Arquitectura y literatura, en diálogo

Dentro del ciclo La arquitectura y las artes, coordinado por Felipe Leal, el pasado septiembre tuvo lugar, en El Colegio Nacional, la mesa "Arquitectura y literatura". Participaron los escritores Carmen Boullosa, Juan Villoro, Aura García-Junco y Jorge Comensal, quienes señalaron que las dos disciplinas precisan imaginación, concebir lo que aún no existe pero tendrá volumen, así como apoyarse en la referencia de un mapa. En estas páginas ofrecemos una introducción del arquitecto Leal y un fragmento de los textos leídos por Boullosa, García-Junco y Comensal, mismos que dan cuenta de la fascinante interacción que ha enriquecido ambas esferas creativas.

Arquitectura y literatura, en diálogo
Arquitectura y literatura, en diálogo Foto: Universidad de Granada, España

“El mundo tiene sentido si es contado, si es transformado en imágenes transmitidas por el lenguaje; ese hilo que da continuidad a nuestras cortas existencias, nos conecta con el pasado y nos proyecta más allá de nosotros mismos. Si bien todo puede ser contado a través de palabras, cuyo sentido varía según los idiomas y las convenciones sociales de que dependen, el mundo construido, aquel cuya materialidad no existiría sin la intervención humana, se transmite a través de la arquitectura”, diría Marcos Belmar.

LEER ES UNO de los mayores ejercicios de la imaginación. La literatura nos permite viajar, conocer, oler, tocar, probar, vivir o morir sin movernos de nuestro lugar de confort. Los escenarios se construyen en nuestra imaginación, fruto de nuestra personalidad, ésa es la magia de la narrativa: que un personaje, una ciudad e incluso la misma habitación son distintas para cada persona que las lee.

Ahora bien, la arquitectura lleva a cabo el ejercicio opuesto: el de materializar las ideas y hacer tangibles los pensamientos. Quizá por eso, cuando se entrelazan se establece un diálogo visual y narrativo que potencia las características más genuinas de ambas artes. No sería correcto decir que una no existe sin la otra, pero sí que la una engrandece a la otra, y viceversa. En las letras, las palabras obtienen el poder de crear y transformar cualquier elemento material. Y los materiales adquieren en la arquitectura el poder de crear y transformar cualquier idea. A través de las palabras se han logrado construir, durante siglos, mundos imaginarios en la mente de los lectores.

Arquitectura y literatura han estado intrínsecamente conectadas a lo largo del tiempo. La primera, como disciplina que abarca la construcción de espacios, ha servido de inspiración para muchos escritores, quienes han plasmado en sus obras la belleza y el significado de construcciones y paisajes. A su vez, la segunda ha nutrido la creatividad de arquitectos, quienes hemos encontrado en las palabras una fuente inagotable de ideas para nuestros proyectos.

LA ARQUITECTURA HA SIDO una poderosa herramienta en la narrativa, donde los edificios y espacios incluso se han convertido en protagonistas. Las novelas establecen, a través de la descripción de los diferentes contextos, la época donde se ubica la historia, con todo lo que ello implica: las normas sociales, las tradiciones, los conflictos, las pasiones. Como ejemplo está el papel de este arte en las obras de García Márquez: es elemento simbólico que contribuye a la atmósfera mágica y fantástica de sus historias. En ellas, los escenarios se convierten en despliegue de la imaginación de los personajes. En Cien años de soledad, Macondo, aquel pueblo ficticio, es descrito con una arquitectura extravagante y fantástica, con casas repletas de espejos y objetos misteriosos. Las construcciones cargadas de simbolismos muestran el carácter cíclico de la historia y la evolución de los Buendía.

Al mismo tiempo, las letras han sido una fuente de creatividad para nosotros, los arquitectos, quienes encontramos en los mundos ficticios y poéticos grandes sugerencias espaciales. Por ejemplo, Las mil y una noches ha inspirado a algunos colegas a tomar elementos de aquellos relatos para crear atmósferas evocadoras. Los espacios arquitectónicos a menudo se utilizan para reflejar el estado de relaciones interpersonales. Resulta notable Cumbres borrascosas, novela de Emily Brontë, donde la casa simboliza la pasión y la oscuridad que dominan la historia. A su vez, las ciudades han sido un escenario recurrente en la narrativa, y juegan un papel importante en la construcción del ambiente de las historias. En los cuentos Dublineses, del irlandés James Joyce, la capital de ese país es el escenario vital que enmarca las experiencias y la psicología de los personajes.

Asimismo, en las novelas de Ernest Hemingway, las ciudades se convierten en un poderoso telón de fondo que refleja aspectos humanos y profundos. En su libro autobiográfico, París era una fiesta, y en la novela El viejo y el mar, Hemingway utiliza la capital francesa y la vibrante y caótica Habana, respectivamente, como escenarios que influyen en la trama. Así logra que las ciudades se conviertan en personajes vivos.

LA LITERATURA NOS HA posibilitado vivir en Nueva York, a través de las obras de Paul Auster; Comala, por la mano de Rulfo; La Habana, por Carpentier; la Ciudad de México, gracias a Fuentes y Villoro; Las ciudades invisibles, por Calvino; el mundo árabe expuesto en Las mil y una noches; la habitación propia de Virginia Woolf; Eupalinos o el Arquitecto, de Paul Valéry. La lista es interminable.

En el diálogo entre estas dos disciplinas, en la delgada línea que separa lo visual de lo narrativo, en el delicado equilibrio entre realidad e imaginación, todo se hace posible. Incluso, que los edificios se lean y las palabras se palpen.

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