Existen personas a las que el éxito convierte en cretinos bíblicos: Billy Corgan es una de ellas.
Todos podemos equivocarnos y regarla. Entiendo que Winona Ryder robara ropa, que Britney Spears se rapara, que Bejarano fuera grabado recibiendo un soborno, pero lo que me parece inconcebible es que Billy Corgan aparezca en la portada de la revista Paws Chicago cargando a sus gatitos. Y no porque acariciar mininos sea algo ñoño, ahí está el Dr. Gang por ejemplo, sino porque esos actos los podemos soportar en Talina Fernández, Galilea Montijo u Oprah, no en el líder de una de las mejores bandas de rock de los años noventa.
En mayo pasado The Smashing Pumpkins se presentó en el Teatro Metropolitan. Un compa me preguntó si iría. Rotundamente no, le dije. Preferiría ir al 90’s Pop Tour. Al fin y al cabo, es lo mismo. Ambas son giras para exprimir al público. Los precios en orquesta para The Smashing Pumpkins alcanzaron los tres mil varos. Existen mejores maneras de gastar esa lana. Con eso completo 187 gorditas de harina rellenas de nutella, 136 tacos de suadero de los Cocuyos, 150 burros de prensado con el Apá o cien caguamas Corona. Hay bandas que valen esa cantidad.
The Smashing Pumpkins no. Ya no.
Desde la década del 2000 Corgan ha fracasado sin descanso. Sus álbums de solista no han pegado y los discos para la banda no han tenido la recepción crítica siquiera de un disco como Gish. Tampoco estaba vendiendo muchos boletos de concierto con esos Smashing Frankenstein que armó, por eso en 2018 anunció una reunión con los miembros originales. Que nunca ocurrió. La bajista, D’arcy, nunca ha vuelto a compartir escenario con ellos. Y eso se llama estafa: no puedes anunciar a la banda original si falta un miembro.
Desde la década del 2000 Corgan ha fracasado
sin descanso. Sus álbums de solista no han pegado
No son los primeros en hacer eso. La tentación es grande, sobre todo cuando se empiezan a vaciar las arcas. (Esperen la reedición de mis libros con otro diseño de portada).
A propósito de D’arcy, todo es un misterio. Billy niega haberla echado, sin embargo, en todos estos años no ha podido negociar el retorno de la bajista. Algo poco creíble si tomamos en cuenta que aceptó de regreso a Jimmy Chamberlain después de haberlo corrido por la sobredosis del tecladista Jonathan Melvoin. Nadie ignoraba que Chamberlain era un aficionado a las drogas duras. Y él y Melvoin ya habían tenido antes un amague de sobredosis de heroína, pero habían sobrevivido. En resumen: Billy le ha perdonado todo a Chamberlain (se comprende, es un gran baterista) pero a D’arcy la ha marginado a su antojo.
Billy es dueño de The Smashing Pumpkins. Y él sabe a quién acepta en su banda. Pero ahí radica precisamente uno de los problemas de este grupo: que nadie puede ejercer injerencia sobre sus malas decisiones. Si algo define a Corgan en estos tiempos es su tiranía. Es un pinche tirano, que como niño mimado decide a quién invitar a jugar porque es el dueño de la pelota.
Tras la fama de Mellon Collie and the Infinite Sadness el ego de Corgan se ha salido de control. La más patética muestra de su ego lastimado se presentó hace unos años, cuando renegó de su nombre. Sí, pidió a los fans, a la prensa, a todo mundo, que no lo llamaran más Billy. Que se dirigieran a él como William. Porque Billy era una manera un tanto infantiloide de identificarlo. ¿Habían escuchado algo tan mamón? El Billy, todos lo sabemos, es de cariño. ¿Se imaginan que cada vez que mi hija amorosamente me dice Carlitos yo la corrigiera? Dime Carlos, que soy tu padre. ¿O que cuando mis amigos me dicen Marrana yo les pidiera que no lo hicieran?
La última vez que vi a The Smashing Pumpkins fue durante la gira del Oceania. Me aburrí más que en un partido Querétaro-San Luis. Me mama la nostalgia. Soy un adicto a ella. Y sé que si algo sobró en el Metropolitan fue nostalgia. Pero después de la decepción me dije: basta. Me doy. Me rindo. A veces hay que saber cuándo renunciar a las bandas. No importa lo significativas que hayan sido en nuestras vidas.
Me caía mejor el Billy adolescente atormentado que el William empresario. Era precisamente su falta de autoestima la que lo llevó a escribir grandes canciones. Ahora que se autoimpuso como una figura de autoridad su música es una mierda. A Corgan le pasó algo terrible. Lo que en definitiva mata al artista. Se le acabó el hambre.