“La aventura más audaz de la humanidad”, anuncia la edición mexicana del libro Magallanes, el hombre y su gesta, de Stefan Zweig, intitulada únicamente Magallanes, con aquella frase a guisa de subtítulo.
El lema califica la primera circunnavegación terráquea efectuada por Fernando Magallanes y su flota, conformada por cinco naos y 257 tripulantes —este dato es de Laurence Bergreen—, quienes zarparon de Sanlúcar de Barrameda el 20 de septiembre de 1519. Sólo retornaría la nao Victoria, al mando de Sebastián Elcano, quien alcanzó el río Guadalquivir el 4 de septiembre y navegó por su cauce hasta el puerto de partida casi tres años después, según relata Antonio Pigaffeta en Primer viaje alrededor del globo, testimonio basal de todo relato sobre esta epopeya tan venturosa y al mismo tiempo tan desdichada, que pareciera el epítome de toda proeza humana.
Aun cuando Zweig no vaciló en encomiarla como “la aventura más audaz que registra la historia de la humanidad” (124)1 y “una de las proezas inmortales” (189), e incluso biógrafos más adustos, como Bergreen, la tildan de “hazaña casi sobrehumana” (Magallanes, hasta los confines de la Tierra, Planeta, Barcelona, 2003), lo cierto es que el mundo no parece recordarla como ha ocurrido con otras fechas. Se trata de una exploración que cambió la concepción del planeta, transformó la mentalidad humana, al dar inicio a la edad moderna, y preparó el advenimiento de la Ilustración y aun de la actual globalidad.
Stefan Zweig se identificó con él: con su heroísmo, lealtad, ánimo justiciero y la devoción con que se entregó a su empresa
CONVIENE RELEER ESTA OBRA de Zweig, en un acto de justicia para el héroe y su biógrafo. El autor de Momentos estelares de la humanidad depuró un estilo biográfico que mezcla datos históricos, estudio psicológico y narración ficticia, el cual permea esta biografía del navegante. Una escena pudo figurar en ese libro: la audiencia de Magallanes con el rey Manuel, para solicitarle un aumento en su pensión y nuevas encomiendas. “Nadie fue testigo de aquel momento del destino” (p. 52), dice Zweig para a continuación ofrecer un vivo cuadro del suceso. Este interés por registrar un momento crucial contrasta con la afirmación del capítulo siguiente: “El mundo gusta fijar la mirada más que nada en los momentos dramáticos y pintorescos de sus héroes” (p. 91), para destacar enseguida la importancia de los preparativos que propician el éxito de tales misiones: César cruzando el Rubicón, Napoleón en Arcole, Magallanes a punto de zarpar.
La concepción romántica de la historia es indisociable del culto heroico. El personaje del libro acomete una tarea que trasciende sus fuerzas y su dimensión humana: es un titán. Por ello persevera, y tras su fracasada entrevista regia, emigra a España. Persuadido de que las islas de la especiería —las especias valían entonces más que el oro— podían alcanzarse mediante un paso occidental, convenció al aún imberbe Carlos I de las ganancias que produciría hallar otra ruta, además de la exclusiva de Portugal. El logro de esta hazaña insensata, según Zweig, es intrínseca al carácter de su impulsor.
Mucho del mérito de este estudio proviene de su temple literario. Para compensar la magra investigación, el escritor cuenta, en cambio, con un recurso único: su talento creativo.
Así, es novela de aventuras en las descripciones de la travesía marítima, las duras condiciones de la vida en el archipiélago patagónico, las estampas de las ciudades exóticas y las batallas, e igualmente estudio psicológico que configura la personalidad del protagonista como un individuo tenaz, reservado, valiente y resuelto, pero asimismo implacable, empecinado y carente de habilidades diplomáticas. No es casual que como apéndice se incluya un prolijo registro de los costes de la armada, ya que para Zweig la empresa posee un aura homérica y, acotaríamos, rabelesiana, con su carga de tragedia y sátira a la vez. Ese ingente avituallamiento, ese esmero y prolijidad, se deben al capitán, dueño de una paciencia y una precaución insólitas en aventureros de tal laya.
Por si fuera poco, el estilo del austriaco es alado, pleno de elocuencia; suntuosa retórica que en momentos sugiere la poesía, la precisión imaginativa, y en otros recurre a las lecciones clásicas de la prosodia, valiéndose incluso de la iteración, de la regularidad en los periodos, para componer una de las mayores exaltaciones de una gesta.
“¿QUÉ SIGNIFICA UNA HAZAÑA si no es descrita?” (p. 119), se pregunta. Literariamente, vale más el Magallanes de Zweig que todas las empeñosas biografías que, ahítas de datos, fracasan en apreciar la dimensión trágica del héroe, como lo hace este intelectual humanista que, visiblemente, se identificó con él: con su heroísmo, lealtad, ánimo justiciero y la devoción con que se entregó a su empresa, metonimia indudable de la vocación creadora. Sirva esta efeméride para rendir justicia a estos dos titanes de infausto sino, la cual refiero en la edición de La Prensa para resaltar a otro olvidado de la historia: Alfredo Cahn (1902-1975), amigo y traductor de Zweig, quien realizó la mejor traducción que he revisado de esta biografía, cuyo crédito, para mayor agravio, no registra el libro mexicano, que también suprime la introducción.
Nota
1 Las cifras entre paréntesis corresponden a los números de página de las citas, conforme a la cuarta edición de Stefan Zweig, Magallanes, la aventura más audaz de la humanidad, Editora de Periódicos La Prensa, Populibros La Prensa, México, 1972.