EL 2022 Y YO nos llevamos chido en general.
Hubo aventuras de chile, mole y pozole. Viajé, fui a un buen de conciertos y surgieron proyectos muy sabrosos que saldrán a bailar en un futuro próximo. Pero cuando ya el año iba de bajada me puso tremenda desconocida. No me imaginé un cierre tan accidentado.
Primero, se chingó la lavadora. Luego, el 29 de diciembre salí a dar un rol en la bici. Me puse los audífonos y le di play al Tepid Peppermint Wonderland, de The Brian Jonestown Massacre. El día anterior había visto Roadrunner, el documental sobre Anthony Bourdain. Ahí me enteré de que su rola favorita era “Anemona”. La historia de la salida de Bourdain de este mundo me insufló un sentimiento de zozobra. Quería combatirla con el paseo en bici. Pero a la vez se apoderó de mí la sensación de que algo me conectaba con Bourdain, mi resumen del año en Spotify arrojó que la banda que más había escuchado en 2022 era precisamente BJM.
Pese a la fecha el tráfico de la ciudad era leve. Al cabo de unos seis kilómetros, sé la cantidad porque después chequé la ruta en una aplicación de mi celular, tomé la avenida Madrid. Varios metros antes divisé una camioneta estacionada. Todo sucedió en dos segundos.
De repente la puerta del conductor se abrió y me estrellé contra ella. La rueda delantera fue la primera en absorber el impacto y provocó que mi pecho rebotara contra el manubrio, lo que me produjo un moretón enorme. Después caí hacia el lado izquierdo y el pedal se me encajó en la espinilla derecha, al instante me brotó una bola del tamaño de una naranja y me hice una cortada profunda.
El pedal se me encajó, me brotó una bola del tamaño de una naranja
HASTA ESO, ME SALIÓ BARATO. Por fortuna no venía ningún coche. Si me hubieran atropellado habría pasado el fin de año en el hospital. O en el camposanto. Lo más esotérico del percance es que la rola que sonaba en ese momento era “Anemona”. El fantasma de Anthony Bourdain me estaba jalando las patas. El dueño de la troca me ayudó a levantarme y se disculpó tanto que no pude írmele encima a putazos. Además de que apenas podía moverme del dolor. Pero me llevaba la chingada de coraje. Subió la bici en la caja y me llevó a mi casa. Justo antes de entrar al edificio me di cuenta de que el rin delantero estaba deforme. La camioneta ya había arrancado y tuve que comprar uno nuevo. Con esos dos mil varos me hubiera podido comprar una botella de Macallan Edition No. 6.
El 30 desperté adolorido pero animado. Mi compa el Mayate me había invitado a un tour cantinero. Sin embargo, a las doce en punto me cayó la voladora. De repente me dieron ganas de ir al baño. Como cuando no esperas a nadie y alguien te toca la puerta. Era la diarrea. El día anterior me había comido un lonche de recalentado. Cuando eché el pavo al sartén su consistencia me pareció sospechosa. Lo sentí baboso, pero no olía mal. Lo extraño es que no me haya levantado el chorrillo de madrugada. A las cuatro de la tarde ya había desaguado tanto que me sentía como una pasita. Estaba tan deshidratado que comencé a sentir escalofríos y me tapé con una cobija de mi hija con estampado de corazoncitos. Me quedé dormido toda la tarde. Bebí agua, suero, té, sin dejar de sentirme débil. A las once de la noche evacué por última vez: aguado. Chin. Y el día siguiente sería 31. Ni pedo, me dije, se me hace que no podré atragantarme con las doce uvas.
Pero al amanecer ocurrió un milagro. La diarrea se fue. Tuve mi primer cague sólido. Ya chingamos, me dije y bailé el un dos tres cha cha cha de alegría. Me la llevé relax. Un par de chelitas en la comida en la cantina y una pausa. Mi compa Salím me había invitado a pasar el fin de año en una discoteca. Cuando llegamos estaba sobrio por completo. Había barra libre de chela y pisto.
Ya me vi, dije, de aquí hasta quedar tirado. Y el deseo se me cumplió. Pero fue casi instantáneo. A la segunda chela me comencé a sentir muy cansado. Había pasado muchas horas cagando el día anterior. Estaba agotado. A la cuarta me puse pedísimo. La quinta ni me la acabé. Me quedé dormido sobre la mesa. Todo el mundo bailó, rio, cenó, se dieron su abrazo, se tomaron fotos conmigo, y yo bulteando. Así recibí el año. Desmayado entre la multitud. A las dos de la mañana me despertaron para traerme a casa.
Si ya saben cómo soy, para qué me invitan.