La nueva felicidad pende de un hilo higiénico. Sobreviene por antítesis del miedo, por un absurdo antagonismo, felicidad no autogenerada por la serotonina, una buena lectura, un buen sexo, un puñado de likes. Ésta se basa en un milagroso suero que supuestamente nos blinda contra la enfermedad y la incertidumbre de un posible contagio. Quién sabe si de la muerte misma. Una felicidad administrada por farmacéuticas igual que el Prozac, que no cura la depresión pero la hace llevadera. Inaudito, cuando casi todas las drogas que producen placer son ilegales. Había que equilibrar la balanza con el nuevo SOMA. El bienestar cotiza en bolsa y la tendencia es universal, además de imparable. Nadie en su juicio se atrevería a contradecir el bienestar que producen las vacunas. Muy pocos son capaces de rechazar la panacea y ejercer algún tipo de resistencia. Una prudencia suicida se impone: no sabemos cómo reaccionaremos a mediano plazo a las sustancias que nos inoculan.
LA SALUD GENERAL de todos es la nueva fe que abrazamos con fervor, un asunto de estado que de manera también inaudita involucra mecanismos de solidaridad con los países menos favorecidos, por no llamarlos pobres.
De nada serviría que sólo una parte de la humanidad tuviera acceso a las vacunas, si en el resto del mundo el virus campea a sus anchas, convierte a millones depauperados y sin acceso a servicios elementales de salud en un laboratorio vírico en el que crecer exponencialmente con cepas si cabe más devastadoras, más sofisticadas, ajenas al poder de las inmunidades industriales existentes, con su incipiente recorrido.
Por primera vez en la historia existe el consenso de que hay que actuar al unísono contra el enemigo común, como si de una invasión extraterrestre se tratara, sin importar ideología ni color de los gobiernos encargados de administrar las dosis. En ese contexto tampoco importan ni las causas estructurales de la pobreza ni la desigualdad.
En cualquier caso, ¿qué significa es-ta nueva jerga que invade sobremesas y conversaciones de cantina? ¿ARN mensajero, proteínas de nanopartículas recombinantes, adenovirus? ¿En qué momento nos volvimos expertos en la vacunación masiva, en estrategias contra la gripe asesina, en calibrar el nivel de oxígeno en la sangre? ¿Cuándo empezamos a extrañar ir al puesto de jugos por un antigripal atiborrado de vitamina C? El juguero como gurú y maestro de ceremonias de sanación vegetal. Con eso bastaba.
HOY LO COMÚN es gente sana que habla de enfermedad y muerte. Y de la cura o, al menos, su posible prevención, nuestros destinos regidos por la Organización Mundial de la Salud y las corporaciones internacionales del medicamento. Adiós a los rituales domésticos, ineficaces ante tan perversa devastación molecular. Por otro lado, ¿cómo se puede estar sano, o pretenderlo, en un mundo social, ecológica y capitalistamente echado a perder?
Esta pandemia ha entrado como un elefante en una cacharrería y además de haber hecho añicos un buen número de vidas, ha cambiado nuestro modo de percibir lo relacionado con la vida social. Ahora el grado de empatía hacia los demás depende de su potencial de contagio.
Hay que formarse para todo. Y luego avanzar lentamente, manteniendo la distancia segura. Para ir por el pan, comprar las chelas, emprender un vuelo y todavía más para acceder a un teatro con aforo reducido. También nos formamos, si cabe con mayor disciplina, para que nos inoculen alguna de las vacunas homologadas contra la enfermedad del coronavirus, como yonquis en fila de la metadona, ansiosos y destartalados, sudorosos y agotados, enloquecidos por el encierro, desesperados por el sufrimiento o por la amenaza del mismo.
EL ESCENARIO ES ATERRADOR. En breve todos estaremos vacunados igual que pollos de granja contra el maldito coronarresfriado, cuando de lo único que podemos estar seguros es de que un pollo vacunado está hiperhormonado y resulta tóxico. Y lo comemos sin remilgos, ya ordenado armónica y sonrosadamente en charolas del súper, rebosante de toxinas, antibióticos y vacunas.
La otra cosa de la que podemos estar seguros es que con las vacunas nadie está seguro de nada. Son comprensibles y hasta lógicos los recelos conspiranoicos, ahora que todos somos expertos en imantología y ciencias más o menos ocultas, pseudochamanes vocacionales. La humanidad se ha convertido en un conjunto interracial de pollos asustados por la posibilidad de contagio, obedientes, disciplinados como nunca, sumisos ante las directrices gubernamentales. Presos del temor apocalíptico y agitados por un entusiasmo universal sin precedentes. Un tanto pueril, me temo.
MÁS QUE INMUNIDAD de rebaño (qué desafortunada expresión, o quizás no), es la unanimidad de criterio. Quienes expresen duda o reticencia serán juzgados como disidentes asociales, terroristas del bienestar común. No tendrán amigos, condenados al ostracismo, y no podrán salir de vacaciones, a menos que lo hagan a escondidas. Nadie querrá convivir con un no-vacunado, integrante de los nuevos apestados de la pureza, apologistas prescindibles de nuestras contradicciones.
Queremos SOMA para todos, no importa la marca, y correremos obedientes a la cita para nuestra dosis de breve inmortalidad. De sospechosa felicidad quizás autoinmune. Y sobre todo, que por favor nadie se salte los turnos.
RUBÉN BONET (Barcelona, 1967) es autor de los libros de narrativa amebas y logaritmos y sin título. sin nada, y compilador y autor de uno de los relatos de la antología Me ves y sufres. Sus textos sobre arte han sido publicados en varios medios.