El callejón de las almas perdidas, de Guillermo del Toro

Filo luminoso

EL CALLEJÓN DE LAS  ALMAS PERDIDAS
EL CALLEJÓN DE LAS ALMAS PERDIDAS Fuente: b9.com.br

La primera película de Guillermo del Toro en la que no hay seres sobrenaturales trata acerca de un hombre que engaña a la gente pretendiendo que habla con espíritus, basado en trucos y en la observación cuidadosa de sus crédulas víctimas. El callejón de las almas perdidas, segunda adaptación al cine de la novela de William Lindsay Gresham (1946), es un ejercicio artaudiano de teatro de la crueldad, que muestra el desconsuelo social y la descomposición moral entre la Gran Depresión del 29 y la posguerra, un tiempo que tiene muchos paralelos con la actualidad. Asimismo, es una película en la que Del Toro reflexiona sobre el poder del ilusionismo y la fabulación cinematográfica al echar mano de una producción multiestelar, glamorosa y espectacular para crear un universo de abuso y perdición.

Del Toro coescribió con su esposa, la historiadora del cine, Kim Morgan, el guion de un filme híbrido y sórdido, aunque quizá demasiado largo, en el que un hombre de origen humilde, Stanton Carlisle (Bradley Cooper), huye de su pasado al abandonar e incendiar el hogar familiar con todo y el cadáver del padre que odia. Sin tener a donde ir se une a un carnaval itinerante donde el empresario Clem Hoatley (Willem Dafoe) lo contrata para armar y desarmar las carpas. Por su carisma, astucia y atractivo físico asciende en el escalafón carnavalesco, llegando a presentar, mantener y mejorar los espectáculos estridentes, entre los que destaca el del geek, un hombre reducido a una condición bestial de adicción y desesperanza por el alcohol mezclado con opio; un ser que evoca a la Mujer Pato, la monstruosidad en que es convertida la guapa y ambiciosa trapecista Cleopatra de la obra de culto clásica Freaks, de Tod Browning (1932). Stanton se obsesiona con este supuesto eslabón perdido que decapita gallinas a mordidas y entretiene la morbosidad del público con gruñidos y un comportamiento salvaje. El espectáculo atroz del geek representa las aberraciones y la degradación que estimulan nuestras emociones y pasiones, desde los fenómenos de feria hasta los linchamientos y las cancelaciones en internet.

El recién llegado se hace amante de la vidente Zeena (Tony Collette), quien tiene un show de adivinación con su marido alcohólico Peter (David Strathairn), en el que emplean un código secreto de comunicación por señales verbales. Stanton quiere aprender los trucos del oficio y se maravilla con la habilidad de Zeena para hacer “lecturas en frío”, intuyendo historias y motivaciones con tan sólo ver a la gente. Después de la nada accidental muerte de Pete, Stan se apropia de su librito negro de señales y abandona la feria al lado de Molly (Rooney Mara), la chica eléctrica, a quien más que querer tan sólo necesita como asistente para su acto de “mentalismo”.

Stan se apropia del código de comunicación de Zeena y Pete pero rechaza su código ético y moral, que consiste en ganar dinero engañando a sus espectadores pero —de ser posible— enseñándoles algo acerca de ellos mismos, sin explotar sus esperanzas o su dolor al extorsionarlos con apariciones y milagros. A la primera oportunidad, Stan desobedece ese consejo. Su enorme ambición y poca ética lo llevan a aprovecharse de las mujeres que se atraviesan en su vida, sin embargo hay dos que lo traicionarán: una por respeto a su propia dignidad y la otra por crueldad y ambición.

Stanton se convierte en estrella para entretenimiento de la burguesía (a la cual desprecia tanto como a las masas andrajosas), con su acto en salones de lujo. Durante un show conoce a la inquietante, seductora y evidentemente peligrosa psicoanalista Lilith Ritter (Cate Blanchett), quien trata de exhibirlo como un fraude al pedirle que adivine el contenido de su bolso. Al no poder usar sus señales verbales debe recurrir a la “lectura en frío”. Paradójicamente, esa demostración de su talento activa su ruina. Lilith acepta ayudarlo a fraguar una estrategia para embaucar clientes ricos, desesperados y cargados de culpas a los que Stan les promete contactar a sus difuntos.

La cinta se desliza del territorio de lo grotesco, que Del Toro conoce tan bien, a un mundo de intrigas y crímenes en una caída libre moral en el estilo neo-noir, una etiqueta tan amplia como la asombrosa oficina art déco de Ritter, la cual es la escenografía emblemática de un tiempo, una estética y un universo fascinante y decadente. En ese espacio, el arribista ingenioso y sin escrúpulos se engaña creyendo que puede utilizar a la femme fatale, quien está acorazada con la respetabilidad de la ciencia y el lujo. En esencia, Stanton y Lilith se dedican al mismo negocio: desentrañar las angustias de sus clientes, él mediante trucos y observaciones agudas de su ropa, gestos y apariencia; ella analizando sus palabras, historias personales, vínculos sociales y fortunas.

A pesar de su destreza para leer personalidades e intenciones, Stan es incapaz de descifrar a Lilith, ya que su soberbia lo ciega. En cambio, ella lee correctamente las señales, como su obsesiva afirmación de que no bebe, que está relacionada con sus compulsivas confesiones de culpas: la muerte del padre y de Pete, ambos alcohólicos. Stan confirma las palabras de Pete: “La gente está desesperada por decirte quién es”.

En 1947, Edmund Goulding dirigió una soberbia adaptación del libro de Gresham, estelarizada por Tyrone Power. Sin embargo, se vio obligado a incluir un suspiro de esperanza y a limar un tanto la infamia del mundo que retrata debido a las imposiciones del Código de producción Hays. Setenta y cinco años más tarde, el director de Cronos y La forma del agua aventura una versión en la que observa de modo especial los trucos, el arte teatral, las distracciones, los artificios y la dignidad de la vida carnavalesca, para en cambio exhibir el mal y la depravación de los poderosos.

La cámara de Dan Laustsen crea en la primera parte del filme una sensación de asfixia al deslizarse sinuosamente por paisajes lodosos color naranja y verde tóxico. Más tarde asume otro ritmo, ángulos y textura para mostrar un mundo de elegancia y frivolidad aún más peligro-

so que los callejones pesadillescos del inicio. La manera en que retrata a las dos mujeres determinantes en la trama (Molly como el centro moral del relato y Lilith como el emblema de la caída) es reveladora y contundente. La imagen del filme está determinada por sombras y destellos de un mundo de agobio sin escape en el que ascender socialmente representa encontrarse villanos cada vez más ruines.

Del Toro reflexiona en torno el acto y el poder de ver, de registrar los símbolos que definen a las personas, de anticipar el futuro y descifrar el pasado, que es fundamental para el cine. El símbolo que preside este universo es el feto en formol de un cíclope; no por nada la venda con que Stan se cubre los ojos durante su show lleva impreso un ojo central. Lo que ese monstruo silencioso ve es la culpa, la hipocresía, la codicia y la manera en que éstas pueden retorcer los destinos.

Jean-Luc Godard escribió en algún momento: “un fotograma salva a la humanidad”, al mostrar una imagen de un campo de concentración. El cine como testigo de la atrocidad tiene un poder único de redención.