Solsticio de verano y mi primer día como residente de Psiquiatría en el Hospital Douglas. Camino, observo, reconozco. Junto a las puertas del Pabellón Porteus hay letreros que anuncian “alto riesgo de fuga”, acompañados de una petición para verificar que las puertas queden siempre bien cerradas. En las áreas exteriores percibo el paso cansino, el arrastrar de las piernas y la espalda encorvada de dos hombres que, mal vestidos, fuman un cigarro. En las redes sociales hay una tendencia a promover la salud mental como una medalla que colgarse. Se enfatiza el aspecto preventivo a nivel individual: ¿Cómo cuidar la salud mental? Hacer yoga, comer saludablemente, desarrollar estrategias para lidiar con nuestros conflictos, meditar, leer libros de psicología. Aunque la intención de estos creadores de contenido sea buena, su enfoque resulta frívolo considerando que cuestiones como la pobreza, la marginación y la exposición a la violencia, que se encuentran en la esfera de lo político y lo social, están entre los principales factores de riesgo para desarrollar un padecimiento psiquiátrico. A nivel mundial los recursos destinados a la prevención en salud mental son escasos, y en el tercer nivel de atención (hospitales especializados en psiquiatría) atendemos a personas con una serie de problemas biológicos, psicológicos y sociales que predisponen, precipitan y perpetúan síntomas que suelen ser severos y acompañarse de alto nivel de sufrimiento y deterioro. Muchas de ellas llegan por su propio pie, desesperadas, a pedir ayuda, en medio de una larga lucha por reintegrarse a lo que la mayoría de nosotros considera una vida normal: una casa, un trabajo, una red de amigos y familiares con quienes convivir de la forma más armoniosa posible.
Sentada en el cubo blanco que conecta las oficinas de los médicos del servicio de Urgencias, espero a mi supervisor. Del otro lado de la puerta observo uniformes de policía. Se escuchan voces agitadas. Un paciente pide a gritos que le abran la puerta, insulta al personal de enfermería. En su libro Conocimiento del infierno, Antonio Lobo Antunes compara su propio oficio de joven psiquiatra con el del carcelero, el del celador del colegio.
Hace un par de años tomé una clase con la Dra. Rachel Kronick, psiquiatra especialista en el tratamiento de refugiados y solicitantes de asilo en Canadá. Antes de iniciar la clase, compartió una diapositiva con una pregunta: ¿Cómo evitar ser cómplices de un sistema calcificado por la crueldad? Respiro profundo. Esta carcelera sueña, como muchos otros psiquiatras, con ayudar a los presos de sus propias inquietudes a alcanzar la libertad.