En 1931 Diego Rivera pintó The Making of a Fresco Showing the Building of a City (La creación de un fresco) en el San Francisco Art Institute (SFAI), una de las academias de arte con mayor tradición en Estados Unidos. Tras 150 años de historia, ahora la institución enfrenta una profunda crisis económica, de modo que el mural, valuado en cincuenta millones de dólares, se ha planteado como un posible remedio: su venta podría garantizar gastos de operación y solventar las deudas. Desde que se anunció esta medida, en diciembre pasado, tanto el claustro académico de la institución como la comunidad artística de San Francisco se mostraron indignados. La controversia también ha sacudido a especialistas y medios alrededor del mundo. Pero el SFAI no es la única entidad que, ante la crisis, ha considerado poner a la venta valiosas piezas de su acervo para sobrevivir. En septiembre de 2020, la Royal Academy of Arts de Londres anunció la venta de un mármol de Miguel Ángel como medida para mitigar sus dificultades económicas. El uso del patrimonio como salvavidas no sólo pone de relieve los efectos de la pandemia en las instituciones artísticas: también destaca la mala administración y la negligencia a las que han estado sometidas por años.
La propuesta ha sido descrita como un crimen contra el arte, una herejía, e incluso se le ha señalado como una medida racista por parte de un consejo mayoritariamente blanco que no valora el trabajo de un artista mexicano y moreno, crítica que vale la pena analizar en el contexto actual de Estados Unidos. También mencionan que se coloca el valor monetario de la obra por encima de cualquier otro (cultural, artístico, patrimonial), y es que la valuación del fresco de Rivera sobrepasa por mucho los murales que otros pintores estadunidenses hicieron en la sede de Chestnut Street.
LA RELACIÓN DEL MURAL de Rivera con el SFAI no ha sido siempre de cariño y respeto. Si bien hoy es una obra que genera orgullo, tanto su creación como su recepción inicial estuvieron envueltas en polémicas. La presencia de Rivera —un ferviente comunista— en California fue motivo de preocupación desde que iniciaron las negociaciones para comisionarle el mural de la Bolsa de Valores de San Francisco y la agitación continuó cuando se dijo que también haría una obra en el SFAI. Las autoridades le negaron la visa y la crítica estadunidense no dejó pasar lo inverosímil que resultaba que un comunista fuera a crear una pieza dedicada a una institución que representa los valores del capitalismo. El señalamiento no estaba fuera de lugar, de hecho, sus tratos con los capitalistas yanquis le valieron al pintor el ostracismo del Partido Comunista Mexicano. Por otro lado, tampoco entendían muy bien por qué se estaba invitando a un extranjero a pintar edificios locales.
La xenofobia y la ideología marcaron así tanto el tiempo que Rivera pasó en San Francisco como su legado en la ciudad. Desde antes de su llegada, los medios locales resaltaban constantemente sus posturas políticas y las revistas especializadas no sólo recurrían a esa misma narrativa, sino que además mostraban una perspectiva racista y una visión muy conservadora sobre el arte. El discurso no se modificó una vez revelado el mural, aunque muchos tuvieron que admitir que Rivera era realmente un buen artista.1 Es probable que ésta fuera la razón por la que el pintor decidió no intervenir directamente el muro, sino trabajar sobre un panel desmontable que podría permitir su traslado a otro espacio. Quizá también esa característica motivó la decisión de venderla.
PARA 1947 la obra fue cubierta con una tela delgada para ocultar su contenido político y se mantuvo así a lo largo de los cincuenta. El nerviosismo que generó la presencia del mural en el SFAI probablemente se debió a un creciente sentimiento anticomunista que dio pie al macartismo, un periodo marcado por la cacería de brujas emprendida por Joseph McCarthy contra quienes simpatizaran con esa ideología. La muerte de Rivera en 1957 cambió la perspectiva de la institución hacia el mural; como sucede a menudo con la obra de los artistas, no es valorada sino hasta su muerte. Surgió una iniciativa para restaurarlo, pero el entusiasmo muy pronto se diluyó y para 1966 se estaba evaluando la construcción de una cortina que permitiera ocultarlo sin dañarlo, argumentando que eclipsaba las obras que se exponían en la galería donde se encuentra. Por fin en la década de los ochenta la institución verdaderamente apreciaría el mural y al poco tiempo se abrió al público. Ahora se busca a contrarreloj una declaratoria de monumento para detener su venta.
La xenofobia y la ideología marcaron tanto el tiempo que Rivera pasó en San Francisco como su legado
En el mural, Rivera imagina un mundo en el que artistas, intelectuales, obreros y empresarios trabajan en conjunto a fin de crear una mejor realidad para todos. Ahora resulta una triste ironía que una obra creada para resaltar el rol del artista en la construcción de la sociedad sea desechada.
Más allá del destino del mural de Rivera o del mármol de la Royal Academy, debemos preguntarnos qué nos están diciendo en realidad estas presuntas soluciones, pues resulta evidente que la crisis del Covid no es el problema de raíz, en todo caso, sólo ha resaltado una dura realidad: los organismos culturales llevan años sostenidos de alfileres. También es sintomático que haya dos escuelas de arte sacrificando su patrimonio para subsistir. Es cierto que ambas están sufriendo los estragos de malas decisiones administrativas, curiosamente las dos relacionadas a la construcción o remodelación de sus espacios y a bajas matrículas, pero en ello subyacen problemáticas más profundas que debemos atender: las fallas en el modelo de la educación artística, aunque también la falta de apoyo a la cultura y cómo eso desincentiva el estudio de las artes. Y sí, creo que en el fondo encontraremos que hay una falla en el sistema neoliberal que está afectando cómo valoramos el arte y, por extensión, el patrimonio.
Nota
1 Hilary Ellenshaw ha hecho un análisis muy profundo sobre la recepción de The Making of a Fresco en su tesis Diego Rivera at the San Francisco Art Institute.