Arquitectura y autoritarismo trumpiano

Al margen

W. H. Bartlett, Ascent to the Capitol, 1840.
W. H. Bartlett, Ascent to the Capitol, 1840. Fuente: Library of Congress

Los últimos días de la administración del presidente de Estados Unidos han dejado patente su despotismo. A la desesperación por perpetuar su gobierno se suma la firma de un decreto, el pasado 21 de diciembre, que se muestra como el más contundente gesto autoritario: la reimposición del neoclasicismo como estilo oficial de la arquitectura del Estado norteamericano. La propuesta apareció por primera vez en febrero de 2020 con el título de “Make Federal Buildings Beautiful Again” (“Hagamos de nuevo hermosos los edificios federales”); causó alarma entre la comunidad artística y arquitectónica pues, de llevarse a cabo, representaba una afrenta a la libertad creativa y de expresión. Por un momento pareció que la pandemia diluiría las ambiciones arquitectónicas de Trump, pero el magnate no pasó por alto la oportunidad de dejar su huella en la historia constructiva de su país.

LOS NUEVOS LINEAMIENTOS arquitectónicos del trumpismo no sorprenden a la luz del coqueteo del presidente con regímenes autoritarios —por cuyos líderes ha mostrado admiración, llamándoles hombres fuertes. Es que la arquitectura es la forma más tangible de visibilizar y ejercer el poder; implica crear una realidad física y espacial, que a la vez se convierte en una herramienta de ordenamiento social al ser habitada. La arquitectura representa también un legado, es la construcción de símbolos para la posteridad.

Quizá los gobiernos totalitarios son los que mejor han entendido la naturaleza política de la arquitectura y, por lo tanto, han buscado desarrollar programas estéticos basados en proyectos ideológicos.

El neoclasicismo, como todos los estilos historicistas que toman prestadas formas del pasado, evoca una noción de grandeza y prestigio que es atribuida a las grandes civilizaciones de la antigüedad y así busca legitimar un proyecto actual al fijarle esos mismos atributos. En el caso estadunidense, también deja ver la nostalgia por un momento histórico que es percibido como mejor: a saber, cuando aquella nación se afianzó como una potencia mundial. La arquitectura neoclásica apareció en Estados Unidos a mediados del siglo XIX, a la par de su ímpetu imperialista y su posicionamiento como un país industrialmente pujante. Su consolidación como el estilo americano por excelencia se dio en un evento que precisamente buscaba pavonear estos logros: la Exposición Mundial Colombina de 1893, con sede en Chicago, para la cual se construyeron 214 edificios, un conjunto que, por el color de su arquitectura grecorromana, se ganó el nombre de Ciudad Blanca. En el regreso al neoclasicismo hay una búsqueda por recuperar el rumbo del país y retomar ese camino de antigua grandeza, cuando Estados Unidos surgió como una fuerza política y económica que podía rivalizar con Europa. Asimismo, fue una época en que las mujeres y los afroamericanos no tenían derecho a votar, por lo que el regreso del neoclasicismo también deja entrever una nostalgia por esa nación de dominio masculino y blanco que subyace en los gritos de Make America Great Again.

La arquitectura es la forma más tangible de visibilizar 
el poder; implica crear una realidad física y espacial

AL ANUNCIARSE el nuevo proyecto para la arquitectura federal, no faltaron quienes equipararon el retorno del estilo oficial a las políticas culturales del nazismo y es que, si bien nos puede parecer efectista esa comparación —un recurso retórico que en ocasiones es argumentativamente flojo e incluso barato—, las similitudes en este caso son inquietantes. En 1933, en cuanto Adolf Hitler ascendió al poder, el gobierno alemán le declaró la guerra al arte de vanguardia, siendo ésta una de las primeras acciones del nuevo régimen. Hitler, un artista fallido, entendía el poder de las imágenes y la necesidad de imponer una estética afín a su proyecto político para diluir cualquier asomo de disidencia. Años atrás, en el periodo conocido como República de Weimar, los museos del Estado habían comenzado a adquirir piezas de las nuevas corrientes artísticas que surgieron en las primeras décadas del siglo XX; poco a poco, los nazis desmantelaron esas colecciones. Para 1937, el arte moderno recibió un nuevo nombre: arte degenerado. Su producción no sólo debía ser desincentivada; también fue puesta en exhibición para humillar a los artistas de estos movimientos ante los ojos de la población alemana.

A la par de censurar estas expresiones, el nazismo creó un arte oficial basado en las formas de la antigüedad clásica y uno de los ámbitos en los que esta estética tendría mayor fuerza sería, precisamente, la arquitectura. Con Albert Speer al frente de su proyecto constructivo, Hitler creó una utopía neoclásica para Berlín con el fin de hacer de la arquitectura lo que Gastón Gordillo ha llamado un “arma afectiva”,1 con monumentos de gran escala que intimidaran a los transeúntes y demostraran el poder de su régimen.

AL VERSE CENSURADOS y sin cabida en este nuevo proyecto estético, los artistas del expresionismo y los miembros de la Bauhaus emigraron, trayendo sus ideas de vanguardia a este lado del mundo. Muchos de ellos encontraron campo fértil para su creatividad en Estados Unidos, particularmente en la arquitectura, desarrollando la nueva cara de sus grandes ciudades, como Chicago y Nueva York. Hacia la década de los sesenta, la arquitectura moderna era ya una parte esencial del paisaje estadunidense, por lo que en 1962 se definieron nuevos lineamientos para los edificios federales, en los que se invitaría a los mejores arquitectos contemporáneos a crear arquitectura pública libre de cualquier restricción creativa. Este proyecto de libertad artística recibe nuevamente los embates del autoritarismo bajo el decreto de Trump que, como sucedió con el nazismo, busca limitar la creación contemporánea. No queda claro por qué decidió que ésta fuera una de las últimas acciones de su presidencia; quizá está pensando en su legado o sentando las bases para un regreso.

Nota

1 Ver Gastón Gordillo, Nazi Architecture As Affective Weapon, en https://worldarchitecture.org/architecture-news/pvncp/nazi-architecture-as-affective-weapon.html