Por amor a Roger Water$

En el espacio de la adoración que le prodigan a una banda o un músico de rock, más las preciosas recompensas que pueden retribuir a sus fans, ésta es una crónica de muchos viajes con destino al grupo británicoPink Floyd y sus individualidades: un viaje tanto a la discografía como a los conciertos, aunque no sin reservas. En todo caso, el texto corresponde con fidelidad al estado de gracia y las ocasiones memorables que esos encuentros propician. Es una invitación y forma parte del nuevo libro de nuestro columnista Carlos Velázquez, Mantén la música maldita, que bajo el sello de Sexto Piso será presentado la próxima semana.

Us + Them, la película.
Us + Them, la película. Foto: Fuente: rockandpop.cl

Waters me produce sentimientos encontrados. Admiro su música, pero me desagrada su militancia. Reconozco que es un artista que se ha levantado desde las cenizas. Pero también ha abusado de su mesianía. Antes de la gira In the Flesh, excepto los fans, nadie se acordaba de Waters. Hoy es una maquinaria imparable que produce millones de dólares. A costa de emprender giras mundiales en las que los bolsillos de los fans son desangrados sin clemencia.

El más acérrimo fan de Roger Waters que conozco se llama Chuy Haro. Lagunero recalcitrante, hincha del Santos Laguna, miembro de la Raider Nation y pensionado. Una tarde me invitó unas cervezas en la cantina Versalles. Desde entonces entablamos una amistad basada en nuestro gusto musical. Chuy no es un amante de la música en el sentido amplio. Es un obseso de Pink Floyd y Waters. Por lo tanto no me extrañó cuando me subí a su Mini Cooper negro y descubrí que la playlist se componía únicamente de la discografía completa de Floyd y sus miembros, juntos y en solitario. Es el soundtrack de la vida de Chuy. Aunque él afirma que escucha otras cosas, es difícil creerle. Dicha playlist suena en loop infinito en ese carro.

Tomamos el libramiento Laguna, construido durante el sexenio de Peña Nieto. Nos dirigimos hacia Monterrey. El pretexto: el último concierto de la gira Us + Them. Chuy es el prototipo del adorador de Waters. Para él nunca es suficiente. Ha visto el mismo show, con algunas variaciones, entre 67 y 72 ocasiones según sus cálculos. Y nunca se cuestiona si debe parar. Al contrario, la meta es incrementar sus cifras. Su fanatismo raya en la adicción. Si ha perseguido a Waters por el mundo, hacer un viaje de tres horas por carretera es una nadería.

No puedo juzgar a Chuy. Yo mismo he taloneado a un par de bandas varias fechas y en al menos dos países distintos. Pero esto es diferente. Es una escala superlativa. Aunque al mismo Chuy le gusta decir que él está en pañales en comparación con otros fans de Waters.

Roger Waters en el Zócalo, octubre, 2016.
Roger Waters en el Zócalo, octubre, 2016. ı Foto: Cortesía de Santiago Arau

Durante la gira pasada decidí no verlo a su paso por México. ¿El motivo? Estaba un poco hastiado del asunto. Como las canciones que interpreta son básicamente las mismas, con ligeras rotaciones, Waters tiene que meter alguna novedad. Esa ocasión se trataba de un sonido monstruoso. Algo que interpreté como una mala coartada para enmascarar lo repetitivo de su concierto. Al final me arrepentí. Hice el intento de asistir a su concierto en el Zócalo, pero no lo conseguí. Llegué tarde y me quedé a cien metros de la plancha. Cerraron el acceso debido.

Ignoro qué aconteció entre giras. No es que me reconciliara con Waters. Nunca me he peleado. Su música nunca he dejado de escucharla. Como muchas de las relaciones en mi vida ha sufrido altibajos. Hay épocas en que me quedo prendado a un disco o una canción. Y hay otras en que me desanudo. Pero cuando anunció que estaría en el norte me dieron ganas de acudir al toquín. Elegí Monterrey por la cercanía. Pero Chuy había visto los anteriores tres shows en la Ciudad de México y los dos en Guadalajara. Con esto cerraría con paso perfecto. Sin fallar a una sola cita.

En su perfil de Twitter, Chuy (@haro_63) tiene una foto en la que está con Waters. Roger le da un autógrafo mientras él algo le alega. Es una de las dos veces que lo ha tenido en frente. Vive en uno de los fraccionamientos más exclusivos de la ciudad.

Sin embargo, su sueño de jubilado es construirse un minibar dentro de su casa. Al que bautizará "Brain Damage" (como la pieza del disco The Dark Side of The Moon). Un santuario que albergará toda la memorabilia que posee de Pink Floyd.

Se enamoró de Pink Floyd. Esa enfermedad que luego cambió de nombre. Pasó a llamarse Roger Waters. Pasión que continúa hasta el presente. Chuy es antichairo. Sin embargo, ante el Chairo Mayor su postura se relaja. Y se vuelve acrítico

WELCOME MY SON

A los 14 años descubrí a Pink Floyd. Para mí, una gran banda. Para Chuy, una enfermedad. No todas las enfermedades son malas. Algunas son buenas. “Mi papá me regaló The Dark Side of The Moon en el 73. Yo tenía diez años. Él vivía en Estados Unidos. Me trajo dos discos. Ese y el primero de Chicago. Me dijo: escucha esto”.

En todas las familias siempre existe un mariguano. Y el primo de Haro era uno. “Mi primo Cando me dijo: vamos a oírlo. Nos subíamos a la azotea. Con todo y tocadiscos. Él quemaba mota. Tenía Obscured by Clouds. Él no los compraba. Se los chingaba del Senderito (una tienda de discos). Se robó el Ummaguma y mi mamá se encabronaba si lo tocábamos, decía que “Several Species of Small Furry Animals Gathered Together in a Cave and Grooving with a Pict” era música del diablo. Por cierto, una de las canciones con el título más largo de la historia.

Se enamoró de Pink Floyd. Esa enfermedad que poco después cambió de nombre. Pasó a llamarse Roger Waters. Pasión que continúa hasta el presente. Chuy es antichairo. Sin embargo, ante el Chairo Mayor su postura se relaja. Y se vuelve acrítico. Pero va más allá. Se torna un defensor incansable de Waters. Tanto en lo musical como en lo político. Y también en lo letrístico. Desde que Bob Dylan ganara el Nobel, los escritores de canciones de rock han sido revalorados. “Waters tiene unas letras muy chingonas. Claro, yo no puedo hablar objetivamente de Pink Floyd.

“En 1994 —continúa— fui a la Ciudad de México, siempre he tenido la costumbre de comprar un periódico de la ciudad donde esté. En El Universal vi anunciado el concierto de Pink Floyd en el Autódromo. Agarré el teléfono, marqué a Ticketmaster y compré cuatro boletos. Fue tanta mi ansiedad que fui en el metro a recogerlos a la taquilla en ese momento. Tenía 31 años”. En el 94 yo tenía 16 años. No contaba con el poder adquisitivo para comprarme un vuelo y pagarme el boleto. Si hubiera contado con los medios no lo habría pensado dos veces. Aquella visita se convirtió en un suceso histórico. Era la primera ocasión que Pink Floyd tocaría en nuestro país. Y sería la única. Chuy fue uno de los afortunados que estuvieron presentes.

“Fue un shock verlos. Todavía conservo los boletos del concierto”. A partir de aquel día, Chuy comenzó a cazar a Roger Waters. Al que vio por primera vez en Woodlands el 10 de junio del 2000 durante la gira de In The Flesh. Un tío fue el que le pasó el pitazo. “No había internet. La única manera de que te dieras cuenta que había un concierto era a través de las revistas. Mi tío vivía en Los Ángeles. Y él compraba el L. A. Weekly, ahí se anunciaban todos los eventos que vendrían”.

In the Flesh puso otra vez a Waters en el mapa musical. Comparada con la última gira, la producción era mínima. Él salía al escenario con una chaqueta negra sencilla, en comparación con la gabardina de la gira de The Wall. Tampoco hacía declaraciones polémicas sobre conflictos políticos. Sin embargo, estaba de vuelta. Y el mundo se enteraría. Nadie imaginaba que no se detendría y las giras se sucederían sin descanso. Pero no sacaría un disco con música nueva hasta 2017. Algo que carecía de importancia. Los fans no se cansarían de escuchar una y otra vez las mismas canciones.

En el 2000 Chuy comenzó su colección de artículos sobre Pink Floyd. Ciudad que visitaba se pepenaba cuanto objeto se le atravesara. “Una vez fui de vacaciones a Perpignan, en Francia. En la calle había un tianguis de discos y me compré la edición francesa de The Wall. Pero el verdadero tesoro que adquirí, y que en su momento desconocía su valor, fueron los cinco cómics de Pink Floyd, cada uno en diez euros”. Fue el principio de un acervo que hoy es imposible de cuantificar. En ocasiones Chuy ha querido hacer un cálculo de cuánto dinero ha invertido y es imposible arrojar un aproximado. Porque no sólo es el dinero empleado en merchandising, hay que sumar el costo del viaje con lo que ello implica: vuelos, hospedaje, comidas, boletos de conciertos.

Roger Waters
Roger Waters ı Foto: Fuente: es-la.facebook.com

En su último inventario, Chuy contabilizó 172 viniles de Pink Floyd. Entre primeras ediciones, reediciones, ediciones especiales y bootlegs. Y de parafernalia diversa que incluye llaveros, vasos, cuadros, la cifra alcanza los trescientos objetos. A un lado de la sala de su casa, en una especie de cuarto de televisión, se ubica su altar al grupo. Una vitrina exhibe dos pares de Converse de edición especial de Pink Floyd. El espacio entero está dedicado a la banda. Sólo hay una escultura de Freddie Mercury que desentona con el escenario general.

Mi disco favorito de Pink Floyd es Atom Heart Mother. Estuve tan clavado una época de mi vida que la estructura de la canción “Alan’s Psychedelic Breakfast” inspiró la base para mi cuento “El díler de Juan Salazar”. También es el disco favorito de Chuy. Algo inusual. Lo común es que el fan sea incondicional de otros álbumes más populares, como The Wall o The Dark Side of the Moon. Y le encanta presumir su obsesión. “Tengo en vinil todas las portadas del Madre de corazón atómico. De las ediciones de los distintos países. Son seis”. En sí, las portadas no son distintas. En todas aparece la vaca. Sólo que con ligeras variaciones. La colombiana, por ejemplo, salió además con el vinil color azul.

El artículo por el cual más ha pagado es el box set de Roger Waters, The Wall Super Deluxe. El precio ascendió a 650 dólares. La peculiaridad, además de su bellísima edición, es que está firmada por Waters. En uno de los libros que incluye, en las primeras hojas, está estampada la frase “Love R”, en plateado sobre un fondo rojo. Esta caja salió al mercado en 2016. Sólo se editaron 1,500. Numeradas. En la actualidad se consigue sólo con vendedores especializados, como la página Discogs. Su valor está tasado en 33,954 pesos. Y sin duda seguirá subiendo.

Podría ser más consciente respecto al precio de las entradas, de la comisión que cobran las expendedoras de boletos. No cualquiera puede costear ser fan de Waters

COINCIDIR CON GILMOUR

“He tenido la oportunidad de platicar una vez con David Gilmour —cuenta Chuy—. Fue muy amable. Fue una casualidad. Muchas de las mejores cosas que me han pasado en la vida son fruto de la casualidad. Ocurrió en 2016. Yo estaba en Los Ángeles y en Twitter me di cuenta de que Polly Samson (periodista y esposa de Gilmour) iba a presentar su libro en una librería del Downtown. Supuse que ahí podría estar Gilmour. Porque a la noche siguiente tocaría en el Forum. Estaba de gira con Rattle That Lock. Antes pasé por Amoeba Records (una de las tiendas de discos más emblemáticas del orbe) a buscar algo de Pink Floyd. Compré The Division Bell, que había salido por primera vez en vinil.

“En la librería éramos alrededor de cuarenta personas. Unos treinta y cinco mexicanos y cinco gringos. Para entrar al evento había que comprar el libro de Polly. A media presentación salió Gilmour y se sentó detrás de ella. Prohibían grabar y tomar fotos. Pero yo saqué el celular a la sorda y grabé una parte de la charla. Abordó su enemistad con Roger Waters antes de nada porque estaba harto de que le preguntaran. Al final, en la mesa de la firma se sentaron Polly y él. Ella te autografiaba el libro y te regalaban una foto que firmaba Gilmour, donde él aparece en una estación de tren.

“Yo traía el Division Bell y una edición rara del Wish You Were Here. Detrás de mí había un cuate que no traía nada y le pedí que a él le autografiara el vinil. Yo fui uno de los últimos de la fila. Primero me tocó con Polly. Me preguntó mi nombre y se lo dije. Cómo se escribe eso, me preguntó. Y Gilmour se volteó y dijo en perfecto español: Jesús. Y me sonrió. Cuando me tocó turno con él le pregunté por qué no iba a tocar a México. Me respondió que uno quisiera tocar en todos lados pero es imposible. Y dijo sinceramente que ve remoto presentarse en nuestro país. Le di a firmar el disco y pensó que era pirata. Y le hizo muecas. Esto nunca lo he visto, dijo. Y le habló a su hermana, que es su manager. Me la presentó. Lo abrió y le preguntó a su carnal si conocía la edición. Y le respondió que nunca. Y yo le dije que sí era original. Le extrañó. Sé que no firman nada pirata. Y ya me lo firmó. Pero a toda madre, eh, sencillo, nada mamón. Risueño todo el tiempo. Nada que ver con Waters, que es un tipo bastante raro”.

Mantén la música maldita
Mantén la música maldita ı Foto: larazondemexico

ENCUENTROS Y DESENCUENTROS CON WATERS

Una mañana Chuy desayunaba en el restaurante del St. Regis de la Ciudad de México. El motivo de su presencia en la capital era, obvio, un concierto de Roger Waters. Un grupo de fanáticos de Pink Floyd se conglomeraba afuera del hotel. A los pocos minutos Waters atravesó el lobby con su séquito. Subió a su habitación sin pelar a nadie. Más tarde bajó a encontrarse con sus fieles. Chuy no se había formado. Así que sería uno de los últimos en tener acceso a Waters. Pero tuvo la suerte de que un conocido lo afanara y estuviera entre los primeros. Como Chuy no llevaba ningún disco le pidió que le firmara la playera que traía puesta. Pero Waters se rehusó. “No toca a la gente”. Lo sacaron de la fila. Aquella era una oportunidad única, así que preguntó si le podía firmar los boletos. Le respondieron que por supuesto. Y se metió a la brava en la fila por segunda ocasión.

A este contacto corresponde la foto que Chuy tiene en su perfil de Twitter. Lo acompañaba su hija. Y Waters le preguntó a la niña si sabía quién era. Sí, respondió. Pink Floyd. A lo que respondió: No. Soy Roger Waters. Por eso, le dijo la niña: Usted es Pink Floyd. Y Waters puso cara de asombro. Pero con Chuy no quiso entablar comunicación.

Como es sabido, Waters es un fanático del futbol. Durante su juventud tuvo su propio equipo, el Pink Floyd Football Team. Y en “Fearless”, del disco Meddle, se incluye un fragmento de “You’ll Never Walk Alone”, el cántico del Liverpool. El equipo de Waters es el Arsenal. Y Chuy quiso establecer un vínculo con el tema del fut. Sin embargo, Waters se mostró indiferente. Detrás de sus lentes oscuros era imposible establecer contacto visual con él.

Es esta inmutabilidad, la figura vestida siempre de negro, cierta glacialidad, lo que tiene eclipsados a millones de personas en el mundo. Por supuesto que sin la música este fenómeno no se produciría. Los niveles de adoración que despierta se antojan irracionales. Sin embargo sus fieles no escatiman los elogios. “Ese güey es mi ídolo. Yo quisiera ser como él”. Así como Chuy, mucha gente se proyecta en Waters. Quien a simple vista no tiene un lado oscuro. Es hasta cierto punto transparente. Más que una estrella de rock, es un luchador social con amplificadores. Quizá su único pecado sea generar más riqueza de la que puede gastar. Lo paradójico es que su militancia no genera incomodidades. Desde la muerte de Lennon se ha rumorado que la CIA estuvo implicada en el asesinato. En el caso de Waters puede manifestarse con total libertad. Goza de una permisividad sin límites. Lo que a mi juicio despierta suspicacias. Pareciera que sus acciones forman parte de un script ya negociado de antemano.

Waters es percibido como un humanista. Realiza conciertos benéficos, se suma a diferentes causas en todo el orbe, interviene en conflictos políticos en Oriente. Y en sus conciertos siempre hay espacio para la denuncia. Durante los conciertos que ha ofrecido en México ha manifestado su adhesión al EZLN, ha exigido justicia por los 43 de Ayotzinapa y ha llegado al extremo de mostrar una abierta simpatía por López Obrador. Waters no sale de gira para dar conciertos. Lo suyo parece más una campaña. Después de 1980, su música se puso al servicio de la política por completo. Algo que no hicieron los otros miembros de Pink Floyd. Y quizá ésa sea la razón principal por la cual el grupo se disolvió. Waters recorre el mundo cosechando el aplauso bien pensante.

Su obra posterior a The Wall está salpicada de tintes políticos. La explotación de las clases obreras, el pánico a los conflictos nucleares y, cómo no, la causa ecológica, son algunos de sus temas. Su acérrimo antitrumpismo es un estandarte que tiene éxito dondequiera que se pare. Su espectáculo consiste en repetir una y otra y otra vez las mismas críticas. Todo con un cálculo tan milimétrico que se vuelve monótono y predecible. Y lo más insólito es que pese a que el asistente a sus conciertos sabe que va a recibir más pan con lo mismo, está cegado y dispuesto a pagar hasta seis mil pesos por un boleto de primera fila. El fan de la música estudiado como una rata de laboratorio que sabe que si muerde el queso recibirá la descarga eléctrica.

El mismo Chuy lo dice: “Pink Floyd es un estilo de vida para mí”. Uno bastante caro, agregaría yo.

Sobre la dolariza que el músico se embolsa, Chuy lo defiende categóricamente: “Es dinero que gana con su trabajo. No roba a nadie”. Difiero un poco: podría ser más consciente respecto al precio de las entradas, de la comisión que se cobran las empresas expendedoras de boletos. No cualquiera puede costear ser fan de Waters.

El primer highlight fue Another Brick in the Wall .
La fórmula probada de que la audiencia se entregará a Waters sin miramientos. Todo transcurría conforme al guión

ANOTHER TICKET IN THE WALL

“Nunca vi a los cuatro integrantes juntos —comenta Chuy—. Pero sí dos veces a Gilmour, Mason y Wright, cuando vinieron a México. Y por separado a Gilmour, a Waters y a Mason. He presenciado conciertos memorables, como el show de Waters de The Wall en Wembley. De todos los que he visto es el que ha sonado mejor. Otro notable fue Gilmour en el Royal Albert Hall. Estuve a escasos metros del escenario. A Waters también lo vi cerquita. En un concierto en Washington, en el Constitution Hall, fui con mi hijo, me agandallé dos asientos de primera fila, jajaja”. Este show se puede ver íntegro en YouTube. Fue un concierto a beneficio. Se llevó a cabo el 16 de octubre de 2015. Y tuvo como invitados especiales a Billy Corgan y a Tom Morello.

US + THEM, LA GIRA EN MONTERREY

A lo largo de todo el trayecto, el tema de conversación se centró en Pink Floyd y Roger Waters. Que cerrara su gira mundial en Regioland era todo un acontecimiento. De las ciudades del norte Monterrey es la más rockera. Y también la más rica. Chuy se hospedó en el Sheraton y yo en un hostal del Barrio Antiguo. Nos despedimos en el lobby y cada quien se iría por su lado al concierto.

Llegada la hora me lancé a la Arena Monterrey. Había comprado un boleto en una sección que, lo descubrí en ese momento, era la más alejada posible del escenario. Me senté en mi lugar y unos asientos más allá divisé a Chuy. Como él ya había visto el show en Guadalajara y la Ciudad de México sabía que la luneta era el mejor sitio para apreciar el espectáculo.

La arena estaba semivacía. Pensé que no iba a llenar. Pero conforme avanzaban los minutos se fue poblando hasta que se ocuparon todos los asientos. Vente, me jaló Chuy y nos fuimos todavía más arriba. A una parte lateral. Justo arriba del escenario, por el lado derecho. Desde donde estábamos se dominaba con la vista toda la Arena. La pantalla gigante en el centro del escenario comenzó a mostrar una imagen borrosa que a cada minuto se hizo más nítida. Descubrió a una muchacha de espaldas al público con la mirada fija en la playa. Entonces salió la banda y comenzó el concierto.

Arrancó con “Speak to Me” de The Dark Side of the Moon. Es una de las intros más famosas de la música. Después continuó con “Breathe”. Sabía que me esperaba un buen show. Pero no que de todas las ocasiones que he visto a Waters, ésta sería la mejor.

No puedo presumir que tenga una relación amor-odio con Waters. He visto a la música arrancarles lágrimas a muchas personas. Hombres y mujeres. Pero nada hace llorar tanto a la gente como The Wall. Yo no he llegado a esas instancias. Pero confieso que uno de mis viajes en ácido más impresionantes se produjo con The Final Cut de fondo. La música de Pink Floyd siempre ha estado presente en mi vida.

El primer highlight de la noche fue “Another Brick in the Wall”. La fórmula probada de que la audiencia se entregará a Waters sin miramientos. Hasta aquí todo transcurría conforme al guión. La noche alcanzó verdaderas dimensiones épicas en la parte correspondiente a Animals. “Dogs” y “Pigs (Three Different Ones)” elevaron el show a tal nivel que sólo se puede calificar de extraordinario en su sentido más fiel. Una pantalla central del tamaño de la arena arrojaba gráficas por ambos lados. Entonces todos mis resquemores sobre Waters se quedaron de lado. Todo su discurso libertario, el precio de los boletos, la incongruencia entre lo que gana y lo que pregona, todo se me olvidó. Sólo me concentré en la música. Y me puso a levitar. Qué capacidad tiene para maravillarte.

Los que la pasaron mal en ese momento eran los de las primeras filas, aquellos que habían pagado seis mil pesos. No veían nada. Y así se chutaron la mitad del show. Se podrá decir que Waters piensa en los fans de las clases populares. Pero esto para mí es una especie de timo. Deberían de decirle a la gente en qué consiste el show. Pero claro, nadie pagaría los seis mil. En fin, eso vale madres. Yo estaba feliz. La pantalla proyectaba la fábrica del álbum y los once minutos que duró se lanzaron consignas antitrumpistas sin descanso. Pero la música, el sonido y las gráficas me tenían en un total estado de gracia.

Y así hubiera salido de la Arena Monterrey, flotando, si antes del final Waters no hubiera interrumpido el concierto entre canción y canción para pedirle al público que le brindara todo su apoyo al presidente recién electo, Andrés Manuel López Obrador. No me molestan las simpatías de Waters. Sin embargo, consideré que no era momento de hacer proselitismo. Para eso tiene sus documentales, sus entrevistas y demás. Ese momento debía estar consagrado sólo a la música. Así se debería mantener. Pero Waters nos arrebató esa dicha. Y de golpe se me vino otra vez la animadversión que siento por el Waters líder de opinión. Ya habíamos tenido media hora de levantar el puño contra Trump y llamarlo cerdo capitalista. Al menos nos hubiera concedido la oportunidad de irnos a casa sin un souvenir de campaña.

La muchacha que apareció en la pantalla al principio es una bailarina. Cuya vida se cuenta a lo largo de todo del concierto. Su historia y las imágenes sobre ella son hermosas. Pese al chairismo de Waters difícilmente me olvidaré de aquella noche. Puso la vara muy alta. Y no creo que vuelva a ver un concierto suyo que me sacuda de esa manera. ¿Valió la pena? Por supuesto. Pero no tanto como para volverme un adepto como Chuy y perseguirlo por el planeta. No cuento con el dinero y mi capacidad crítica me impide no cuestionar a Waters. Pero también reconozco que en el rock reside un poder que es capaz de despertar esa admiración. Que el rock le da a las personas miles de satisfacciones. Que en el mercado sentimental 650 dólares por un box set de The Wall o los cientos de miles de pesos que ha invertido Chuy no se pueden tildar de despilfarro. Sé que Waters no obliga a nadie a gastar. Quien lo hace es la tiranía de la música. La única tiranía que nunca voy a reprobar.

Amo la música que ha creado Waters, tanto dentro de Pink Floyd como en solitario. Sin embargo no puedo evitar pensar en que la devoción hacia él se traduce en dólares, ganancias, money. Y para mí la ese de su nombre siempre brilla como si se tratara del símbolo del dólar.

CODA

Al terminar la gira Us + Them, Waters comenzó a programar su siguiente World Tour. Y como adelanto anunció, para seguir con el circo político, un concierto gratuito en la frontera con Estados Unidos, en Ciudad Juárez. Pero la irrupción de la pandemia ha conseguido lo que parecía casi imposible: detenerlo.

El único que ha conseguido quitarle poder es el Covid-19. El virus ha revelado que la maquinaria productora de billetes, esa empresa llamada Roger Waters, no es invencible. El orden mundial, el gran capital, la han detenido por el momento.