikovsky. América necesita a alguien de Europa del Este… Caí en la cuenta de que ya estaba enfrente de mi pensión, pero cuando me disponía a entrar vi luz en mi ventana y miré adentro. Carson y Shipkey estaban sentados a la mesa junto a alguien que yo no conocía. Estaban jugando a las cartas y, en el centro, tenían una jarra de vino enorme. Carson y Shipkey eran pintores, pero no eran capaces de decidir a quién preferían como modelo a seguir, si a Salvador Dalí o a Rockwell Kent.