El arte de pintar libros

Al margen

Cesare Vecellio, pinturas de borde frontal de la Biblioteca Pillone.
Cesare Vecellio, pinturas de borde frontal de la Biblioteca Pillone. Fuente: Beinecke Rare Book and Manuscript Library

En las postrimerías del Renacimiento y mientras el Barroco comenzaba a tomar por asalto fachadas y retablos, los estantes de una biblioteca en Belluno, Italia, se llenaban de paisajes, retratos y escenas costumbristas. Era el comienzo de una nueva tradición bibliófila: la pintura del borde frontal, que convertía el filo de las páginas en pequeños lienzos. Con el paso del tiempo, este trabajo se popularizó entre las élites europeas como una forma de personalizar sus tomos, a la vez haciendo evidente su capital intelectual y, claro, económico. Más allá de ser una simple ornamentación o la ostentación del estatus de su dueño, estas pinturas sumaron a la experiencia de la lectura, haciendo de los libros objetos de arte por derecho propio.

A una semana del Día Internacional del Libro y ante el desprecio al trabajo de los ilustradores que hemos visto en fechas recientes, me permito repasar aquí, aunque brevemente, este capítulo de la vasta y larga historia de la ilustración editorial.

A MEDIDA que la imprenta permitía una mayor producción y distribución de los libros, el coleccionismo bibliófilo vivió un importante impulso. Las ricas familias de la Italia renacentista se sumaron con entusiasmo a esta tendencia, pues junto con el mecenazgo artístico era una forma de demostrar su afiliación intelectual a las ideas humanistas que impregnaban el ambiente de las grandes capitales del pensamiento. Una de estas familias era la Pillone, que a lo largo de varias generaciones llenó de libros su Villa Casteldardo, ubicada a las faldas de los montes de Belluno. Odorico Pillone, el mayor bibliófilo de la familia, inició con la tradición de pintar el borde frontal de los tomos que conformaban la Biblioteca Pillone y, si bien se sabe que desde el siglo X ya eran pintados, con ello puso de moda este género de ilustración que no perdería ímpetu sino hasta bien entrado el siglo XIX.

Dispuestos con los lomos contra el fondo del librero, los volúmenes de la Biblioteca Pillone daban al visitante la sensación de haber entrado a una galería en miniatura que maravillaba. La fascinación que generaban estos libros fue descrita por Cesare Vecellio en su libro de 1590, Hábitos antiguos y modernos de diversas partes del mundo, una suerte de enciclopedia del vestido en la que se desvía un momento del tema para describir los tesoros de la colección Pillone, entre ellos, los libros ilustrados. Vecellio, como su apellido delata, era primo de Tiziano, considerado uno de los grandes maestros del Renacimiento, y había continuado con la tradición artística de la familia, formándose incluso en el taller de su famoso primo y trabajando como su asistente.

Cesare Vecellio tenía, por lo tanto, una importante razón para dedicar algunas líneas a los fascinantes objetos que se encontraban en Casteldardo: fue él quien pintó los bordes de esos libros. En 1580, una década antes de la publicación de su estudio sobre la moda de su tiempo, el propio Odorico le comisionó la decoración de los volúmenes de su biblioteca familiar. Inspirado por los temas y personajes de cada uno, Vecellio creó 154 escenas en miniatura, cada una distinta a la otra, pero con un hilo conductor: rendir homenaje al pensador cuyo legado está inscrito todas esas páginas intervenidas.

Más allá de la ornamentación o la ostentación del estatus,
estas pinturas sumaron a la experiencia de la lectura

LA BIBLIOTECA PILLONE permaneció en la Villa Casteldardo hasta 1874, cuando la colección de la familia fue vendida, libros incluidos. Los tres siglos que se mantuvieron intactos en Belluno permitieron que se conservaran casi a la perfección y, aunque ahora estén dispersos en distintas bibliotecas, aún podemos encontrarlos en sus pastas originales.

Una de las colecciones más importantes de libros pintados de los Pillone está hoy en resguardo en la Universidad de Yale y sus doce tomos fueron recientemente exhibidos como parte de la exposición Bibliomania; or Book Madness: A Bibliographical Romance, organizada por la Biblioteca Beinecke de la propia institución. Si bien las pinturas que Vecellio creó para la biblioteca de los Pillone son las más famosas de este género de ilustración, no fue el único artista que experimentó con las páginas de un libro. Para el siglo XVII, la moda de la pintura de borde frontal había tomado carta de naturalización en el Reino Unido y ahí Samuel Mearne, encuadernador de la familia real, introdujo una innovación, creando pinturas que desaparecían cuando el libro se cerraba, de manera que sólo se podían apreciar al hojearlo o abrir sus páginas como abanico.

El furor por los bordes pintados continuó en la isla británica durante los siguientes dos siglos, tomando formas cada vez más sofisticadas y excéntricas. En el siglo XVIII, el momento de mayor auge de este tipo de trabajo, la familia Edwards de Halifax desarrolló nuevas técnicas para maravillar a sus lectores. Los miembros se convirtieron en una famosa dinastía editorial formada por el padre, William, y cuatro de sus cinco hijos. Entre ellos el más famoso fue sin duda James, cuyo amor por los libros fue tal que pidió ser enterrado en un ataúd construido con la madera de sus libreros. Los Edwards crearon pinturas dobles y triples en los bordes de los libros. En el primer caso, uno veía una imagen al hojear el libro hacia un lado y otra completamente distinta si se hojeaba en la dirección opuesta, mientras que en las pinturas triples se incluía también una imagen en el borde cerrado, recordando el método de Vecellio. A pesar de la popularidad de este trabajo, conocemos muy poco de los artistas que incursionaron en este arte, pues a pesar de que los volúmenes cuentan con los sellos de las casas editoriales, usualmente las pinturas carecían de firma.

LA TRADICIÓN de la pintura de borde frontal se fue extinguiendo conforme la producción de libros se industrializó —aunque continuó a lo largo del siglo XIX y existen incluso ejemplos del XX—, pero es un género que sigue maravillando, no sólo por su manufactura o bellos decorados, sino porque nos recuerda que la ilustración enriquece la experiencia de la lectura.

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