#9M2020 un día sin mujeres

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No sonó la alarma. Me levanté con una inquietante calma y, a la vez, aún energizada por la tarde anterior. Fui a la cocina por café, por un poco de fruta para despertar. ¿Y el paro? Esa voz interior me recordó, como balde de agua fría, que no era un lunes cualquiera. Titubeé. ¿De verdad no debería ni cortar una manzana? Decidí hacerlo, más por costumbre que otra cosa, pero conforme fue avanzando la mañana me di cuenta de que, para mí, el reto no era luchar contra la tentación de lavar los trastes. En realidad (aunque me apene un poco admitirlo aquí) es una actividad que rara vez hago pues, para fortuna mía, en mi casa la cocina es dominio del hombre. El reto que sí tuve que enfrentar fue la autoexclusión del espacio del que me he apropiado, un poco por convicción y otro tanto a la fuerza: la calle. Es el lugar que diariamente transito, pero que también estudio, investigo y divulgo, donde recojo las historias que quiero contar y donde construyo las propias.

Permanecí en casa, extrañando no sólo mis actividades matutinas sino también a las voces femeninas de los noticieros que usualmente acompañan mi primer café —qué aburridos son los señores, en comparación con ellas.

Me metí brevemente, y en silencio, a Twitter: quería tener algún contacto con lo que estaba pasando. Entre fotografías de salones de clase vacíos y oficinas desiertas, leía mensajes y escuchaba los testimonios de los hombres cercanos a mí, cuyos ojos se habían convertido en mi única ventana para saber lo que sucedía allá afuera. Uno me contaba de la extraña quietud de las calles, otro de las pocas mujeres que se fue encontrando en su camino: las empleadas de la panadería o la mesera del restaurante más acá del barrio. En ese recuento, las únicas ausentes eran las clientas. El morado brotaba de pronto en su camino, en la blusa de alguna chica rumbo al metro o en la pañoleta de una empleada tras el mostrador. Eran signos de resistencia portados con orgullo por aquellas cuyas condiciones no les permitieron participar en el paro, pero se solidarizaron con él.

A mí, que tuve el privilegio de parar actividades, poco a poco otras miradas me ayudaron a ver ese mundo sin mujeres. Me refiero a las de amigas y familiares que no pudieron darse el lujo de que les descontaran el día o temían que esa falta les pudiera costar su puesto. Entre ellas, una amiga me contó la experiencia de su trayecto al trabajo, de su casa en la colonia ProHogar de Azcapotzalco a la escuela primaria en Neza, donde da clases de inglés. Salió a la calle con temor, sabiendo que estaría más expuesta que nunca. Se sintió gratamente sorprendida al ver a algunas otras trabajadoras en el camión que toma todos los días para llegar al metro. Ahí se vio con una amiga para no seguir el camino sola y se enfrentó a la ausencia de las taquilleras. En su escuela la recibieron con un listón morado y en su salón no hubo ni una sola niña. A pesar de la tranquilidad que había en las calles, me confesó: “Yo no hubiera dejado salir a mi hija”. Quizá fueron ellas, las que no pudieron parar, quienes más resintieron las razones por las que decidimos hacerlo.

"No hay registro de un paro de mujeres de este tipo, aunque podamos rastrear los movimientos feministas hasta las últimas décadas del siglo XIX, en torno a la revista y escuela La Siempreviva, en Yucatán".

VISTAZO A LOS ANTECEDENTES

A pesar de aquellas excepciones, tanto los reportajes como las fotografías y los testimonios recogidos por medios y redes sociales dieron cuenta de una verdadera ausencia, como nunca antes se había vivido. En la historia de México no hay registro de un paro de mujeres de este tipo, aunque podamos rastrear los movimientos feministas hasta las últimas décadas del siglo XIX, particularmente en el grupo que gravitaba en torno a la revista y escuela La Siempreviva, en la península de Yucatán. Quizá el único antecedente de una huelga de mujeres como tal sea la organizada en Guadalajara a principios de siglo XX, con el propósito de exigir que el gobierno tomara medidas para que los hombres solteros mayores de treinta años sentaran cabeza.

Si bien no se había convocado antes a un paro nacional de labores, la participación femenina en huelgas y manifestaciones ha sido fundamental para las luchas feministas, además de marcar el rumbo de los movimientos sociales en nuestro país. Por ejemplo, fueron ellas quienes dieron una gran fuerza a la huelga de Río Blanco como dirigentes, cuando empleados de aquella fábrica de hilados mostraron su inconformidad ante las políticas del gobierno de Porfirio Díaz, siendo uno de los primeros antecedentes de la Revolución. Para los años veinte se formaron ligas feministas y las mujeres participaron activamente en las huelgas de los sindicatos de inquilinos fundados en ciudades como Veracruz, Guadalajara y la propia Ciudad de México. Viudas, solteras y prostitutas resultaron algunos de los grupos más afectados por los abusos en el cobro de rentas. El movimiento inquilinario de cierta forma compartía algunos aspectos del paro actual en tanto que, a través de una huelga en el pago de rentas que en el entonces Distrito Federal duró veinte meses, ellas demostraron su impacto económico.

Otro momento emblemático fue la huelga de hambre organizada por el Frente Único Proderechos de la Mujer. Ocurrió el 19 de noviembre de 1937 frente a la casa del presidente Lázaro Cárdenas y demandaba que a las mujeres se les concediera ciudadanía plena, es decir, el derecho a votar y ser votadas. Sin embargo, ninguno de estos movimientos y manifestaciones representó lo que fue este 9 de marzo. Pensándolo bien, en realidad fue al contrario: en casi todos esos casos se luchaba por una mayor presencia de las mujeres en la esfera pública, mientras que este lunes lo que buscábamos era hacer conciencia sobre la manera en que nos están borrando. En otras palabras, mientras esas huelgas tomaban las calles, esta no-manifestación nuestra las vació.

LOS CUERPOS DE BRONCE

Resulta sintomático que en esta ausencia de mujeres de carne y hueso, las únicas que permanecieron en aceras y plazas fueron las de piedra y bronce. Ellas nos representaron durante nuestra ausencia de estruendo. La Diana Cazadora y la Victoria que corona la Columna de la Independencia —no, no es un ángel, es una mujer—, observaban en silencio el transitar de camiones y metrobuses ocupados por hombres. No sorprende que esas figuras petrificadas sean las únicas representaciones femeninas en el Paseo de la Reforma, una avenida diseñada en principio para reafirmar el poder del Estado a través de sus monumentos y, ahora, el poder económico en sus rascacielos. No se trata de personas reales, con logros tangibles; son personajes mitológicos con cuerpos idealizados que permanecen inmóviles en el espacio público. Un día antes, ellas también se manifestaron con nosotras, envueltas por aquella marea morada, pero también como repositorios de nuestras demandas y consignas.

A través de las manifestaciones, las pintas y las intervenciones, hemos subvertido y resignificado sus cuerpos, al mismo tiempo que hemos hecho lo propio con los nuestros. Hoy nos miramos distintas.

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