El otro centenario

Al margen

Anónimo, Desfile militar del Centenario de la Consumación de la Independencia, 1921.
Anónimo, Desfile militar del Centenario de la Consumación de la Independencia, 1921. Foto: Fuente: AGN

Comienza septiembre y, con ello, inicia también un nuevo periodo de conmemoraciones, tras los 500 años de la caída de Tenochtitlán. Me refiero, por supuesto, al bicentenario de la consumación de la Independencia, que se celebra el próximo 27 de septiembre, aniversario de la entrada triunfal del Ejército Trigarante a la Ciudad de México. Esta misma celebración se llevó a cabo hace cien años, en 1921, y lo que entonces sucedió fue un hito para la historia cultural del país; el panorama de las artes cambiaría para siempre pues se plantó la primera semilla de lo que sería el discurso cultural dominante durante el resto del siglo XX. No es menor, pues, recordar ese otro centenario, y no dejar que se diluya en las conmemoraciones de este año.

EL CENTENARIO de la consumación de la Independencia llegó en los primeros meses de la presidencia de Álvaro Obregón y, a decir verdad, no era en principio una efeméride que ocupara la mente del general. El 27 de septiembre no había sido una fecha muy popular en el calendario cívico, pues celebrarlo implicaba reconocer los logros de uno de los personajes más difíciles de nuestra historia. Toda familia tiene una oveja negra y en el caso del panteón de héroes patrios es Agustín de Iturbide. Después de haber liderado la victoria de la causa independentista, Iturbide se proclamó emperador y con ello marcó para siempre su biografía con el sello de traidor. Esto también hizo que conmemorar su entrada a la Ciudad de México se entendiera como un gesto conservador y Obregón, por supuesto, se consideraba en el polo opuesto.

El aniversario hubiera pasado desapercibido sin la iniciativa de la prensa mexicana. Tomó la delantera José de Jesús Núñez y Domínguez, poeta y director de la Revista de Revistas —publicación cultural del periódico Excélsior—, quien propuso en un editorial que se recuperara a la figura de Iturbide y se aprovechara la fecha para fomentar la unidad nacional.

El aniversario podría ser también ocasión para alegrar a la población tras una compleja década de lucha, hambre e inestabilidad. A la iniciativa de Núñez se sumaron rápidamente sus vecinos de enfrente. El Universal, entonces encabezado por Félix Fulgencio Palavicini, comenzó a apoyar en sus propias páginas las propuestas de bailes y desfiles que se vertían en Excélsior, logrando así que el tema cobrara fuerza entre la ciudadanía. Obregón vio entonces en el festejo una oportunidad para consolidar su gobierno en la opinión pública y, sobre todo, ante las potencias extranjeras.

EN LA DESESPERACIÓN por lograr el reconocimiento internacional de su gobierno y, por extensión, del proyecto revolucionario (sobre todo por parte de Estados Unidos), se decidió que la conmemoración correría a cargo del secretario de Relaciones Exteriores, Alberto J. Pani. Las actividades estarían entonces encaminadas a mostrar un nuevo rostro de México ante el mundo, resaltando la renovada estabilidad y pacificación del país, para lo cual se invitaría a participar a delegaciones diplomáticas y se buscaría presumir lo mejor del país. El festejo se convirtió también en una oportunidad para revertir el discurso del centenario de la Independencia impulsado por Porfirio Díaz —un evento reservado para la élite, con una narrativa europeizante—, y demostrar que los gobiernos revolucionarios eran en verdad distintos.

Esa batalla se jugó, primordialmente, en dos frentes: un programa cultural que enfatizara “lo mexicano” y otro que se enfocara en los sectores populares de la población.

El centenario organizado por los obregonistas se convirtió en un espectáculo público que hoy muchos llamarían populista

El centenario de la Independencia organizado por los obregonistas se convirtió así en un espectáculo público que hoy muchos llamarían populista. Además de conciertos, bailes y desfiles hubo diversos eventos enfocados en los más vulnerables, como una fiesta para “criadas” en el Tívoli del Eliseo y una cena para niños de escasos recursos.

Hubo también una Semana del Niño, fueron inauguradas varias escuelas —todas ellas bautizadas “Centenario”, por supuesto—, y se colocó la primera piedra de un hospital para tuberculosos. El énfasis en la educación y la salud no sólo buscaba demostrar que el gobierno de Obregón sería uno cercano al pueblo y a sus causas, sino que sentaría las bases del compromiso social que a partir de entonces y por las siguientes décadas sería el centro del discurso postrevolucionario.

ESTA REIVINDICACIÓN de lo popular desde una perspectiva social permeó también las actividades culturales de aquel centenario y dejó una huella indeleble en el panorama de las artes. El 19 de septiembre, en el número 85 de Avenida Juárez se inauguró la Exposición de Arte Popular. Impulsada y organizada por los artistas Roberto Montenegro y Jorge Enciso, con el apoyo de Dr. Atl (Gerardo Murillo), fue la primera en reunir y pavonear la producción artesanal de México. Es, por lo tanto, considerada un momento fundacional del indigenismo y el nacionalismo que dominarían el paisaje de la plástica mexicana a partir de entonces, junto con la presentación de danzas tradicionales diseñada por Adolfo Best Maugard como parte de los mismos festejos. Pero esa exposición logró más que únicamente imponer un estilo o gusto; fue también la primera vez en México que la frontera entre arte y artesanía, o arte culto y arte popular, se vio resquebrajada y eso es relevante. En el fondo había una mirada de vanguardia que terminó por inaugurar el llamado renacimiento mexicano del que brotó el movimiento muralista y la sucesiva renovación del arte nacional.

Los festejos del centenario de la consumación de la Independencia de 1921 marcaron entonces un antes y un después para las búsquedas estéticas y discursivas del arte mexicano, las cuales a su vez dieron pie a la creación de un andamiaje institucional que construiría la política cultural de la que aún hoy arrastramos muchas cosas. Abrir nuevas reflexiones y debates sobre lo que este otro centenario representó para el arte y, por lo tanto, para el imaginario de todos los mexicanos, debería ser también un punto en la agenda de las conmemoraciones de este mes.