Bob, un Blues

LA CANCIÓN #6

En la imagen de archivo, Roberto Diego
En la imagen de archivo, Roberto DiegoFoto: elem.mx
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ME ENTERO DE QUE CAMINAS fuera de este mundo, Bob, y por alguna clara razón mi primer reflejo es poner a Buddy Guy, uno de tus favoritos, que siempre mencionabas en las conversaciones sobre blues que tuvimos, durante las cuales me lo revelaste poco a poco, y que fueron requintos profundos para mis oídos. Qué iba yo a saber de la música del diablo y de la vida espesa, si tú ya eras el blues en persona. En tu andar, en tu hablar, en tu mirar, en tu escribir, te percibía como un negro del corazón, diría Víctor Roura. Por eso creo que nos conocimos un poco tarde, Bob, así tuvo que ser porque nuestros tiempos son imperfectos. Ahora que lo pienso mientras tecleo esto, sin terminar aún de asimilar tu muerte, sucedida hace unas horas, me hubiera gustado conocerte antes y aprender más de ti.

RECUERDO QUE CUANDO te presenté la propuesta sobre música fue como conectar la guitarra al amplificador. Ya me habían contado de ti, pero te investigué más y hasta conseguí Nacer a cada instante. Entonces supe quién eras. Eras la diferencia. Colaborar en otros medios, en otras épocas, ha sido tan diferente. Cada medio tiene lo suyo y siempre ha sido una actividad intensa, pero alguna vez te puse en un correo que estar en las páginas del suplemento ha sido la experiencia periodística más enriquecedora de todas por dos razones: colaborar contigo era en sí una lección de periodismo, tu trabajo de editor requería inspiración y planeación, el arte y la ciencia de armar ejemplares, sí, casi perfectos, como requintos de Guy. Lo supe después de hablar contigo en un par de ocasiones, noches particulares en las que pude escucharte a través del celular en un estado extático, buscando la claridad de un siguiente número, concibiéndolo en tu mente como un murmullo interior que se te escapaba en la voz mientras discutíamos una crónica o la siguiente columna. La otra razón es que supiste armar y dirigir a un grupo de gente que, más que un equipo de periodistas y escritores, parece una banda de jazz que jala sin pandearse.

ESTOY CASI SEGURO de que ningún editor cultural de nuestros días se hubiera atrevido a publicar, o se le hubiera ocurrido siquiera, lo que en estos años se ha pergeñado en estas páginas bajo tu dirección y experiencia. Puro colmillo. Letras, cine, arte, poesía, pero también sexo, drogas, calle y rocanrol. Si alguien sabía de crear y editar suplementos y revistas, ése era Roberto Diego Ortega, ensayista y traductor, dice en la solapa de tu libro. Una labor impecable, tan minuciosa y rigurosa que a veces le sacabas las canas de colores a colaboradores como yo. En la práctica enseñabas como nadie a meterle cuchillo a los textos propios sin misericordia, sin llorar, con la sangre fría de un carnicero que quita lo innecesario y se concentra en el corte fino.

No podía ser de otra forma, Bob.  

Cuando te presenté la propuesta sobre música fue como conectar la guitarra al amplificador

Prodigabas generosidad como editor y como persona, siempre mantuviste el espacio abierto para la creación y el periodismo cultural, sin bajarle un gramo al rigor. Publicabas sin miedo y sin prejuicios, siempre ávido de nuevas propuestas, empujando a los colaboradores a sacar sus mejores textos y siempre abierto a jóvenes cronistas, cuentistas y ensayistas. La academia y la calle en armonía, unidos por la tinta y el papel. Siempre mantuviste las páginas abiertas para los temas y escenarios que no tenían cabida en otra parte y que, sin embargo, encuentran a los lectores del único periódico que siempre que lo compras, te da la razón. Así como mantenías las páginas abiertas, también abriste las puertas de tu casa para compartir con los amigos y agasajarnos cuando la ocasión lo ameritó.

La vida es extraña en estos tiempos. Lo sabías mejor que nadie porque eras un extraño entre los extraños. Me pregunto por qué los buenos se mueren primero y los otros siguen aquí, tan campantes. Se queda uno solo. Porque por algún designio cósmico he perdido a dos poetas, maestros, amigos. Amigos con los que compartía lo que le da algún sentido a los días. La cosa es que uno de ellos viaja conmigo cada vez que me subo a una bicicleta y ahora tú vas a estar aquí cada sábado, con mi mota y mi mate, al abrir El Cultural. Aquí nos leemos, querido Bob, en cada ejemplar.