El carnaval de todas las filosofías

Redes neurales

Gérard de Nerval
Gérard de Nerval Foto: Félix Nadar / es.wikipedia.org

En plena era moderna, Napoleón señala al cielo vespertino y escribe: “Desciendan al borde del mar; vean cómo el astro del día al declinar se precipita con majestad en el seno del infinito; la melancolía los dominará; se abandonarán a ella. No es posible resistir la melancolía de la naturaleza”. La faceta literaria del militar revela que, en algún momento de su trayectoria, fue prisionero de una metáfora antigua: la de una enfermedad que corrompe la salud del alma por los efectos de la bilis negra.

Según el erudito de Cambridge, Germán Berríos, el concepto de melancolía como ancestro de la depresión mayor y piedra angular en la teoría de los humores, surgió de una deficiencia filológica: los médicos de la antigüedad, afirma, no hablaban de un padecimiento afectivo, sino de la malaria, enfermedad parasitaria que puede generar un malestar semejante al de la depresión. Durante el proceso de traducción de los manuscritos de la escuela hipocrática —que implica una labor de interpretación— se habría formado artificialmente la noción de la melancolía como enfermedad de la bilis negra, capaz de inducir “tristeza, desánimo, insomnio, pérdida del sueño, pérdida del apetito”.1

Durante el paso de la antigüedad a la era moderna, encantamiento de la poesía puede innovar ese proceso de metaforización que, a partir del padecimiento individual, inscribe palabras en la memoria colectiva, con las cuales logramos relacionarnos. Las de Gérard de Nerval, que anticipan un suicidio, dejan una marca permanente: “Mi única estrella ha muerto; —mi laúd constelado / también lleva el sol negro de la melancolía.2

La historia clínica de Gérard de Nerval —poeta, viajero, novelista y ancestro del surrealismo, según André Breton— es todo un documento clínico. Nació (en 1808) con el nombre de Gérard Labrunie. Su madre murió de meningitis cuando él tenía dos años. El desencanto hacia su padre —médico del ejército— lo motivó para decir que era hijo de José Bonaparte. Después se nombró Gérard de Nerval, inspirado en Nerva, el emperador romano.3

A los 33 años tuvo un sentimiento místico: el gozo de una revelación mesiánica, y se dedicó a cantar por las calles con ánimo exaltado. Arrojó sus ropas y se mantuvo inmóvil esperando a que el alma saliera de su cuerpo mediante la atracción de una estrella. Así ocurrió —en Montmartre— su primera hospitalización psiquiátrica. Fue diagnosticado con “manía aguda” y escribió los poemas visionarios de Las quimeras.

Las cartas de Nerval sobre la experiencia hospitalaria revelan el conflicto discutido por Michel Foucault, cuando dice que “el lenguaje de la psiquiatría ha sido un monólogo de la razón acerca de la locura”. En la superficie, Nerval aceptó el internamiento y describió el hospital como “una villa aristocrática de buen gusto”. Pero la reclusión caló más profundo. En carta a un pintor lo plantea con elocuencia:

Imagina mi sorpresa al despertar de un sueño de varias semanas tan extraño como inesperado. Enloquecí, por cierto, si uno puede usar el lamentable término “locura” para designar mi condición, dado que mi memoria permaneció intacta, y dado que no perdí el poder de la razón ni por un momento... para mí sólo fue una transfiguración de mis pensamientos habituales, un sueño despierto, una serie grotesca o sublime de ilusiones con muchos encantos... nadie podrá convencerme de que lo que ocurrió no fue una inspiración o un presagio... lo que ocurrió en mi cabeza fue un carnaval de todas las filosofías y de todos los dioses... pensé que yo era Dios...

Igual que Orfeo, Gérard de Nerval conmovía con el arte verbal
de donde surgen el canto y la poesía, y también bajó al inframundo

La experiencia se narra en Aurelia, novela autobiográfica.3 Nerval quiso transcribir el estado de conciencia superior al que se accede en la locura. Durante el episodio de manía, se sentía capaz de entender la razón oculta de los otros locos, “compañeros de su infortunio”. El sueño de la inspiración le permitía acceder a una suerte de eternidad: “Somos inmortales y conservamos aquí las imágenes del mundo que hemos habitado. ¡Qué felicidad pensar que todo lo que hemos amado existirá siempre a nuestro alrededor!”. En otro pasaje de la obra entiende el lenguaje de los animales y cuestiona el tiempo: “El pájaro me hablaba de personas de mi familia vivas o muertas en diferentes tiempos, como si existieran simultáneamente”.

NO ES IRRELEVANTE mencionar que los motivos subterráneos de la novela están vinculados con los mitos fundacionales del canon occidental. El primer tema de Aurelia es la búsqueda de lo Eterno Femenino, ese principio espiritual que fue exiliado de las religiones patriarcales de Grecia, del mundo judeocristiano y de la tradición islámica. El segundo tema es el descenso al inframundo por parte de Orfeo, poeta y argonauta, uno de los viajeros a bordo del Argos que partieron a Cólquide, en busca del vellocino dorado. Sólo su música salva a los marineros de caer en el hechizo de las sirenas, porque supera en belleza al canto de esas criaturas deslumbrantes. Esa música deliciosa también conmueve al rey Hades del inframundo, cuando Orfeo baja en busca de su amada muerta, Eurídice.

Al igual que Orfeo, Nerval sabía conmover a la gente con el antiguo arte verbal de donde surgen el canto y la poesía, y a su manera también bajó al inframundo. Tras la hospitalización, viajó a Oriente, y tuvo otros episodios que requirieron atención psiquiátrica. El 24 de agosto de 1853, en un café de París, arrojaba dinero al aire y golpeó a un extraño en el rostro. Creía estar rodeado por un ejército fantasma, y al llover pensó que era el segundo diluvio universal. Durante la hospitalización, dijo tener poderes divinos. Imponía sus manos en otros enfermos para curarlos.3

Gérard salió del hospital tras ocho meses de internamiento. Al parecer, las variaciones anímicas continuaron, de la euforia a los estados melancólicos; fue hospitalizado una vez más, pero pidió a otros escritores que se manifestaran en público para solicitar su salida. Por esa razón fue dado de alta. Pasó sus últimos meses vagando por las calles de París, hasta que se ahorcó en la calle de Vieille-Lanterne, con el manuscrito de Aurelia en su bolsillo.3

La historia de Nerval tiene semejanzas ocultas con la tragedia mitológica que lo inspiraba. Su héroe, Orfeo, salvó a los argonautas de caer en el hechizo de las sirenas, mediante el recurso artístico de la música, y al final logró conmover al dios Hades. El dios y rey permitió al músico-poeta regresar con su amada al reino de los vivos en la Tierra, bajo una condición: Orfeo debía caminar delante de ella y no podía mirar atrás hasta salir del inframundo.

Orfeo fue siempre fiel al principio de lo Eterno Femenino, en su forma de Diosa Blanca, incluso cuando el poder político estaba en manos de Zeus y sus sacerdotes. Fue valiente y firme ante las presiones patriarcales. Pero le faltó un instante de fe cuando miró hacia atrás, en la salida del inframundo. Eurídice aún tenía un pie adentro, y según el mandato de Hades, se desvaneció en el aire para siempre. La derrota de Orfeo es, en alguna medida, la desilusión de todos aquellos que hemos puesto una mirada de esperanza en los poderes de la blanca diosa lunar. Y su tristeza es la nuestra: un sol negro de radiaciones melancólicas.

Notas

1 G. E. Berrios, “Melancholia and Depression During the 19th Century: A Conceptual History”, Br J Psychiatry, 1988; 153: 298-304.

2 C. M. Miranda, C. Ml. Bustamante, “The Influence of Madness in the Literary Production of Gérard de Nerval”, Rev Med Chil, 2010; 138(1): 117-23.

3 A. Beveridge, “The Madness of Gérard de Nerval”, Med Humanit, 2014; 40(1): 38-43. doi:10.1136/medhum-2013-010445