Viene el 8 de marzo y, como cada año, las mujeres tomaremos las calles para exigir un alto a las violencias a las que día con día nos enfrentamos. La lista es larga, va desde la falta de una paga igualitaria hasta los llamados techos de cristal, que no nos permiten acceder a puestos de toma de decisión. Estas exigencias suelen entenderse en un contexto de oficina corporativa, aquel mundo godín que existe tras los ventanales de las enormes torres que dominan los cielos, pero en el ámbito del arte también existen esas brechas y son del tamaño de trincheras. Ahí se ejerce una violencia que no sólo pasa por lo laboral, sino que toma una de sus formas más sutiles, pero no menos agresivas: la invisibilización.
DESDE LAS DÉCADAS de los setenta y ochenta, el cuestionamiento sobre la representatividad de las mujeres en las instituciones artísticas ha estado presente. Aquel reclamo inicial se dio con gran beligerancia a partir de lo vivido por las propias artistas, así como también desde la academia: denunció la ausencia de mujeres en grandes museos y galerías, además de las cifras que la evidenciaban. Y también desde entonces los avances han sido pocos, aunque a veces se crea lo contrario. A primera vista podría parecer que la situación ha cambiado de manera radical. Cada vez es más frecuente encontrar retrospectivas de mujeres artistas en museos de talla internacional y es también más común que sean laureadas con premios o que representen a sus países en eventos globales, como bienales. Sin embargo, estudios recientes nos confrontan con una realidad que sigue muy lejos de un escenario ya no ideal, sino al menos aceptable.
En 2019, dos estudios sacudieron las buenas conciencias de las organizaciones artísticas. El primero, realizado por la universidad estadunidense Williams College, encontró que, a pesar de los esfuerzos por diversificar los museos de arte de nuestro vecino del norte, 87 por ciento de los artistas exhibidos siguen siendo hombres. El reporte no es más benévolo cuando de otro tipo de diversidad se trata, pues aún 85 por ciento de éstos son blancos. En paralelo, un segundo análisis global realizado también en 2019 por In Other Words y artnet demostró que tan sólo 14 por ciento de las exposiciones individuales o colectivas son protagonizadas por artistas mujeres.
Este último estudio también puso a debate la situación en otro sector, el del mercado del arte: reveló que en la última década únicamente dos por ciento de las adquisiciones en subastas han correspondido a trabajos de creadoras. Este casi nulo porcentaje, además, atañe principalmente al trabajo de quienes son mundialmente famosas, mientras que cuando se trata de hombres se aprecia una mayor heterogeneidad entre artistas emergentes, consagrados y los llamados grandes maestros.
La problemática no se enfoca solamente a las compras realizadas por particulares para colecciones privadas, sino también a aquellas hechas por museos e instituciones gubernamentales, que cuentan con presupuesto y políticas de adquisición. Al poner la lupa sobre estas organizaciones resulta sorprendente encontrar que la compra de piezas de mujeres artistas representa 11 por ciento cuando se realiza para robustecer sus colecciones permanentes. Estos acervos suelen ser el corazón de instituciones nacionales, el centro alrededor del cual gira no sólo la vocación de un museo, sino todos sus programas expositivos, públicos y académicos, por lo que la falta de un esfuerzo mayor por incluir a las mujeres abre un cuestionamiento sobre su pertinencia como representantes de los países y comunidades que dicen reflejar.
La pandemia no parece haber modificado estas actitudes, pues otro estudio publicado en diciembre de 2022, ahora a cargo de la Freelands Foundation y enfocado en el Reino Unido, hace eco de esta situación. Entre sus hallazgos más significativos aborda las adquisiciones de museos nacionales como la Tate Gallery, que reporta 32 por ciento de sus compras dedicadas a obra de mujeres, y la National Gallery ni una sola, pues sólo compró cuatro piezas en 2021 y todas eran de hombres (blancos), aún cuando sólo 1.2 por ciento de los artistas en su acervo son mujeres.
Las galerías comerciales, actores fundamentales en el mercado del arte, también abonan a la brecha de género, como lo demostró el mismo estudio de Freelands Foundation. Ahí se aprecia una disparidad alarmante entre el número de artistas formados en las academias y escuelas de arte (66 por ciento son mujeres o personas no-binarias) y los artistas representados por galerías comerciales (67 por ciento de género masculino). Mientras tanto, 53 por ciento del claustro académico que forma a esos artistas son mujeres, aunque 58 por ciento los profesores mejor pagados son hombres.
A TODO ESTO... ¿cuál es el panorama en México? Si los números en países donde ha iniciado un esfuerzo institucional por reducir brechas aún dejan mucho que desear, en el nuestro no son más alentadores. Una investigación realizada por la historiadora del arte Karen Cordero ha mostrado que en los acervos de los museos mexicanos, menos de 25 por ciento de las obras son de artistas femeninas, siendo este porcentaje el que corresponde al MUAC, de la UNAM; todos los demás presentan cifras muy por debajo de ésta. Mientras tanto en 2021, de acuerdo con el INEGI, 52 por ciento de los asistentes a museos son mujeres, pero no nos vemos representadas en sus colecciones. Sin embargo, hay algo de esperanza aún, pues una importante mayoría de los puestos directivos de nuestros museos son ocupados por mujeres.
A la luz de los números encontramos que el mundo del arte no es tan progresista como nos han hecho creer. Al contrario, el patriarcado se ha sostenido también en el sistema artístico, empezando por los museos. Si éstos son, o aspiran a ser, aliados en la lucha contra la desigualdad y la violencia de género, deben modificar sus prácticas desde la raíz más profunda, más estructural. Lo que se ve reflejado en sus muros es nuestra sociedad y al ponernos frente a ese espejo tienen también el poder de modificarla.