El estacionamiento del corporativo donde están las oficinas se enrosca cuatro niveles bajo la tierra. En el sótano hay siete lugares para los que trabajamos en la agencia. Los miércoles hago la ronda con el Ruul porque ese día nos toca ir a la oficina y pasa por mí en una esquina de Periférico. Fuimos los primeros en llegar, pero alguien ya ocupaba más de un cajón. Era una camioneta Cadillac blanca, tan grande que prácticamente ocupaba dos lugares. Nos miramos con curiosidad: era la primera vez que aparecía ese crucero.
SÍGUEME PARA MÁS CONSEJOS. Tras dos años de encierro pandémico, influencers, streamers y coaches de cualquier actividad humana se reprodujeron como gremlins. Según datos de la plataforma Influencity, en México suman alrededor de 443 mil influencers. Ocupamos el tercer lugar en Latinoamérica, abajo de Brasil y Argentina. Basta buscar cualquier quimera en Google y descubrir a un montón de especialistas dispuestos a ofrecer sus contenidos, experiencias y servicios para monetizar sus redes.
Está bien cobrar por enseñar algo o reinventarse como coach, lo que sucede es que no pocos son improvisados e inexpertos que encontraron en el coaching para incautos una forma de salir a flote o de incrementar sus ingresos. Prometen lo que más buscamos: resultados instantáneos, ventas, logros y soluciones de tres pesos en tres pasos.
Muchos de los que emprendieron en línea pasaron a la experiencia presencial. Así fue como caí —caímos, diría el meme— con la coach de, digamos, Buenas Vibras Corporativas Namasté & Prehispanic Inc., un emprendimiento de puras energías positivas para el autoconocimiento y la sanación. Todo empezó con un correo que nos enviaron de la agencia: nos invitaban a participar en una dinámica de integración a fin de reducir el estrés y fomentar las buenas relaciones entre los miembros del equipo. No era obligatorio asistir, pero nos citaban ese día con ropa deportiva y un tapete para hacer ejercicio. Godínez en pants. Sportínez.
Entramos a la oficina pulsando el lector de huella digital. En cuanto se abrió la puerta percibimos el aroma a incienso. Una mujer en piyama y calcetines de colores nos recibió sonriente y se presentó como Ámbar, la sanadora que iba a guiar la sesión. Nos invitó a quitarnos los tenis, a dejar el celular en una canasta y pasar a la sala de juntas acondicionada como centro de meditación con un montón de cojines, inciensos y utensilios. Ahí extendimos los tapetes en círculo y nos sentamos. Esperábamos a que llegaran los demás, escuchando música para dormir.
ÁMBAR IBA CON DOS AYUDANTES globalifóbicos, a todas luces enemigos del agua y el jabón, pero con tatuajes buena ondita. Eran como su Roni y Doni. Le pidió a Roni que le subiera su cojín especial para alcanzar el nirvana, lo había olvidado en la camioneta. Ruul y yo nos miramos con un guiño en silencio: ya salió el peine, carnal, la Cadillac es el humilde transporte de Ámbar. Pensamos así porque, al final, “estamos en esto por el dinero”. Entonces me pregunté cuánto habría cobrado la chamana corporativa por esta sesión grupal de tres horas, al término de la cual renaceríamos fluyendo en un organigrama horizontal, en armonía con los clientes. Y quién pudo haber tenido la iluminación de pagar por esto para proporcionarnos tranquilidad y estabilidad. Buena onda, pero nos daría más tranquilidad estar en una nómina, con un sueldo justo y las prestaciones de ley, cotizando en el IMSS y en la Afore. Lo normal. Es una agencia de marketing digital y trataban de cumplirnos con el salario emocional para reducir el estrés. Ese dinero estaría mejor en nuestras cuentas, pero ni eso, nos rayan en efectivo una vez al mes. Tenía que reconocerle algo a Ámbar: que ella sabía moverse y venderse en donde estaba el dinero, hacía negocio con su show místico-mágico-musical. Estaba por verse si nos limpiaba las malas vibras digitales.
Cuando estábames todes reunides, Roni se puso a tocar la guitarra para fondear, mientras Ámbar y Doni nos repartían tazas de cacao preparado con agua caliente. Mientras lo bebíamos, ella nos tiraba una explicación prehispánica sobre el cacao y su poder de conectarnos con nuestro interior para exteriorizarlo. No sé si me conectó, ya me había tomado mi mate temprano y me sentía más que sintonizado, pero les quedó delicioso y repetí taza. El cacao fue lo mejor de la sesión. En seguida, cuando Roni improvisaba con la guitarra, Ámbar habló:
“YO TAMBIÉN FUI como ustedes. Trabajé en agencias de mercadotecnia y publicidad hasta que un día descubrí que eso no me llenaba, no era lo que quería en la vida. Mejor decidí dedicarme a lo que me apasiona, a lo que me inspira: ayudar a la gente a sanar internamente para disfrutar la vida en un mundo que nos estresa y nos enferma. El dinero va y viene, lo material no importa. Lo importante es tener salud, amor, experiencias plenas que nos llenen de vida y nos inspiren. Porque cada día es maravilloso. Estar vivo es maravilloso. Cada día es una oportunidad de aprender, de realizar, de ayudar y, sobre todo, de agradecer. ¡Gracias por estar aquí hoy! Ahora vamos a acostarnos boca arriba con los ojos cerrados. Vamos a respirar profundamente con el estómago, retenemos el aire un momento... y lo soltamos. Otra vez, respiramos hondo, retenemos un momento... y soltamos. Sigan así, respiren con el estómago, inhalamos... exhalamos... inhalamos... exhalamos... pongan su mente en blanco, ahorita no piensen en los clientes, ni en la junta o los pendientes, estamos haciendo una pausa en nuestras vidas y todo eso puede esperar...”.
Claro. Decía eso cuando la directora de la agencia salió corriendo para atender un asunto de finanzas que no hacía pausa en nuestras vidas. Lo que Ámbar en realidad quiso decir, según mi traductor de cuarzo holístico, es que le apasiona vivir relax, con dinero cayéndole del cielo. Esa hipotenusa sobre lo fútil de las cosas materiales y el dinero es típica de la gente que lo tiene. Jipis nice de Tepoz exorcizando nuestras malas energías corporativas. Quemaron copal. Ámbar nos ubicaba mentalmente en un paraíso natural imaginario. Mientras la escuchaba recordé las historias sobre los yoguis de la Condesa y los chamanes de Puerto Escondido, charlatanes que predican convencidos de que ser guías espirituales y millonarios al mismo tiempo no tiene nada de contradictorio. Cuando al fin tocamos base con nuestro interior, abrimos los ojos para reaparecer en la sala de juntas, la diferencia es que ahora éramos entes nuevos.
Ámbar y los jipis hicieron parejas entre nosotros. La dinámica consistía en escribirnos mutuamente una breve carta, anotar algo que te gustara de esa persona y algo que no, y luego leerla en voz alta frente a frente. Según esto, era para conocernos y aceptarnos mejor bajo el sabio principio de lo que te choca te checa. Nos pusimos de pie, nos hicieron brincar, reír a huevo y sacudirnos para sacar la tensión. Al final nos abrazamos y agradecimos. Y ya. Eso bastó para salir de la sala de juntas como personas renacidas. Ámbar nos dejó algunas tarjetas por si nos interesaba tomar un curso de meditación o clases de yoga. De lunes a viernes da terapia de sanación en línea y los fines de semana las consultas son en su estudio de Tepoztlán. El dichoso relax nos duró unos veinte minutos, el tiempo en el que explotaron los pendientes acumulados durante media mañana. A los clientes qué les iba a importar nuestra salud mental y emocional, a ellos les urgían sus reportes. Una semana después sólo quedó un chiste y cada vez que alguien hace coraje por alguna clientada, los demás le recordamos el rápido alivio: respira con la panza, respira con la panza.