1. LA DESTRUCCIÓN DE WIKILEAKS
El 6 de enero pasado, en vez de regalos de los Reyes Magos, nos encontramos con la noticia de que Julian Assange, a quien la justicia británica acababa de proteger de la extradición, no saldría en libertad condicional como esperaban muchos. Es bien sabido que el estado de salud mental y físico de Assange se ha deteriorado en una década de encierro, prácticamente sin ver el sol, primero por su larga reclusión en la embajada ecuatoriana de Londres y ahora por su aislamiento solitario en la cárcel de Belmarsh.
Assange se ha vuelto un factor que polariza cualquier conversación. Por lo mismo, recordemos de entrada que debemos al fundador de Wikileaks la revelación de atrocidades, excesos y crímenes de guerra cometidos por las fuerzas invasoras estadunidenses en Afganistán e Iraq, así como cataratas de información comprometedora de políticos en el mundo entero. Nadie ha logrado develar tantos secretos como él, un hombre complejo y controvertido para muchos y muy poderosos enemigos, que siendo congruente con su código ético (no jugar a la política con la información sino tan sólo revelarla, algo que rara vez cumplen los periodistas), se atrevió a publicar los tristemente célebres correos electrónicos de Hillary Clinton en la víspera de la elección de 2016. Esto fue un golpe humillante para quien se sentía la inevitable futura presidenta estadunidense.
En 2010 Assange fue objeto de un doble cargo por violación en Suecia. Independientemente de los méritos de esas denuncias y de que esa investigación fue abandonada por la justicia sueca, esto funcionó mejor que cualquier otro método para censurarlo, pues de facto y sin haber sido juzgado, la naturaleza del presunto crimen enajenó a una gran parte de sus seguidores. No había manera de defenderse de ellos sin atacar a las denunciantes y de esa manera dar más argumentos a quienes lo veían como un misógino y violador. Si bien la derecha lo odiaba de manera unánime por haber atacado la integridad del ejército y el gobierno de Bush, estas acusaciones (sumadas al señalamiento de ser un aliado de Trump y de Putin por actuar contra Clinton, quien había comentado casualmente que no estaría mal callarlo con un ataque de dron) provocaron que concentrara el desprecio de los liberales del mundo. Los servicios secretos occidentales e israelíes han convertido en poderosas armas censoras las acusaciones de misoginia, racismo y antisemitismo en contra de personalidades incómodas de la izquierda, como el político británico Jeremy Corbyn y el senador Bernie Sanders.
Assange fue víctima de la furia de los gobiernos de Obama y de Trump, que trataban desesperadamente de detener las filtraciones de información. Hoy son contados los periodistas que se atreven a defenderlo o incluso aceptar que, como ellos, merece protección. Su caso ha sido usado con destreza para desarticular y dividir aún más a la izquierda y a los movimientos antibélicos, además de invalidar las denuncias en contra de quienes cometieron crímenes de guerra.
Los diez años de persecución contra Assange han provocado que los periodistas y medios deban reconsiderar las posibles repercusiones de cualquier crítica, revelación o ataque contra autoridades y políticos. El poder intimidatorio de los estados occidentales democráticos nunca había sido tan abrumador y además, en gran medida, el periodismo de investigación es un género en vías de extinguirse. Mientras tanto, Assange continúa preso en una celda esperando a ser extraditado por las leyes de espionaje estadunidenses, con la amenaza de una condena por 175 años. El caso es todavía más desalentador cuando se considera que ha sido prácticamente ignorado o relegado a las últimas páginas por la mayor parte de los medios de comunicación.
La libertad de expresión nunca es ilimitada y así como no se puede gritar ¡Fuego! en un teatro lleno, tampoco se puede incitar a la violencia sin consecuencias
2. INSURRECCIÓN Y SANCIONES
El mismo miércoles 6 de enero, Trump organizó una manifestación frente a la Casa Blanca para “detener el robo” electoral. Ahí, una vez más, afirmó haber ganado la elección “por mucho” e incitó a sus seguidores a ir al Capitolio para impedir que se consumara el fraude y “recuperar su país”. Cientos de fanáticos obedecieron, se dirigieron hacia el Capitolio y lo invadieron violentamente. Esto fue la gota que desbordó el vaso para que Trump fuera expulsado indefinidamente de las plataformas de redes sociales. No faltaron entonces quienes en la derecha y la izquierda denunciaron un acto de censura y al hacerlo tan sólo pusieron en evidencia no tener la menor idea de lo que esa palabra significa. Con su llamado a “ser fuertes” y a “pelear como el diablo porque si no ya no van a tener un país”, Trump casi confirmó aquello que dijo en enero de 2016: “Puedo parame en medio de la Quinta Avenida y dispararle a alguien y no perdería ningún votante, ¿ok?”; en cambio perdió algo más preciado: su adorada plataforma de Twitter.
Ésta es la decisión de una empresa privada (tan cuestionable como cualquier otra), pero imaginar que de esa manera se está violando la libertad de expresión del mandatario de la nación más poderosa del mundo es de una ingenuidad patética. Los derechos humanos de la estrella del reality show están sanos y salvos, a pesar de casi cinco años de provocaciones, pataletas antimexicanas, declaraciones islamófobas rabiosas, ataques misóginos, comentarios racistas y actitudes antigay. Trump contaba con todos los mecanismos de comunicación del Estado y, más importante aún, controlaba los hilos de los aparatos represivos. Pero la libertad de expresión nunca es ilimitada y así como no se puede gritar “¡Fuego!” en un teatro lleno, tampoco se puede incitar a la violencia sin consecuencias. Ni siquiera es ésta una cancelación en el sentido woke,1 sino finalmente una puesta de orden mínimo ante la certeza de que el discurso delirante trumpiano se había tornado inocultablemente mortífero (hubo cinco muertos en la toma del Capitolio y más de cincuenta heridos). Estas plataformas saben que pueden ser acusadas de complicidad o señaladas como corresponsables morales y legales.
Meses antes de la elección, Trump pregonaba que habría un fraude masivo si él no ganaba y repitió que no reconocería la elección si no resultaba electo. Había hecho la misma advertencia en 2016 pero entonces no era presidente, por lo que la gravedad de esas palabras fue minimizada. Cualquier democracia que se precie de serlo tendría que detener y enjuiciar a un político o un líder que aprovecha su posición para llamar a desconocer los resultados de una elección y más si estos han sido recontados y certificados. Los reclamos de Trump dieron lugar a docenas de demandas, todas perdidas (numerosas de ellas desestimadas por jueces trumpistas). Los resultados han sido defendidos incluso por republicanos trumpistas como el gobernador y el secretario de estado de Georgia.
3. AVISOS DE INTERÉS PÚBLICO
Internet no se creó para que fuera un gigantesco centro comercial virtual ni un espacio de ligue, y sin embargo para eso se utiliza. Las redes sociales no aparecieron con la finalidad de volverse portavoces de gobiernos ni centros de reclutamiento para milicias fascistas, no obstante se emplean para eso. Pero estas empresas superexitosas de Silicon Valley no cuentan con políticas ni recursos coherentes para manejar asuntos que afectan la vida de millones. Podemos pensar que Twitter no tiene derecho de moderar o imponer sus criterios en el discurso público, sin embargo es un argumento frívolo y vacío. Por supuesto que las empresas privadas no deberían tener esos poderes, pero lamentarnos sin considerar que tan sólo son un reflejo del amplio control que tienen las corporaciones y los grandes donadores sobre los gobiernos es absurdo. ¿No les gusta que una empresa privada con fines de lucro sancione sus palabras? No la usen.
Después de años de tolerar posteos de odio, difamaciones y doxing 2 por parte de Trump, en mayo de 2020 Twitter comenzó a temer el poder de las palabras del mandatario, por lo que optaron por poner mensajes preventivos o “avisos de interés público” a ciertos tuits que consideraban peligrosos, inflamatorios o desinformadores. Estos mensajes fueron cambiando entre mayo y noviembre. Comenzaron por recomendar informarse al respecto de las boletas electorales por correo. Más tarde señalaban los tuits que violaban las reglas de comportamiento abusivo. Luego un mensaje decía que todo o parte del tuit en cuestión ofrecía información en disputa o clara desinformación acerca de la elección u otros procesos cívicos. Y finalmente advertía: “Las fuentes oficiales dieron otro resultado de esta elección”. Ya antes habían tenido que señalar los tuits que ponían en riesgo a la población por promover curas mágicas para la pandemia o por repetir teorías conspiratorias.
Trump participó activamente en esa desinformación. El problema con los señalamientos de Twitter es que asumían que el autor del mensaje desconocía la realidad, cuando el caso más común es que no creía en los datos oficiales y a menudo ni siquiera compartía la misma noción de la realidad. Es decir, que estos mensajes no convencían a nadie y en cambio creaban más razones para la suspicacia y la duda de la integridad y neutralidad de la plataforma. Lo más grave es que las redes sociales aseguraban actuar conforme a sus reglamentos pero una y otra vez ignoraban sus normas, se retractaban, toleraban y olvidaban sancionar. La ambigüedad fue determinante para que siguieran aumentando las violaciones.
En noviembre de 2020 Facebook intentó crear un recurso para reducir la desinformación y limitar la propagación de mentiras y teorías conspiratorias. Comenzó a dar calificaciones de calidad a las noticias llamadas N. E. Q. (News Ecosystem Quality), según Steven Levy. Aunque el programa estaba dando buenos resultados fue suspendido.
También instalaron un sistema de inteligencia artificial para detectar posteos tóxicos, sin embargo el resultado fue que los usuarios pasaban menos tiempo en la plataforma, por lo cual lo dejaron de emplear.
De haber respetado sus reglamentos, tanto Twitter como Facebook pudieron haber bloqueado a Trump en muchas ocasiones, pero evocando el interés público decidieron no intervenir. Obviamente la presencia de Trump era un bien valioso para estas plataformas, un infatigable generador de ingresos y atención, además de un ejemplo de comunicación sin filtros entre autoridades y gobernados copiado alrededor del mundo. La presencia de políticos y celebridades era considerada como un gran prestigio para estas marcas, a pesar de la espantosa carga de incivilidad y la polarización violenta que causaban en la sociedad.
El cierre de la cuenta de Trump vino finalmente el 8 de enero de 2021, cuando faltaban doce días para el final de su presidencia. Al mismo tiempo fueron suspendidas alrededor de 70 mil cuentas de fanáticos y miembros del movimiento QAnon, en una purga masiva. El argumento utilizado fue “el riesgo de más incitaciones a la violencia”. No olvidemos que diariamente esta empresa bloquea (mediante algoritmos y decisiones humanas) a un gran numero de usuarios por los más diversos motivos, desde criminales hasta éticos y sin duda políticos.
4. FALACIAS
No existe la censura al poder y mucho menos a la presidencia: ésa es una falacia comparable con el racismo inverso. La censura la aplica el poder en contra de quienes tienen menos poder. La eliminación de Assange es un ejemplo perfecto de lo que significa la censura en un mundo controlado por el complejo corporativo-militar aliado a la industria del entretenimiento. Assange representaba un peligro inminente, capaz de despertar consciencias en un tiempo de zombis tecnologizados. En cambio, el hecho de que Trump y sus cómplices pierdan sus cuentas de Twitter es el equivalente a ser expulsados de un club o recibir un castigo escolar. Podemos pensar que la cancelación de las cuentas de redes sociales de Trump será el precedente utilizado para censurar otros tipos de expresión, otras figuras e ideas controvertidas, pero ésa es otra ingenuidad. Estas plataformas llevan años censurando individuos y organizaciones de defensa ciudadana, movimientos independentistas y luchadores sociales sin necesitar de precedente alguno.
La era de Trump parece terminar. Sin embargo, la supuesta censura ejercida por Twitter podrá ayudar a disolver el trumpismo o estimulará la rabia, el descontento y el deseo de venganza de aquellos que en algún momento se denominaban a sí mismos deplorables y ahora, peligrosamente, se imaginan desempeñando el papel de valerosos patriotas.
Notas
1 Woke: Estado de alerta y vigilancia permanente para defender la justicia social. Es una actitud combativa y crítica de las actitudes, declaraciones y políticas que reflejan racismo, misoginia o un egoísmo que se beneficia por los privilegios de raza, estatus y clase.
2 Doxing: Es cualquier ataque en la red donde se revela información privada con el fin de incitar al hostigamiento o, en el peor de los casos, causarle daño a alguien.