C
C de Carlos; C de Cienfuegos, Ixca, su nombre, el duende del Anáhuac, el correveidile, el abridor de las conciencias en el México de la postrevolución, el guardián de la memoria prehispánica y el tentador de La región más transparente, desengañado, al cabo, del retorno al origen y a los ritos sacrificiales; C de Cruz, Artemio, su nombre, que al engañar a la revolución se engañó a sí mismo; C de Cristóbal el Nonato, que todo lo recuerda y lo olvida todo al nacer en el nuevo Nuevo Mundo de 1992; C del Cojuelo, malicioso madrileño y precoz avatar de Ixca y Cristóbal; C de las amorosas y memoriosas brujas Consuelo y Celestina; C de la metamórfica virgen Constancia, rusa y judía, sevillana y católica. C del sin par Cervantes a quien Carlos nombró El Cronista en Terra Nostra; C de Cervantes o la crítica de la lectura. C de ciudad y C de cine, dos amores de Carlos Fuentes, que alía La región más transparente. C, al fin, de Cuento. Maestro cuentista era, es y será Carlos Fuentes.
A
A de Aura, la de los ojos verdes y fluyentes, la bruja joven. A del amor constante más allá de la muerte; A de Artemio mientras agoniza extraviado entre los tres tiempos de toda vida. Pero al fin y al comienzo A de Arte, A de las Artes. Arquitectura, danza, escultura, música, pintura, teatro, todas se concitan y transmutan en las letras o las cartas de relación de Carlos.
R
R de Revolución, la conciliadora de todos los tiempos de México, la traicionada por sus propios héroes. R de Razón. ¡Alto, ahí! “El sueño de la razón produce monstruos”, reza la leyenda del Capricho 43 de Goya. Reza su comentario: “La fantasía abandonada de la razón produce monstruos imposibles: unida con ella es madre de las artes y origen de las maravillas”. Soñadora, comenta Constancia, la sevillana: “La razón que nunca duerme produce monstruos.” Todo Terra Nostra es una contienda, un combattimento, un coloquio barroco del sueño con la razón.
A de Aura, la de los ojos verdes y fluyentes, la bruja joven.
A del amor constante más allá de la muerte; A de Artemio mientras agoniza extraviado entre los tres tiempos de toda vida
L
L de Ludovico, el estudioso, el sabedor de los arcanos de la Cábala, doble invertido de un tal Luis, Buñuel, su apellido. L de Lengua, la Marina, Malinalli, Malintzin de Ceremonias del alba y la de “Las dos orillas”, cuya lisura de muslos añora Jerónimo de Aguilar, la otra lengua de Cortés. L de Lengua, la española, la viajera y transterrada, rayada de náhuatl, la lengua árbol, la lengua naranjo. L de Lirismo, a rienda suelta, a sabio cálculo, dialéctico y deslumbrante. ¿Nerudiano? Contrapunteado por la ironía, su traviesa cuata.
O
O de Otro, de aquellos Otros a quien no deja de imaginar Carlos Fuentes. O del Otro Mundo, tercera tabla del tríptico de Terra Nostra, tras el Viejo Mundo y el Nuevo Mundo. Allí, en el Otro Mundo del sueño novelesco, se amasa, estira, recoge el material del relato. Allí, toda forma muda. Allí, en una como fuga musical alternan y buscan fundirse en uno solo los sueños de la herejía adamita y las beguinas de Flandes, de la utopía de Moro y las crónicas de la conquista, del Quijote y el Burlador de Sevilla. Aquellos sueños de libertad religiosa, dorado nuevo mundo y locura quijotesca, sueños son, mas no pasado cumplido sino viva memoria de los esmeros del Renacimiento por quebrar y quebrantar todo discurso unívoco. Los recordará Polo Febo, el primero y último soñador de Terra Nostra, en el lindero del nuevo y segundo milenio.
S
S de Sueño. Aquel principio de composición y de pensamiento en Terra Nostra. S de Soñar: “Increíble el primer animal que soñó con otro animal”. Así se franquea, desde la primera oración, el pórtico de la novela. Y, por más que invoque la razón un soñado monje razonante, se entra en el mundo de las metamorfosis, transmutaciones, condensaciones, desplazamientos, en el mundo cinético y plástico del sueño, el mundo de los posibles.
F
F de Fantasmas, aquellos desvalidos y poéticos seres que habitan caserones del centro de la ciudad. Presencias del pasado irresuelto en “Tlactocatzine, del jardín de Flandes”, Aura, Constancia y otras novelas para vírgenes, Inquieta compañía. F de Fantasía. Unida a la razón. F de fantástico, el cuento fantástico de Carlos es poético y justiciero: piden posada los fantasmas y se les abren las puertas en las moradas del tiempo. De otros tiempos vienen los fantasmas, sí. También de otros lados. Oigan si no esta visión de la Historia: “[…] un flujo sin fin, un río pardo cruzando del Viejo al Nuevo Mundo, una corriente de emigrados, perseguidos, refugiados, entre los cuales destaco a un hombre, una mujer y un niño que creo reconocer, por un instante, antes de que la marcha de
los fugitivos los ahogue: la fuga de Palestina a Egipto, la fuga de las juderías de España a los guetos del Báltico, la fuga de Rusia a Alemania a España a América, los judíos arrojados fuera de Israel, fuga perpetua, polifonía del dolor, babel del llanto, interminable, interminable […]” En “Constancia”, los últimos fantasmas de la Sagrada Familia son salvadoreños. F de Frontera. La frontera, cicatriz y espejo en Gringo Viejo se torna frágil lente del porvenir en La frontera de cristal. A Carlos la frontera lo cruzó. “Hay una frontera que sólo nos atrevemos a cruzar de noche […]: la frontera de nuestras diferencias con los demás, de nuestros combates con nosotros mismos”. O como lo quisiera decir la gringa joven: […] cada uno [lleva] adentro su México y sus Estados Unidos, su frontera oscura y sangrante que sólo nos atrevemos a cruzar de noche, eso dijo el gringo viejo.” En la frontera de polvo y lodo, la mal llamada frontera de cristal, vive la nueva Malinche, Malinalli, Malintzin de las maquilas. En una visión utópica, la frontera se abre a su porvenir, se quiebra como un cristal, para el anhelado encuentro de todos los nombres de los migrantes a través de todas las fronteras: “Como un chorro entran a mi mirada a mis ojos a mi lengua sus nombres, cruzando todas las fronteras del mundo, rompiendo el cristal que los separa.”
N de Nuevas, Novedad, Novela. Carlos rompe lanzas cual incansable paladín de la novela: a su dama la casa con la novedad, la explora, la violenta, la define. Es lenguaje conflictivo entre los de la última modernidad
U
U de Utopía, ¡pobre América! En la segunda tabla de Terra Nostra, el soñado viaje del peregrino al Nuevo Mundo realiza y decepciona el deseo de una tierra donde vuelva a existir la edad dorada. Pero, profecía y recuerdo, su relato afirma el derecho a la plena existencia del no lugar y el no tiempo del ambivalente sueño como horizonte de la historia en la ficción. U de Ucronías, lúdicas y paródicas, que enderezan entuertos de la historia. En “Las dos orillas” los mayas conquistan España, dándoles una sopa de su propio chocolate a los que pretendieron conquistarles. En “Las dos Américas”, un viejo Colón que se resguardó del tiempo de la historia en su oculta isla de Antilla se dispone a regresar a España tras cinco siglos de ausencia. Lleva consigo las semillas del naranjo americano nacido del español: “[…] acaricio las semillas y me entrego a un vasto sueño sobre el mar en el que el tiempo circula como las corrientes y todo lo une y relaciona, conquistadores de ayer y de hoy, reconquistas y contraconquistas, paraísos sitiados, apogeos y decadencias, llegadas y partidas, apariciones y desapariciones, utopías del recuerdo y del deseo…”
E
E de Espectro, otro nombre para los seres que transitan por los tiempos de la historia en espera de que se reconozca como tal una u otra tragedia. E de erotismo. Para soñar las incumplidas promesas de la historia del mundo hispánico, Terra Nostra erotiza la historia del arte y el pensamiento. En el desenlace, se funden en uno solo Polo Febo y Celestina: “Ed erano due in uno, uno in due”. De aquel acto de amor, cumbre del erotismo y de la vida, nace un nuevo ser, femenino y masculino, andrógino. La unión entre el pasado y el presente convierte en futuro la memoria recobrada. Muere el relato de lo acaecido, vive la novela. Terra Nostra, sabio teatro de la memoria, también es un sueño erótico. Un arte de amar. E de erotismo, sí, pero al cabo y, ante todo, E de Estilo y E de Escritura.
N
N de Nuevas, Novedad, Novela. Carlos rompe lanzas cual incansable paladín de la novela: a su dama la casa con la novedad, la explora, la violenta, la define. Es lenguaje conflictivo entre los de la última modernidad; es arena o palestra donde se enfrentan tiempos, culturas, lenguajes diferentes. No menos de tres títulos enarbolan cual oriflama la palabra novela: La nueva novela hispanoamericana que desafía al Nouveau roman de los 1960, y gana un torneo; Geografía de la novela, en el que Carlos reúne una comunidad internacional de novelistas cuyas órbitas no gravitan en torno a un improbable centro de la cultura occidental; La gran novela latinoamericana, su personal y final canon.
T
T de Terra Nostra, nueva América nuestra, valiente mundo nuevo.
T de Tiempo, no el de los relojes, sino su espalda negra, el tiempo
de la creación, el tiempo inconcluso de la cultura. T de Teatro: Todos los gatos son pardos, metamorfoseada en Ceremonias del alba; El tuerto es rey; Orquídeas a la luz de la luna. Teatro que abraza a la danza, la música, el cine, teatro carrusel de las artes.
E
E de Épica. En palabras de Carlos, la épica vacilante de Bernal Díaz del Castillo, la épica dañada de la novela. Sus magníficos despojos en La región más transparente: la batalla de Celaya, cantada a puro aliento antes que narrada. E de Ensayo. Entre los ensayos y las novelas, ¿cuáles son primeros?, ¿cuáles segundos? De la bibliografía de Cervantes o la crítica de la lectura dice Carlos que es gemela de la de Terra Nostra, pues ambas nacen “de impulsos paralelos y obedecen a preocupaciones comunes”. Sus ensayos literarios han de verse como compañeros de las novelas, antes que como apostillas o postdatas. Si el Cervantes es escudero de Terra Nostra, El espejo enterrado lo será de Cristóbal Nonato o de El naranjo.
S
S de Signorelli, Luca, su nombre, cuyos frescos de Orvieto, puro movimiento, abren en el Renacimiento a otra imagen del mundo y del más allá. En Terra Nostra, un apócrifo cuadro de Orvieto, obra del español Fray Julián, registra la imagen de la corte española y viaja al Nuevo Mundo. S, al fin, de Summa: “La edad del tiempo” de Carlos Fuentes, donde somos todos. Y estamos.