Pelé (1940-2022)

Adiós al Mozart del futbol

Poco después del triunfo de Argentina en la Copa Mundial de Catar 2022, cuando se especulaba —una vez más— sobre quién ha sido el mejor futbolista de la historia, el año cerró con la muerte de quien suele llevarse dicho título: el Rey Pelé. Fue un superdotado cuya versatilidad extraordinaria le permitió consagrar no sólo el llamado juego bonito, sino además y sobre todo un territorio del futbol que es también propio de la imaginación: inventó lo imposible.

Estampilla Pelé
Estampilla Pelé Foto: Fuente: spatuletail / shutterstock.com

Hace medio siglo, en la resaca del México 70, anticipándose al palabrerío de los días recientes, el cronista Manuel Seyde escribió en La fiesta del alarido (1970) este obituario sintético del Rey Pelé: “Aquí fue el hombre; en Suecia era el niño prodigio a quien le dijeron: ‘Toma el violín; toca algo para los señores’. Y él empezó su carrera luminosa y, al finalizar el Mundial de 70, es el primer juglar del mundo y cuando muera, que todos tenemos que morir aunque no nos guste, se sabrá de su grandeza”.

El hecho ocurrió: Edson Arantes do Nascimento, conocido en las canchas como Pelé, murió el 29 de diciembre de 2022, poco después de Catar 2022, cuando se discutía en las redes sociales quién ha sido históricamente el mejor futbolista de todos los tiempos. Si en el pasado se hablaba de Puskas, Pedernera, DiStéfano, Sindelar o Cruyff como posibles rivales de Pelé, en el presente se piensa en los tres Ronaldos, de Brasil y Portugal (Nazario, Ronaldinho y Cristiano) o en los argentinos Diego Maradona y Lionel Messi. Y aún hoy, como diría Seyde, “Pelé se asoma por encima de todos, saltando para tocar la pelota con la frente”.

Nació el 23 de octubre de 1940. A los nueve años siguió en la radio con su padre, también futbolista, João Ramos do Nascimento, al que llamaban Dondinho, aquel partido entre Brasil y Uruguay con el que concluyó el Mundial de 1950, y que era, como prometían los políticos, la segura consagración de los brasileños como potencia del orbe. Pero no: el estadio Maracaná, vestido para la gran fiesta, entró en pasmo ante el 2-1 con el que los uruguayos vencieron todos los sueños. Maracanazo, le llaman. Como muchos, Dondinho lloró; y al verlo así el hijo le prometió llevarle a casa, alguna vez, ese trofeo... Lo que no ocurrió muy pronto, sino ocho años más tarde, cuando el joven Pelé, de 17 años, se presentó en Suecia 58.

Mucho de la vida de Pelé se ha contado en estos días. Las fuentes para saber su historia son varias. Hay un documental muy amplio, accesible en streaming: Pelé (David Tryhorn y Ben Nicholas, 2021), en el que, alternando con el material fílmico histórico, se le ve ya con problemas para caminar (con los apoyos de andaderas o sillas de ruedas), conmovido por momentos en el recuerdo de los juegos definitivos, en reuniones con excompañeros tanto del Santos como de la selección, o tamborileando con los dedos un viejo cajón de madera para bolear zapatos, oficio que ejerció en su niñez. Y están los libros, como el de Seyde, que en su parte final reseña el Mundial de 1970; o películas como Futbol México 70 (Alberto Isaac, 1970), que cuenta aquella fiesta futbolera que consagró tanto a Pelé como a su selección.

Y queda además la memoria de quienes asistieron, o asistimos, a aquellos encuentros deportivos y vieron, vimos, al maestro ejecutar su magia. Cuando miro la foto en la que llevan en hombros a Pelé en la cancha del Azteca, aquel 21 de junio de 1970 (portada de muchos diarios el 30 de diciembre de 2022), suelo pensar que ahí estuvimos mi hermano Carlos y yo, a los once y siete años de edad, perdidos entre la multitud, en la parte más alta del estadio, ésa que llaman El Palomar, en la cabecera sur, donde casi se podía tocar el techo.

—Mira —señalo la tribuna—, ahí estamos —como si fuera posible vernos.

E incluso puede uno remitirse a quienes alguna vez lo enfrentaron. En mis tiempos de cronista deportivo fui invitado a presenciar, en un restaurante de Coyoacán, una reunión anual de futbolistas que vencieron al Santos de Pelé. El anfitrión fue Reinaldo Giacomini, y asistieron Héctor Ortiz, El Chato; Dante Juárez, El Morocho; José Antonio Roca; Jorge Morelos, Vitola; José Moncebáez; Melesio Osnaya, El Pirrín, Carlos Guevara y José Luis Lamadrid... Recordaron que 35 años atrás (el 2 de febrero de 1961) un Necaxa reforzado por jugadores del Toluca y el Atlante se enfrentó al Santos de Brasil en el estadio de Ciudad Universitaria, con un resultado que sorprendió a todos: locales 4, visitantes 3.

Jorge Morelos vigiló la portería, y de Pelé me contó esto: “Yo me decía: han de exagerar los que hablan de él, se me hace que están exagerando. Al empezar el partido descubrí que era más de lo que me habían dicho: tenía muchas habilidades, era el jugador completo, corría, tocaba con el talón, se desmarcaba...”

Sin embargo, en un choque aéreo, en el que participaron Morelos, Pedro Dellacha y Pelé, este último se luxó un hombro y abandonó el campo.

Las lesiones persiguieron a Pelé en el Mundial de Chile 62, pues los golpes continuos eran para sus rivales la única forma de detenerlo, aunque esa vez su país ganó el torneo; y un poco lo mismo, y el surgimiento entonces de un juego defensivo y de gran fortaleza física (con el agregado de estrategias concebidas directamente para anular-lo y una actuación equívoca de los árbitros), transformaron en fracaso su participación en Inglaterra 66.

Por ello dudó en seguir en la selección; sentía que, fuera de su debut, los Mundiales no eran para él... Hubo, no obstante, toda una campaña de Estado para que figurara en México 70; incluso se impuso Pelé a sus rivalidades con el entrenador João Saldanha (quien lo declaró miope), sustituido éste por Mario Zagallo a meses de que iniciara la justa. De ese Mundial sobresalen dos instantes:

Uno, aquel gran gol que no fue, ante Checoslovaquia, al minuto 41, cuando intentó vencer al arquero desde la media cancha y Viktor (sigo a Seyde) corrió hacia atrás ate-rrado, como esos jardineros que tratan de fildear una pelota, mas ésta picó cerca del poste izquierdo y se fue. El mejor gol, dice Seyde, “es el que no se hace”.

Y el otro, que también exalta Seyde, es cuando se eleva Pelé, en la final contra Italia, a pase de Rivelino, superando a Burgnich, para dirigir el esférico con la frente hacia donde Albertosi no podía llegar. Fue el 1-0.

—Saltamos juntos —recordó luego Burgnich—, pero cuando volví a tierra vi que Pelé se mantenía suspendido en la altura.

El Rey ha muerto. ¡Viva Pelé !

Alejandro Toledo es autor del libro La pluma y el achique: Historias del futbol, que este año publicará la Universidad Autónoma de Nuevo León.