¿Cuánto tiempo habrás pasado, Dante, sin recibir una carta allá en el paraíso? Como un anciano olvidado en cualquier centro geriátrico o un reo que ya jamás recibe visitas, tal vez te sientas abandonado. Así que aprovecharé el posible descuido por el que estás pasando, tú, difunto poeta italiano. Aclaro a la brevedad mi entusiasmo por tu obra y que me considero un nostálgico de las tradiciones literarias perdidas. Tal vez te resulte indigna mi carta al no estar escrita en latín o en el italiano de tu época, pero esto es una buena oportunidad para avisarte que dicha lengua está muerta, más muerta que nunca. Saberlo tal vez te cause gusto, quizá pienses que el círculo de aquella lengua de pocos eruditos es ahora aún más estrecho que antes y, para tu tristeza quizá, ya nadie la usa con fines literarios, sino teológicos y académicos.
NUEVOS CÍRCULOS INFERNALES
Asumo, con cándida esperanza, que pudiste alcanzar los últimos círculos de tu escalafón y que quienes, como tú, están en el cielo entienden cualquier idioma. Para ser sincero, pensé iniciar dándote una noticia: “Me apena mucho informarte que los usureros, seres que repudiabas, ahora son figuras de admiración popular y millones de personas los contemplan con gozo en unas cajas que muestran sus imágenes”. Lo que te cuento sería una información difícil de asimilar. Además tendría que plagar el documento con notas al pie que te expliquen cada término extraño. Disculpa. Sin detenerme más en estas nimiedades, lo que me nace de corazón contarte es la creación de nuevos círculos en el infierno para las infames criaturas que andan por ahí en la actualidad. No quiero entrar en controversia contigo y decirte que muchos pecados, como la lujuria, resultan extremos tomando en cuenta las pautas morales de nuestros días.
Lo único que me gustaría preguntarte, estimado señor Dante, es: ¿qué infierno se merecen aquellos que trabajan en los centros de atención, conocidos como call centers, que te llaman todo el día?
Me gustaría ponerte al tanto de estos seres. Imagínate que estás escribiendo un poema, tu espíritu está experimenta un rapto de máxima sublevación creativa y en ese preciso momento tocan a tu puerta y te ofrecen agua que no pediste. Al día siguiente sucede lo mismo y así sucesivamente, cada vez te interrumpen con la misma exacerbada premura. Un buen día necesitas agua, sales de tu habitación y caminas hacia el lugar donde dijeron que podrías encontrarla. Señor Dante, los llamas y por una pequeña ventana te piden que esperes. Aguardas con toda la sed que tengas en ese momento. Vuelven a abrir la ventana y te dicen que está por llegar la persona que te atenderá. La impaciencia se vuelve desesperación, el orificio en la puerta se destapa de nuevo y tienes que explicar otra vez la razón del porqué estás ahí. Quizá te resuelvan tu necesidad, quizá. Dime, señor Dante, ¿qué infierno merecen esas personas?
Los desafortunados que trabajan llamando a la gente durante las peores situaciones posibles tienen que recibir tratos groseros y que les cuelguen el teléfono acompañados de majaderías. En ocasiones ellos son los que reciben las llamadas de sujetos desesperados y angustiados por una infinidad de apuros. Contemplo también las penurias que pasan cuando atienden a un señor cuya tarjeta fue clonada; la señora que extravió su tarjeta y la dio de baja pero cinco minutos después la encuentra en otra bolsa. Ambos lados tienen una relación de odio lacerante.
¿UNA ESPERA PERENNE?
Como sabrás, uno de los espacios de La Divina Comedia que más me horroriza es donde están los indecisos que fueron despreciados por el cielo y el infierno, esa horda de infelices que pasaron sus vidas sin pena ni gloria, no cometieron mal ni bien y están ahí sin esperanza alguna de cruzar el río de las almas. Señor Dante, ¿crees que sea un buen castigo condenar a esas personas a una espera perenne frente a la puerta que tocan incesantemente? Sería agradable verlos sosteniendo el teléfono y escuchando por largos siglos una fastidiosa cancioncita, ¿no crees? Cuando por fin alguien responde su llamada resulta ser un cliente enojado y vociferante que se encuentra en otro círculo, o en cambio escucha una voz llena de sorna que le dice cosas como: “Te estamos atendiendo, por favor no cuelgues; disculpe, señor, no le puedo ayudar, pero lo comunico a otro departamento”.
Querido señor Dante, sé que tal vez mi odio e ingenio te resulten ridículamente ordinarios. Sin embargo, tengo fe en que quizá haya más personas que estén dispuestas a usar su imaginación y, como lo hiciste en La Divina Comedia, manden al infierno a sus enemigos y creen a través de la escritura más infiernos necesarios para otras infames alimañas que andan por ahí, haciendo de las suyas.
Si te parece bien, oh, querido Dante, invitaré cordialmente a los lectores a que se den la oportunidad, ya sea en sus ratos de rabia u ocio en la intimidad de sus hogares, que escriban un infierno para esos nuevos seres infames. Podrían darse el chance de crear los infiernos que quieran, te los mandarían y tú recibirías miles de ejemplos. ¿Leerás con gusto esas cartas porque hace mucho nadie te escribe ni piensa en ti?
KAZUKI ALBERTO ITO (Guanajuato, 1983), doctor en literatura hispanoamericana, escritor e investigador sobre temas relacionados con la violencia, novela de la guerrilla, redes culturales y grupos literarios.